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Las alas se desplegaron por completo y empujaron una vez, oponiéndose al salvaje impulso ascendente. Alexander, suspendido a seiscientos mil metros, se detuvo y planeó suavemente. El sutil aire de la ionosfera era menos dócil que el de la estratosfera, pero no era impedimento. Miró a sus pies. El mundo... su mundo. Con un vigoroso movimiento, enrollándose sobre si mismas y en torno a él, imposiblemente flexibles, las alas traslúcidas rasgaron las nubes a kilómetros bajo él. Mañana habría tormentas inesperadas, pero al fin y al cabo, era el ángel del trueno, ¿no?

Abrió los ojos. Más. Mucho más. Todo su ser eran ojos. Recordó las palabras de Apocalipsis: Y los cuatro seres vivientes, cada uno de ellos con seis alas, estaban llenos de ojos alrededor y por dentro, y día y noche no cesaban de decir: SANTO, SANTO, SANTO, es EL SEÑOR DIOS, EL TODOPODEROSO, el que era, el que es y el que ha de venir.

Abrió otro par de alas, y otras dos. Miró más allá de la tierra, y sus plumas se abrieron para sentir toda vibración, todo movimiento y sonido. Sintió que su ser se extendía, descendiendo lentamente, plácidamente, hasta ser cada vez menos él mismo, y más...

Había miles, cientos de miles de vidas debajo de él.

Interconectadas. Podría partir el planeta en dos, realmente podría. Y sellar ambas mitades con cristal purísimo, y mirar a los cristales, y ver a la humanidad como una granja de hormigas. Si en ese momento Alex hubiera tenido boca, habría reído. Unidos, vinculados, sin verse.

Construían. Derruían. Daban a luz. Asesinaban. ¿Qué había más allá? Seiscientos mil metros debajo suyo, alguien abrazaba a una mujer ebria que lloraba, feliz de haber salvado su vida en el accidente de coche, atormentada porque su marido no lo había hecho. Mil kilómetros al oeste, un grupo de chicos y chicas se habían reunido para cantar y adorar al Creador. Todo tenía sentido, todo eran elecciones de cada cual. Todo eran caminos equivocados, y aquí y allá destellos del camino verdadero. Invisible. Inevitable. Imperceptible. Omnipresente. Alex pensó de nuevo en la granja de hormigas. Si se pudiera hacer con el corazón, con el alma humana, ¿no veríamos allí grabadas las leyes que en el fondo todos sabemos reales y correctas?

Entendió un poco más. Pero le faltaba mucho. Algo sin pulmones ni labios suspiró, y -dándose cuenta de que se había dispersado- se restauró de nuevo. Media hora más tarde, entraba en un restaurante de cocina mediterránea para sentarse junto al hombre moreno que paladeaba una quiché. Vió su cubierto preparado, y Aly le dió la bienvenida llenándole la copa.

-¿Y bien?

-Bueno... he entendido un poco más sobre qué sentido tiene la vida en general. Aunque no podría ponerlo en palabras ni que me fuera la vida en ello. -Alyosha levantó su copa y Alex respondió al brindis sin la desgana de las últimas semanas.

-Todo un avance, ¿no?

-Supongo, pero sigo sin ver donde encajo yo en el esquema de las cosas.

-¡Ni lo harás! No hasta diez minutos después de muerto, polluelo. ¡Ve haciéndote a la idea! -y sin más, vació su copa, sonriendo.

Through Heaven's EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora