Salvavita

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Era sábado, Alberto y Massimo pescaban juntos como todos los días bajo el sol de septiembre, que aún era muy fuerte, calaba con dureza por ser mediodía. Massimo sentía la piel reseca por la sal y el calor, por otro lado, Alberto estaba muy fresco, nadaba en la fría agua, moviéndose alrededor de la pequeña embarcación recogiendo las redes con la pesca del día. Massimo observaba al chico trabajar, su presencia era muy útil, puede que se las hubiera arreglado solo por muchos años, pero ser un pescador con un solo brazo no era trabajo fácil, Alberto aliviaba su carga y también su soledad.

Ese día, las redes estaban muy llenas desde temprano, el bote se hundía ligeramente con el peso de Massimo y todo ese pescado.

-Creo que es buen momento para regresar, Alberto- dijo Massimo, observando la pesca del día -Es suficiente trabajo por hoy, además el sol es muy fuerte-. Antes de Alberto, Massimo se tomaba todo un día en pescar la mitad de lo que conseguía ahora en solo una mañana, era un buen cambio, aunque seguía siendo raro tener que alejarse de su amada mar desde tan temprano.

-Adelántese, Signor Massimo, yo quiero seguir nadando un rato, hace calor y me hace falta sentir más el agua- Le contestó Alberto mientras nadaba de espaldas y le sonreía al gran hombre.

-No se preocupe, Signor, me acercaré más a la playa, no quiero terminar estorbándole a los otros pescadores. Usted váyase sin mí, lo alcanzaré en rato para limpiar el pescado- Dijo sumergiendo todo su cuerpo en el agua. Massimo solo asintió y comenzó a alejarse.

Alberto nadaba por debajo del agua hacía la costa, desde donde pudo ver a un grupo de niños que nadaban y jugaban en el mar, podía escuchar sus risas. Los niños del pueblo lo adoraban, ellos se acostumbraron más fácil a jugar con un monstruo marino entre ellos, sus madres eran otra historia. Pero, a fin de cuentas, lo aceptaron, Alberto era un chico raro, pero tenía sus encantos igual. Pensó que sería buena idea ir con ellos y jugar un rato, se merecía algo de diversión.

Nadaba sin prisas, viendo como un niño pequeño, de bañador azul se alejaba demasiado de sus amigos, eso era malo. El niño se acercaba a una zona rocosa, con muchas olas, eso era peor. El niño parecía batallar con la corriente, malo, muy malo y se notaba como se hundía, podía ver sus movimientos desesperados por salir de ahí, pero estaba muy lejos, ningún otro niño podía verlo. Alberto comenzó a nadar lo más rápido que podía hacia él, en un segundo tenía al niño en brazos, lo sacó a la superficie del mar, sabía que debía tomar aire y llevarlo rápido a la orilla. El grupo de niños por fin volteo hacia donde estaban, solo alcanzaron a ver una mancha morada que, a gran velocidad, cargaba al pequeño niño inmóvil, vieron como lo dejó en la orilla y como comenzó a golpearlo fuertemente en el pecho. Era una escena fácil de malinterpretar y el miedo se apoderó de ellos.

En definitiva, Alberto no sabía qué hacía, nunca se había ahogado y no sabía cómo funcionaban los humanos exactamente. Solo actuó por instinto y pensó que, si los humanos se llenaban de aire en la superficie, en el agua, donde no había nada de aire, se llenarían de agua y eso no era bueno para ellos, debía sacársela, aunque fuera a golpes. Tal vez era muy fuerte, pero funcionó, el niño comenzó a toser y también a vomitar el agua que había tragado. Una vez vacío, comenzó a llorar y se abrazó de Alberto. Mientras que los otros niños, que acababan de volver del mar, llegaban a la orilla y los veían fijamente, completamente aliviados.

Un hombre se acercó al balcón de su casa, escuchando el llanto del niño.

-Che diavolo sta succedendo? - Gritó desde el balcón

- ¡Alberto salvó la vida de Matteo, señor Costa! - Grito una niña de cabello castaño y bañador rosa, con una enorme sonrisa. El rostro del hombre se llenó de asombro y admiración, se volteó y grito al interior de su casa - ¡Lia, el niño pez es un héroe, rápido, cuéntaselo a los vecinos, merece una condecoración! -

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