21 de octubre.Cuando desperté estaba en casa, dolorida y extenuada como si un bulldozer hubiera triturado mis huesitos. El sol se filtraba por la ventana, alertándome de que el día había comenzado sin mí, y la cama, demasiado grande, hizo que me invadiera una desamparada soledad. Apreté contra mi pecho la almohada porque necesitaba sujetarme de algo. Sentía en mi estómago algo similar a cuando caemos en sueños, un vértigo injustificado que me paralizaba y aturdía, dificultándome respirar. Pero quizás mi miedo mayor fuera despertar, abrir los ojos hacia dentro y reconocer la verdad.
Él no estaba allí.
Una vez más me había dejado sola para enfrentar mis confusos sentimientos, para recuperarme.
¿Podría recuperarme alguna vez?
No se trataba del dolor. El dolor era insignificante comparado con lo sucia, usada, pequeñita, con lo basura que me sentí al ver como él disfrutaba humillarme, como alcanzaba el punto más álgido de placer a través del daño que me hacía.
¿Cómo podía estar con alguien así?
¿Cómo podía amar a alguien tan profundamente dañado?
Sin embargo, todo mi ser lo anhelaba.
Me había dejado sola para darme el espacio que, él había supuesto, yo iba a necesitar después de nuestra sesión, pero yo solo lo necesitaba a él. Quería perderme en sus brazos y aferrarme a su calor para olvidar todo lo que estaba mal en lo nuestro, todo lo que estaba mal en su mente.
Un rayo de luz hirió mi pupila, pero en lugar de obedecer al acto reflejo que me exigía apartarme, decidí ignorarlo. Le sostuve la mirada al sol, dejando que las lágrimas comenzaran a brotar y el dolor que se esparcía por mis nervios oculares me devolviera la consciencia de mi propia realidad.
Me merecía un castigo por las cosas que había aceptado hacer desde que llegara a Corfú, por todas las veces que había renunciado a mí misma en nombre de un amor tan enfermizo como aquel.
El sonido de mi teléfono celular me sacó de mi auto flagelación y, como siempre, la amistad vino a rescatarme del abismo.
—Kalimera —Me saludó Val con una sonrisa radiante.
Llevábamos muchos días sin hablar y verla, aunque fuera a través de una pantalla, me hizo muchísimo bien. Las lágrimas que había provocado el rayo de sol empapaban mis mejillas y yo aproveché para darle rienda suelta a mi sufrimiento contenido.
El rostro de Valeria cambió radicalmente al verme descompuesta.
—Andy, ¿qué sucede, cariño?
—Nada —gimoteé, sorbiendo por la nariz—. Es solo que me alegro mucho de verte.
—No me asustes. Dime ahora mismo que ha pasado.
Y allí, sin poder contenerme, se lo conté todo.
El rostro de mi mejor amiga fue cambiando a lo largo de la narración desde la sorpresa hasta el espanto, pasando por la lástima. Yo obvié los detalles más escabrosos de tríos y orgías, pero le conté el estilo de vida que llevaba Alessandro y como, sin darme cuenta, me había arrastrado con él.
ESTÁS LEYENDO
Fall
RomanceUn corazón roto, una isla paradisíaca y el descubrimiento de todo un universo de aventura y placer. Un placer que sabe mejor, mientras más escandaloso y prohibido es. Andrea está cansada de hacer siempre lo correcto, de intentar cumplir con las exp...