Fei Wang

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Esa noche el pelinegro no durmió casi nada, pues cada vez que estaba por rendirse ante el sueño, Tomoyo se removía desesperada entre pesadillas, hasta que finalmente quedó acurrucada contra su cuerpo y sujetando la camisa del pelinegro. Entre pesadilla y pesadilla Eriol termino arrullando a la amatista mientras la abrazaba para que dejara de temblar, tarareando aquella canción que su madre alguna vez había cantado para él. La amatista se tranquilizó recién cuando el sol comenzaba a salir. La respiración cálida y tranquila de esa mujer sobre su pecho le permitió dormir tranquilo por unas horas, cosa que no había podido hacer desde que la había visto golpeada en esa visión, aquella noche en Londres, desde ese momento ya casi no descansaba no podía dormir más de una hora sin despertar con aquella visión, pero ahora que ella estaba a su lado, todo era y sería diferente, nadie lo separaría de esa mujer, tendrían que arrancársela de los brazos muertos.

Ya no había pesadillas para ninguno de los dos, solo el leve y casi sordo ruido de la respiración del otro, pero de repente algo cambió… Eriol abrió los ojos y miró alrededor sin moverse. Acababa de sentir una presencia mágica muy fuerte que desapareció tan rápido como apareció. Volvió a cerrar los ojos, soltó el aire lentamente y al inspirar sus sentidos se inundaron por aquella fragancia de verbena que tanto había extrañado, una sonrisa comenzó a formarse en su rostro, pero se detuvo al sentir una presencia mágica muy familiar. Nakuru había llegado.

Volvió a mirar ese rostro que ahora dormía tranquilo. La mayoría de los moretones más resientes todavía persistían. Con mucho cuidado acaricio la mejilla de la amatista y susurró un hechizo, que cubriría esas marcas ante los ojos de los otros, algo parecido a lo que ella tenía antes de escapar. Sintió la presencia de Nakuru subiendo las escaleras y con mucho cuidado, para no despertar a su bella durmiente, soltó las manos de Tomoyo que se aferraban a su camisa y salió de la cama. La amatista se removió un poco y se hizo un bollito. Eriol no podía quitarle los ojos de encima.

―Buenos días Nakuru, ¿Qué hora es? ―dijo en un susurro al sentir la mirada de la guardiana sobre su espalda.

―Buen día, van a ser las diez de la mañana ―respondió la castaña desde la puerta. El escudo de la habitación no la dejaría entrar a menos que él lo quisiera.

―¿Podrías preparar lo que trajiste para el desayuno? Me voy a dar una ducha ―agregó el ojiazul mirando de reojo a la mujer que seguía de pie en la puerta―… no la despiertes, no pasó una buena noche ―y sin más se acercó al ropero tomó algo de ropa y se metió en el baño.

Tomoyo sentía algo de frío, pero el perfume que la rodeaba la hacía sentirse segura, todavía se sentía cansada, por lo que no abrió los ojos, estiró una de sus manos y encontró algo muy suave en la cama, era pequeño, quizás un muñeco… pero ella no tenía muñecos. Rápidamente abrió los ojos y se encontró con esa pequeña figura negra con alas que la miraba inclinando la cabeza.

―Buen día Tomoyo ―dijo el guardián acercándose y echándose frente a ella. Los ojos de la amatista recorrieron el lugar, estaba en aquella enorme cama sola y llevaba un pijama de Eriol. Un suspiro se escapó de sus labios, era verdad no había sido un sueño.

―Buen día Spinel ―respondió mientras que, por costumbre, se llevaba la mano al cuello y buscaba esa maldita cadenita con su horrible colgante.

―Se rompió cuando saliste e la mansión ¿verdad? ―Tomoyo se incorporó, quedando sentada y sus ojos volaron al lugar de donde había provenido esa voz tan familiar, la puerta del baño. Allí estaba Eriol, llevaba unos jeans azul oscuro y una camisa negra con los botones todavía desprendidos, dejando ver aquel marcado abdomen y pecho. Su cabello todavía húmedo le decía a la amatista que acababa de ducharse. Los ojos de la mujer recorrieron lentamente aquella figura, que lentamente comenzó a acercarse.

Por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora