Capítulo Doce

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Maratón 3/3

Juliana sabía que no había terminado, una relación de dos años y medio no termina con la proclamación de cinco palabras y una salida apresurada. Sabía que la iba a llamar, y si no la llamaba, entonces ella lo iba hacer. No había terminado, pero estuvo cerca. Había casi terminado, que, de alguna manera, era lo suficientemente bueno. Bastaba para sentirse aliviada de que había tenido las agallas para defenderse a sí misma ese segundo antes de haber huido.

No deseaba ser una cobarde. Recordó a William, al menos él había sido lo suficientemente valiente para ser sincero, para hacer frente a sus temores. Deseaba verse a sí misma de algún modo valiente. Tal vez, esta noche había sido un paso hacía esa dirección.

El departamento estaba oscuro, vacío, cuando Juliana giró la llave. Se sintió aliviada de no tener que hacer frente a su compañera de habitación y el bombardeo de preguntas que seguramente seguirían. Sin embargo, aún no se decidía, si quería o no estar sola.

Fue a la heladera, y agarró una botella de jugo de uva y se la llevó a su habitación. Bajó su bolsa de mensajero - lo más parecido a una bolsa que llevaba - por la puerta. Afuera, el ruido era molesto, un coche pasaba, bocinas, niños gritando, en fin. Se sentó en el borde de la cama y se tomó su bebida.

De Mozart "Turkish March" empezó a sonar en alguna parte de su bolsa, Juliana la observaba, pero no atendió su celular. Era Sergio, y era demasiado pronto. Necesitaba más tiempo para preparar el argumento de su ruptura, para construir una mejor defensa contra su caso.

Suspiró contra el silencio. Se quedó sin aliento ante la posibilidad de que pudiera sonar de nuevo, cuando no lo hizo, se relajó. Mirando alrededor de la sala, bebiendo su jugo, se dio cuenta que necesitaba nuevos cuadros, los que habían estaban empezando a desgastarse en los bordes, y ya no eran lo suficientemente grandes para cubrir el feo desgaste de las paredes.

Su portátil, que había olvidado apagar antes de salir, zumbo suavemente detrás de ella, y se volvió a mirarlo. ¿Su correo electrónico había sido contestado? se preguntó, después de haberlo olvidado hasta ese momento.

La obra de Dalí cisnes reflejando elefantes la miró desde el papel tapiz de su escritorio y le dio clic a su cuenta de correo electrónico.

Mientras su correo cargaba, su teléfono móvil comenzó a sonar de nuevo. Juliana saltó fuera de la cama y recogió la bolsa, agarró su teléfono de las profundidades y echó un vistazo a la pantalla por un momento antes de apagarlo.

De vuelta en la cama, miró el monitor. El nombre "Macarena Pineda" la miraba desde de la bandeja de entrada. Sonrió mientras hacía clic sobre su correo.

Cuando terminó de leerlo, hizo clic en 'responder' se mordió el labio y comenzó a escribir.

Querida Macarena,

Me alegra saber que pasé la prueba de no sonar pretenciosa. Dado que eres una experta y todo, supongo que tendré que confiar en tu juicio. 😊

Por favor, no pienses nunca que lamento que mi obra éste contigo o que la quiero de vuelta. No puedo pensar en que alguien más la tenga, sinceramente. Hay una cosa extraña que pienso sobre la venta de arte, ¿sabes? Y es cuando se ha ido, y no tienes idea de donde está, o quien lo tiene, o si incluso alguien la aprecia. Tal vez, sólo se lo dio a alguien como un regalo (Recuerdo de NY) y la persona la odiaba y la tiró lejos. A veces me preocupa que eso pase. Y así, cuando se trata de una pieza que realmente me importa, como "Sombras" no puedo soportar la idea de que alguien, en algún lugar, la tiró a la basura.

Significa mucho para mí saber que te gusta. Porque no es solo halagador para mi ego (aunque también lo es) y no porque me da cierta confianza en mí misma (aunque sí lo hace), sino porque sé que está segura y apreciada, y no tirada en un vertedero en alguna parte.

El lado ciego del amor 2.5 JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora