Me lo merecía, sin dudas era el karma. No podía culpar a nadie por todo lo que me estaba pasando.
La muerte de una de las personas más importantes para mi.
Ser secuestrada y maniatada en una maldita y asquerosa mazmorra.
Eso era parte mi karma, karma por todas las personas que habían muerto en mis manos, algunas muertes que no tuvieron que ser, pero yo deseaba que sucedieran.
Bien podía escapar y matar a todos, pero estaba devastada. No quería escapar, quería sentir este dolor, quería auto castigarme por todas las cosas malas que había hecho.
Ja, ni con todo el tiempo que me quedaba de vida podría castigarme por todo lo que hice, pero por algo se empezaba.
Yo solo quería que el dolor cesara, pero no el dolor físico, si no otro tipo de dolor. Un dolor indescifrable, ni siquiera sabía de donde venía, solo sabía que me consumía viva.
—¿No piensas pelear Na-bi? — pregunto mi secuestrador llamando mi atención, este llevaba más de media hora soltándome choques eléctricos de alto voltaje.
No respondí, solo negué con la cabeza.
Tiro las tenazas que me conectaba para pasarme electricidad.
—Jodida mierda, ¿podrías por lo menos fingir que te duele o que estas sufriendo? — pregunto con hastío aquel hombre.
Pobre, se le veía angustiado. El quería verme sufrir, que gritara, llorara, suplicara o algo, quería ver mis reacciones, pero yo ya estaba acostumbrada al dolor, por lo menos físico y mental.
Sí, me dolían los choques eléctricos, pero había sufrido por lo menos unas 30 veces más que unos simples choques eléctricos.
Nadie podía doblegarme. Me enseñaron a convertir el dolor en el motor de mi vida, en todo caso lo que él estaba haciendo estaba lejos de llamarse tortura para mí, era más echarle gasolina a mi motor, hacerme más fuerte.
—Dejemos de jugar quieres— dije hablándole a mi secuestrador por primea vez en los dos días que llevaba secuestrada —méteme en una bañera con hielo y electrocútame ahí dentro, o bien podrías márcame con un fierro caliente, o hacerme cortes por todo el cuerpo y luego ponerles sal a los cortes, no sé, pero haz algo por el amor a Dios que me aburro— manifesté con un tono aburrido a mi secuestrado —estoy a nada dormirme, lo digo en serio— agregue fingiendo un bostezo.
—Me dijeron que eras una enferma, pero no creía que lo fueses tanto— respondió mi secuestrador ante mis palabras con claro asombro.
Me encogí de hombros, necesitaba dolor y él no me lo estaba dando.
—No seguiré torturándote...—ante aquella declaración abrí los ojos de par, ¿Pero qué cojones le pasaba?
Le di ideas para hacerme sufrir, ¿Qué no era lo quería?, ¿Hacerme sufrir hasta rogar?
Es un idiota —... ya que veo que el dolor te gusta, en vez de eso te leeré un cuento de princesas, ya que al parecer, te fastidia estar aburrida y a mí me agrada fastidiar— termino lo que estaba diciendo y mis ojos amenazaron con salirse de mi cara.
Cabronazo de mierda.
—Inepto, mejor dime que no sabes torturar personas y no me salgas con que aburrirme me fastidia— conteste mintiendo antes sus palabras con arrebato.
Negó con la cabeza —Esto será muy divertido— anuncio quitándose los guantes y saliendo de la mazmorra.
—¡Hijo de la gran puta! — grite a su espalda.
Cuando lo vi regresar con una pila de libros de auto ayuda y suicidio, empecé a trazar un plan para salir de ese lugar lo más pronto posible, porque yo podía vivir del dolor, pero jamás del puto aburrimiento, además, dudo que quiera retenerme aquí, dada mi reputación tendría que estar con una camisa de fuerza, alejada de cualquier objeto corto punzante, mis manos y pies esposados con cadenas, vendaje en los ojos y un bozal, no media amarrada con una cuerda en una silla de metal rodeada de armas.
No por nada decían que yo era la Diosa de la muerte, ese apodo me lo había ganado a pulso.
Esto solo era un juego.
—Que esa cabecita tuya ingenie un plan para escapar rápido, porque el jefe ansia conocerte y no quiero estar mucho rato con una enferma como tú— dijo el secuestrador abriendo un libro sobre el suicidio, confirmando mis sospechas.
Le sonreí.
El no saldría vivo de aquí.
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Muerte Roja. ©
ActionNadie sabía con certeza quien era Morana. Ni mucho menos de dónde había salido. Lo único que se sabía con certeza es que su apodo lo tenía bien merecido; "La Diosa de la muerte" Desde que su padre la vio la primera vez luego de nacer, supo que Mora...