Capítulo 11: En el ojo del huracán

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Subieron el ascensor de la Baticueva a la planta principal de la mansión, ambos con el corazón en un puño, preguntándose si era correcto dejar abajo a los que más querían en esos momentos, ambos sabiendo que no había nada más que pudieran hacer por ellos entonces, ambos queriendo separar al otro de ese lugar, del dolor de lo que estaba pasando.

Bruce empujó la silla de Selina fuera de la biblioteca, y del otro lado del pasillo, abrió una puerta de elevador, una que no estaba escondida como la que acababan de usar, y que no estaba allí la última vez que ella estuvo en la mansión.

—Mandé a instalar elevadores después de que Bárbara... —se explicó escuetamente él, sin mirarla, y con amargura renovada, Selina se dio cuenta de que quizás además había pensado que Alfred tal vez necesitara esa movilidad acomodada en algún momento.

Ya no haría falta para él... Quizás tampoco para Bárbara.

La idea de tener que preparar el funeral de Alfred era horrorosa, no podía imaginar tener que preparar ningún otro, además.

Por el momento se sacudió la imagen sombría de la cabeza, ella y Bruce necesitaban un respiro, un momento de sentirse humanos de nuevo antes de todo lo que iban a enfrentar.

Cuando llegaron a la cocina, Bruce dejó la silla de un lado del mesón y Selina lo vio fruncir el ceño levemente mientras empezaba a ojear el contenido de los cajones y el refrigerador con mucha menos confianza de la que ella hubiera esperado.

—Daré por hecho algo que todos suponemos, pero, un millonario filántropo mujeriego... ¿Sabe cocinar?

Ella ya conocía la respuesta a esa pregunta, de la boca de Alfred, por cierto, pero hubo un deleite privado en la pequeña inseguridad que vio en los ojos de Bruce.

—Sé manejar 43 tipos de cuchillos diferentes —contestó él.

—¿Están los de cocina en esa lista? —lo presionó con una sonrisa.

—... No —admitió dedicándole una pequeña sonrisa de disculpa—. Así que esto tendrá que ser algo sencillo. Tú no puedes cocinar.

—Está bien, no esperaba una comida de cuatro tiempos —le dijo—. Yo te diré qué hacer, y tú serás mis manos.

—Eso me gustaría —contestó él mirándola con un brillo de alivio y devoción en los ojos, haciendo que a ella el corazón le diera un vuelco, y en una fracción de segundo recordara por qué era que se había enamorado de él al punto de considerar dejarlo todo, por qué en algún momento había estado tan ciega que había podido creer que iban a tener un final feliz.

Ahora ya no se dejaba llevar por esos sueños infantiles, pero aún podían tener un momento. Al menos este momento.

Por supuesto, aunque sus habilidades culinarias fueran nulas, su mente era aterradoramente afilada incluso en las circunstancias actuales, Bruce era el mejor de los alumnos, y siguió sus instrucciones con sorprendente facilidad, aunque un poco de recelo por sus burlas suaves.

—¿Te estás divirtiendo? —le preguntó en un momento, cuando ella casi salta de la silla para detenerlo antes de que echara a andar la licuadora sin haberle puesto la tapa al vaso.

—Cariño, tengo al soltero más cotizado de Gótica con un delantal y cocinando para mí como un niño en la mañana del día de la madre, ¿qué más podría pedir?

Bruce negó con la cabeza y se le escapó un pequeño bufido de gracia.

—No sabe como la de Alfred —musitó cuando estaban sentados a la mesa, un rato después. Los monitores indicaban que no había cambio en los pacientes, y el cambio de ambiente y actividad había logrado distraerlos, pero sentados en el enorme comedor, vacío a excepción de ellos, la realidad volvió a alcanzarlos de golpe, y apenas habían logrado hacerse probar lo que con tanto esfuerzo habían preparado.

—En nuestra defensa, he comido en los mejores restaurantes del mundo, y ninguno le da la talla —contestó ella.

—Hará falta contratar un chef —siguió él.

—No es momento de pensar en eso. Solo cómelo.

Necesitaban reponer fuerzas, y a decir verdad, no era que la comida estuviera mala, solo era una comparación pálida frente a la de Alfred, pero era una que Selina había preparado un millón de veces para Helena, especialmente cuando estaba pequeña, y su sabor la llevó a recuerdos de momentos mucho mejores, cuando su hija aún cabía entre sus brazos y se dormía mientras ella la arrullaba con ronroneos.

—¿Cómo fue encontrarte con Helena por primera vez? —le preguntó entonces al padre, en cuyo rostro podía ver con tanta facilidad las facciones que Helena había heredado—. Cuéntamelo todo, por favor.

Bruce alzó una ceja de forma extraña ante la pregunta, y pareció meditar las palabras que iba a usar.

—Tengo que decir que puede que hayas perdido el dinero que invertiste en los internados franceses. Sus modales de mesa son... cuestionables.

» Trató de lanzarme un plato lleno de desayuno, a la cara.

Selina sonrió con una satisfacción imposible de ocultar.

—Buena chica —dijo despacio, orgullosa de confirmar por enésima vez que su hija había heredado sus cojones de ella—. ¿Qué fue lo que hiciste para enojarla?

Una buena gata siempre conoce a su gatito.

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La hija de BatmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora