Capítulo 3

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Cabizbajo, subió las escaleras que lo depositaban de lleno en la sala de estar. Sólo una cruel y falsa esperanza pudo haberlo hecho salir a esas horas, para rebajarse a ese nivel en el que nunca imaginó estar. Cacel, indudablemente no se había alarmado por su salida repentina. Subió otro nivel en la casa para asegurarse que esa escapada no la había desvelado, a pesar que la ausencia de su figura asomada por la ventana para verlo llegar, demostraba que no. Cuando abrió la puerta de la habitación, ella dormía profundamente. Era un ángel descansando sobre sedas importadas con una leve sonrisa dibujada inconscientemente, en su bello rostro.

Andrés Suanish era de esos escritores famosos y galardonados, que no tenían vergüenza de admitir que muchas veces, recurrían a prácticas que podían parecer extrañas o exasperadas para la gente que lo rodeaba, y que muchas veces no lograban comprenderlo. Cacel no era una de esas personas; al contrario, veía en esas salidas una manera de desbloquear algún instante que ameritaba tomarse el tiempo necesario para pensar. Desde incontables años compartía la vida con Andrés. Se complementaban con una exquisitez que expresaba lo bien que se llevaban.  Cacel trabajaba durante casi todo el día en su estudio de arte ubicado sobre la colina camino al mar; a diferencia de su marido, aprovechaba la noche para descansar siempre y cuando su actividad lo permitiera.

Después de mirarla un instante, cerró con cuidado la puerta de la habitación y bajó para seguir con la pesadilla. Mientras tomaba otra taza de café con la mirada dirigida a ningún lugar en especial, algo que titilaba lo sacó del transe. La luz parpadeando constantemente en el teléfono de la sala, le indicaba que un nuevo mensaje había entrado en la memoria del aparato.

Gracias a sus convicciones y a las de Cacel, en la habitación no había teléfonos. La idea de un sorpresivo sonido interrumpiendo el descanso en medio de la noche, fue descartada de inmediato.

Mark Denisfer, su editor, solía llamarlo a horas inoportunas, pero Mark no dejaría ningún mensaje, estaba en contra de todo avance tecnológico que quitara emoción a una charla en vivo y en directo; hablar con una maquina, era uno de esos avances que odiaba.

Apretó el botón para reproducir lo que ese inoportuno mensaje grabado tenía para decir mientras se dirigía en dirección a la cocina. A mitad de camino se paró en seco, tratando de recordar si estaba viviendo o no un sueño; no cabía en su raciocinio la idea que alguien pudiera haber dicho algo así. Se volvió hasta el aparato, y con las manos temblorosas, hundió el botón para volver a escuchar. El terrorífico jadeo del otro lado de la línea sonaba peor que la primera vez, y después la misma voz desafiante, imperiosa y de ultratumba.

 “Vas a recibir cinco tragedias, cinco muertes, cinco historias. Creo que las necesitas mejor que nadie.  Aprovéchalas. Algún día me lo vas a agradecer. Adiós Andrés, soy tu ángel. ¡Ah! Me olvidaba: bienvenido a tu regreso”.

Como si alguien hubiera vaciado su alma, se sintió liviano, y sin poder evitarlo, se derrumbó en el sillón de la sala de estar. Ni siquiera el estruendo de la taza de café resbalando de sus manos sudorosas, logró despertarlo hasta el día siguiente.

El escritor de la tragediaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora