Prólogo

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Burundi no era grande, ni famoso. Sus campos no se llenaban de verde, ni sus lagos de agua clara, como en otros reinos. Aunque fuese acogedor, confiable y tranquilo, no llamaba la atención de los mercaderes, ni siquiera de los maleantes que se dedicaban a saquear las tierras que encontraran a su paso. Pero era tierra dadora de vida, eran manantiales donde corría el valioso líquido que rehabilitaba el cuerpo de cualquier guerrero, y, por ende, era un punto valioso para la guerra.

¡No balancees la jícara! — Gritó su madre. Una mujer obesa y pequeña, con el cabello enmarañado hasta sus hombros y una tela rectangular que cubría desde sus hombros hasta su pantorrilla. A lo lejos una joven se balanceaba de un lado a otro, sosteniendo una jícara llena de agua en su cabeza. Momo, la joven a quien le gritaba, dejó de bailar entre los matorrales y volteó en su dirección.

¡Estoy distrayendo a los pescadores para que no vean a mi hermana orinando en la orilla del río! — Gritó, a propósito. El río estaba vacío, las únicas personas ahí eran esa chica, su madre y su hermana menor, quien estaba en cuclillas, escondida entre los matorrales a su lado.

¡Cállate ya! — Yuuka, su hermana, la reprendió, roja hasta las orejas, mientras la jalaba hacia ella para usarla como pared y cubrirse un poco más. Perdió el equilibrio un poco, chispeando agua a su alrededor.

¡Vuelves a hacer otra broma así y tú cargarás las tres jícaras! — La madre, entre regaños y risas reprimidas, se giró para empezar su camino de vuelta al pueblo. Ella y sus hijas habían ido a las orillas del río por un poco de agua.

El padre del hogar había llegado de arar la siembra colectiva del pueblo, le habían dado dos tabletas de cacao mezclada con maíz, y tres grandes piezas de pan, y ya que la madre tenía entre sus escondrijos la carne que le había obsequiado la ganadera del pueblo, la comida del día sería dulce y caliente, como al padre le gustaba; una bebida caliente a base de maíz con cacao, y una deliciosa porción de carne de cordero envuelto en pan sazonado.

No puede ser que la mitad de la siembra esté destinada a la plaga. — La hija del medio, Yuuka, habló una vez que alcanzaron a su madre. — Tan rico que es el pan, y tan rápido que se vende cuando vamos a otros pueblos.

Qué profundo pensamiento. — Se burló la hermana mayor.

Las hijas empezaron a empujarse una a la otra, mientras goteaban el agua de las jícaras a su paso. La madre sonrió, reprimió su risa cuando una de sus hijas estuvo a punto de caer, se estaba preparando para darles un nuevo regaño, cuando observó una hilera de humo a lo lejos, en el pueblo.

Yuuka, Momo. — Las llamó, con el semblante completamente serio. El juego paró súbitamente cuando reconocieron el tono preocupado de su madre, voltearon a la distancia, donde la mujer veía.

Seguramente no es nada. — Yuuka habló, despreocupada. — Si se trata de fuego debe ser la siembra que estarán quemando para matar la plaga. — Aminoraron el paso hasta que se detuvieron por completo, observando el humo a la distancia.

La mayor de las hijas volteó un poco más a los costados, donde a su derecha crecía otra pequeña hilera de humo. Tocó el brazo de su hermana, y ésta captó lo que estaba viendo.

La parcela no corre en esa dirección. — Esa frase las activó a todas. A su madre ya no le importó cuánta agua salpicaran las jícaras, ahora todas corrían en dirección al pueblo.

Todo lo que habían pensado segundos atrás parecía una estupidez. Las parcelas de siembra no se quemaban hasta que se tuviera el consentimiento de todos los pueblerinos, además de que se encontraban en dirección opuesta a la segunda hilera de humo. Sus corazones corrían a trote junto con sus piernas. La madre se quedó atrás, su cuerpo rechoncho no le permitía avanzar a la misma velocidad que sus dos jóvenes hijas, pero eso no la detuvo, y corrió tras ellas hasta llegar al pueblo.

Personaje Secundario [Todomomo][AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora