Sangre.
Aquella sustancia goteaba de mis manos sin cesar, jamás había sentido su textura a profundidad hasta el día de hoy. Era espesa y su aroma me producía unas ganas tremendas de vomitar.
Miré con horror el cuerpo tendido de aquella chica, tenía los ojos abiertos y su última expresión facial antes de morir había sido de terror.
Todo había sido culpa de él.
Él lo había hecho.
Aunque en el fondo sabía que me engañaba a mí misma, los dos habíamos sido responsables.
¿Qué hice?
Un escalofrío me recorrió el cuerpo y no tarde mucho en desplomarme, quedando arrodillada junto al cuerpo sin vida que descansaba sobre la hierba del bosque.
Había entrado en una especie de shock, solo sentía mis lágrimas resbalar por mis mejillas y como mi cuerpo temblaba del frío y al mismo tiempo del miedo.
Gire parar observarlo a él.
Se encontraba parado junto a mí, parecía imperturbable ahí de pie, con la mirada fija en el cadáver.
No entendía por qué no reaccionaba, no emitía ninguna emoción o algún estado de culpa.
Volví a mirar a la chica inerte y formé una mueca de dolor mientras que sollozos salían de mis labios.
Fue cuestión de segundos en los que sentí dos brazos que me sujetaron con fuerza hasta lograr ponerme de pie. Él me miró esperando alguna acción de mi parte, pero yo seguía con la mirada perdida.
—Escucha. Ya no hay nada que hacer por ella —habló en un todo sereno mientras sujetaba ambos lados de mi rostro.
Cuando sus ojos azules conectaron con los míos y su agarre se suavizó, sosteniéndome como si de porcelana se tratara, supe que aquello era verdad. Ya no había marcha atrás.
—Nosotros la...—no terminé de hablar porque un sollozo se me había escapado, seguido de unos cuantos más.
—La matamos —término por mí con el rostro serio y gélido.
Una ráfaga de aire helado había cubierto la zona, las hojas secas de los árboles se mecían de aquí para allá por todo el bosque, de pronto la única luz que nos permitía mirar con claridad era la luna llena que se encontraba sobre nosotros.
Por instinto giré la mirada por todos lados, pero negrura y árboles era todo lo que teníamos a nuestro alrededor, aquello y un cuerpo sin vida.
—Tenemos que arreglar esto —murmuró tomando distancia para dirigirse a la chica.
Entendí a que se refería, pero no sabía si yo sería capaz de algo así. Ni siquiera había asimilado por completo el hecho de que ahora mis manos estaban manchadas con sangre de una inocente, y no solo las mías también las de él lo estaban.
—¡No la toques! — grité al ver como se dirigía al cuerpo.
—Solo déjalo así... Dejemos todo así —mi voz rota se fue apagando al tiempo que me miraba con expresión dura y enfurecida.
—No podemos dejarla aquí. —me recordó.
Me abracé a mí misma por las constantes ráfagas de aire, mientras que mis ojos humedecidos comenzaban a doler al igual que mi cabeza.
—Tenemos que limpiar todo —murmuró dándome una mirada de reojo.
Asentí temblorosa mientras mis manos frías tomaban la navaja que estaba entre hojas y suciedad, lo primero que se me ocurrió fue guardármelo en uno de los bolsillos de mi vestido. Cuando levantó el cuerpo del suelo y varias manchas de sangre se hacían visibles entre la maleza, comencé a enterrar lo mejor que pude cualquier rastro del líquido y recogí la bufanda de la chica.
Por un momento miré la bufanda ensangrentada y el nudo en mi estómago se intensificó. Aparté la mirada y también la guarde.
Al final del sendero en ese pequeño bosque se encontraba un risco que conectaba con el mar. En esa parte el aire azotaba con mayor intensidad y los truenos que comenzaron a iluminar el cielo parecían retumbar con las profundidades del lugar.
Al bajar el cuerpo de su hombro me miro expectante, quería que yo lo ayudara por alguna razón que yo desconocía.
Me acerqué a pasos lentos mientras que el aire se encargaba de que mi cabello viajara a todas direcciones, el frío me congelaba las extremidades, pero lo que me había dejado estática fue la mirada sonriente que me había regalado él. Lo estaba disfrutando.
Con manos dudosas tomé los tobillos de la chica y él sujetaba sus brazos con fuerza.
Fue ahí cuando supe que jamás podría olvidar aquello, ni el último suspiro de la chica antes de morir, ni la imagen de su cuerpo cayendo por aquel risco hasta perderse en las profundidades del agua.
Ambos mirábamos las olas golpear contra las rocas con agresividad. A lo lejos se escuchaban más truenos, lo suficientemente abrumadores como para llegar a creer que el cielo caería en pedazos, la lluvia no tardo en cubrirnos a los dos. Pero ni eso podría quitarme la suciedad que llevaba conmigo.
Mi vestido blanco y holgado que ahora estaba hecho jirones se encontraba salpicado de sangre al igual que mis zapatos, él en cambio tenía la chaqueta negra humedecida de la misma sustancia y unas cuantas salpicaduras carmesí que comenzaban a resbalar por su rostro gracias a la lluvia.
Sin mirarme aún, sentí como su brazo rodeaba mis hombros de forma protectora para darme algo de calor. Yo con la mirada enrojecida y mi cabeza llena de líos, me gire lentamente para mirarle al tiempo que tomaba mi mentón con la mano que tenía libre.
No entendí su acción, pero de todas formas yo no entendía la mayoría de las cosas que él hacía.
Me besó.
Su beso sabía a muerte y amargura. Me habría gustado decir que era un demente o incluso un enfermo por hacer aquello después de todo lo que había pasado, pero sí de eso se tratara entonces yo también debía de serlo, al responder con la misma devoción a su acción.
Sus labios fríos haciendo contacto con los míos en otra circunstancia me habrían acelerado el pulso y habrían enrojecido mis mejillas. Pero ahora era diferente. Ahora solo sentía como si aquel beso fuera una sentencia, una oscura y embriagadora sentencia en la cual ambos nos habíamos sumergido.
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C A Ó T I C O
Misterio / SuspensoSangre. Aquella sustancia goteaba de mis manos sin cesar, jamás había sentido su textura a profundidad hasta el día de hoy. Era espesa y su aroma me producía unas ganas tremendas de vomitar. Todo había sido culpa de él. Él lo había hecho. Aunque e...