41. La verdad

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Hace cuatro meses y medio

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Hace cuatro meses y medio

DINA

—Lo harás bien —me garantizó Dominic cogiéndome de la mano y apretándomela con cariño—. Lo haréis —se corrigió.

—Lo dudo mucho. Tu hermano no querrá verme ni en pintura después de esto y yo voy a pasar el resto de mi vida jodida, porque ni he podido estudiar ni sé lo que es un trabajo decente. Y, encima, voy a arrastrar conmigo a un bebé que no tiene la culpa de que su madre sea una niñata imbécil...

—Su madre no es ninguna niñata, y mucho menos imbécil —respondió Dominic con seguridad—. Su madre es la mujer más fuerte, valiente e increíble que he conocido en mi vida. Y a ese bebé no le faltará absolutamente de nada. Su padre se encargará de ello. Solo tiene que darse cuenta de que le ha tocado la puta lotería con vosotros dos. Y, hasta entonces, yo cuidaré de vosotros. ¿Me oyes?

—¿Por qué, Dom? ¿Por qué vas a complicarte la vida de esa manera?

—Porque te quiero, Dina, así de sencillo —respondió mirándome a los ojos—. Porque eres la chica de mi hermano, la madre de mi sobrino, la chica de la que...

—¿La chica de la qué? —pregunté perdida.

Dominic sonrió. Una de sus manos me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Respiró hondo, sin dejar de mirarme a los ojos. Y, aquella noche, noté algo muy distinto en su mirada, solo que no supe identificarlo. Era como si intentara decirme algo, como si...

—Deberías descansar. Ha sido un día duro —dijo abriendo la puerta del coche y bajándose.

Vino hasta mi lado, abrió la mía y me extendió la mano para ayudarme a bajar. A pesar de que podía hacerlo sola más que de sobra, agradecí su gesto. Su mano, cálida y bastante más grande que la mía, envolvió mis dedos con cuidado.

—Nos vemos mañana —me dijo.

Solo que no lo haríamos. Esa sería la última vez que vería con vida a Dominic Conway. Pero yo no tenía absolutamente ni idea.

Asentí con una sonrisa pequeña y me giré, dispuesta a ir a mi casa. Su mano estaba a punto de soltar la mía. De hecho, mis dedos casi se habían escurrido entre los suyos pero, entonces, tiró con fuerza de mí, obligándome a girarme. Nuestros cuerpos quedaron casi pegados por completo. Y entonces me di cuenta.

De su respiración entrecortada, del brillo de sus ojos, del nerviosismo y la vulnerabilidad que nunca había visto en Dom. Su mano se aferró a la mía, acariciando mi palma con el pulgar. Tragó saliva, llevó su otra mano a su cintura y, despacio, pegó su frente a la mía. Cerró los ojos, tratando de calmarse. No dije nada. No fui capaz de hacerlo.

—Tú eres la razón de que mi hermano quiera ser mejor persona —empezó despacio—. Te ama como nunca ha amado a nadie, Dina. No lo olvides. Siempre has sido y serás la mujer de su vida.

Girls prefer singers ✔️ [Singers #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora