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Incluso en su ausencia, Eddie Brock se había convertido en apenas una semana una constante en su vida. Flash estaba seguro que las imágenes que evocaba su subconsciente no eran por culpa de una imaginación demasiado vívida. Iba a ser imposible borrar de su mente a Eddie completamente desnudo, la masa del simbionte envolviendolo como si fuera una cuerda de shibari dibujando formas sobre su cuerpo. Incluso despierto, Flash notaba la lengua del Otro como si fuera suya, invadiendo la garganta de Eddie hasta hacerle perder la respiración. Demasiadas mañanas se había levantado empalmado con los gemidos de Brock aún erizándole el vello de la nuca.

Lo primero que hizo nada más levantarse fue encender la tele y abandonar el mando a distancia en el sofá sin prestarle atención. Por suerte, Flash se había convertido en un experto en ignorar sus impulsos por completo. Con un bostezo, puso en marcha la cafetera y esperó, mirándola fijamente hasta que el led se iluminó en verde. No se había molestado en vestirse todavía, aún enfundado en la camiseta de tirantes y los calzoncillos que le habían hecho de pijama. Era demasiado pronto para estar despierto un domingo por la mañana pero los hábitos a veces eran difíciles de romper. Apenas se acababa de tomar el primer café del día cuando el timbre resonó con insistencia.

–¿Qué he hecho para merecer esto? –murmuró al ver a Brock a través de la mirilla esperando de brazos cruzados al otro lado de la puerta.

Lo último que necesitaba era tener al Brock de carne y hueso tan cerca cuando el sueño de esa noche seguía demasiado fresco en su mente. El simbionte pareció cobrar vida renovada ante la visión de Eddie. Con un suspiro, Flash abrió la puerta.

–¿Cómo me has encontrado? –preguntó a la defensiva.

Eddie se lo quedó mirando fijamente, las manos en los bolsillos de sus tejanos. Flash nunca se había fijado en el color de sus ojos, de un azul cristalino que recordaba al cielo de mediodía. La sudadera gris estaba claro que había visto mejores días.

–Me encantaría decir que por mis increíbles dotes periodísticas, pero eres un maldito héroe de guerra. No ha sido tan difícil –Eddie gruñó–. ¿Me vas a dejar pasar?

Flash lo miró de reojo, pero se apartó dejándole vía libre. El Otro parecía vibrar bajo su piel, ansioso por tener a Eddie con ellos, dónde podían protegerlo.

–No esperaba que te hubiesen dejado ya en libertad –Flash comentó con fingido desinterés cerrando la puerta del apartamento.

–No me he fugado, si es lo que preguntas –Eddie espetó–. Necesito ayuda y Ve parece confiar en ti pero supongo que me he equivocado al venir.

–¡Eddie! –El simbionte se manifestó en una maraña de filamentos azabache que se trenzaban sobre sí mismos. El horror lovecraftiano alargó sus garras y envolvió a Eddie en un abrazo. Por un momento Flash pudo vislumbrar retazos de emociones confusas. Ansiedad. Ira. Desesperación. Y luego nada–. Podemos ayudar. ¡Eddie! ¡Podemos ayudar!

–¿Quieres un café? –Flash sacudió la cabeza, lo que era capaz de hacer por su simbionte–. ¡Y siéntate! Me estás poniendo nervioso ahí de pie.

Eddie refunfuñó antes de dejarse caer en el sofá. Flash se lo quedó mirando mientras Brock hacía zapping entre los distintos canales sin decidirse por ninguno. Cogiendo otra taza de la alacena, sirvió otros dos cafés.

–¿Cuánto tiempo lleváis juntos, Thompson? –La pregunta lo pilló desprevenido e hizo que parte del café se derramara manchando la mesilla.

–¿Casi un año? –Flash respondió dubitativo.

–Casi un año. –Brock se dejó caer contra el respaldo del sofá y recorrió su cabello con sus dedos–. Y no habéis tenido episodios. –Era la voz de un hombre que había perdido toda esperanza.

Viviendo con nuestros pecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora