Corazones Negros La Lanza Rota

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Los Corazones Negros  

Vol. 2 La Lanza Rota  

Autor: Nathan Long  

Warhammer Fantasy  

Capítulo 1  

Un instrumento que aún no ha sido puesto a prueba  

Y lo había hecho. Manfred se había sentido tan impresionado por la manera poco ortodoxa en que Reiner y sus compañeros habían logrado escapar de los aprietos en que se encontraban, por su capacidad para adaptarse y sobrevivir a cualquier situación, y por la absoluta desconsideración que mostraban hacia lo que los hombres respetables definirían como correcto e incorrecto, que había decidido convertirlos en agentes del Imperio tanto si lo querían como si no. El país, dijo, necesitaba corazones negros que no retrocedieran ante deberes poco honorables. Así pues, había ordenado a su brujo personal que borrara la marca que los señalaba como desertores contra los que podía dispararse sin más y que, por tanto, los inutilizaba como espías, y a cambio los había sometido a su voluntad con un método mucho más sutil.  

Les había envenenado la sangre.  

Se trataba de un veneno latente que permanecería dormido en su interior a menos que intentaran abandonar el servicio de Manfred o traicionarlo, en cuyo caso se leería un hechizo que lo activaría y los mataría allá donde estuvieran, dentro o fuera del Imperio.  

Mientras acomodaba su compacto cuerpo en el ajimez de la buhardilla y miraba los tejados de Altdorf iluminados por la luna, Reiner pensó que algunos se habrían sentido contentos con el arreglo. Manfred los había instalado en la casa que poseía en la ciudad y les había dado plena libertad de movimientos dentro de ella, cosa que les permitía leer en la biblioteca y practicar con las espadas en el jardín, además de proporcionarles camas confortables, buena comida y criados obsequiosos: una vida cómoda en unos tiempos de penurias y guerra, cuando muchos ciudadanos del Imperio estaban mutilados, morían de inanición y no tenían un techo sobre la cabeza al que poder llamar hogar, pero Reiner la odiaba.  

La casa podía ser un compendio de comodidades, pero continuaba siendo una prisión. Manfred quería que la existencia del grupo se mantuviera en secreto, así que no se les permitía salir de sus muros. A Reiner lo torturaba saber que Altdorf estaba justo al otro lado de la puerta y él no podía salir. Los burdeles y salas de juego, los fosos de lucha de perros y los teatros que él llamaba hogar estaban a la distancia de un paseo. Algunas noches oía canciones y risas e incluso el repiqueteo de los dados, pero no podía llegar a ellos. Lo mismo habría dado que estuviesen en Lustria. Aquello era una agonía para él.  

Y para los otros el sufrimiento no era menor. Cuando Manfred había reclutado a los Corazones Negros les había prometido acción misiones secretas, asesinatos, secuestros , pero durante los últimos dos meses no habían hecho más que permanecer sentados a la espera de unas órdenes que no llegaban, y esto los volvía locos por tener algo de actividad. Reiner no se regodeaba con la idea de arriesgar la vida y la integridad física por el Imperio que lo había acusado falsamente de ser un brujo y un traidor, pero esto de esperar interminablemente a que lo enviaran a la muerte era un sufrimiento, un infinito aburrimiento desquiciante que hacía que él y sus compañeros se lanzaran los unos al cuello de los otros. Las conversaciones intrascendentes estallaban de modo súbito en discusiones a gritos o acababan bruscamente en malhumorados silencios. Aunque todos le caían bien, las peculiaridades y manías de los compañeros que en otra época le habían resultado divertidas, ahora lo irritaban sobremanera: las mordacidades y chanzas de Hals, la costumbre de Pavel de aclararse discretamente la garganta antes de formular una pregunta, las quejumbrosas afirmaciones de Giano respecto a que todo era mejor en Tilea, y por lo que respectaba a Franka...  

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⏰ Última actualización: Mar 12, 2015 ⏰

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