Cuando entró por la puerta, el olor a polvo y escasez de ventilación le recibió, invadiéndole las fosas nasales con fuerza La sastrería de su abuelo llevaba años cerrada, desde que la salud de este había empezado a deteriorarse y habían decidido que la hora de su jubilación había llegado. Toda su familia había insistido en que alguien podía hacerse cargo de la sastrería, o que igual podían venderla, pues estaba situada en una buena zona de la ciudad, pero su abuelo había rechazado cualquiera de las propuestas.
Jenn, por su parte, siempre había apoyado a su abuelo, ya que, de pequeña, adoraba pasar las tardes en la sastrería, corriendo de un lado para otro ante la falta de clientes, sentándose en la butaca de cuero marrón oscuro situado junto al pedestal en el que se ponían los caballeros a los que su abuelo confeccionaba trajes perfectamente manufacturados. Nunca supo cómo había sido la sastrería cuando su abuelo todavía trabajaba, pero su madre le había dicho que sus trajes eran de los mejores de Nueva Orleans y que confeccionó tantos a lo largo de su vida que ya ni recordaba el número exacto.
Dejó las llaves en la mesita del recibidor y tocó la tela del traje que aún residía en el maniquí de exposición. El roce de la solapa de terciopelo hizo que Jenn sonriera con tristeza. Pasó al interior de la sastrería, dejando de lado la zona destinada a la interacción con los clientes y abriendo la puerta central que permitía la entrada a la parte de manufactura. El taller olía a vainilla, tal vez por una de las numerosas velas que le había traído a su abuelo, producto de las tardes de verano en casa sin nada que hacer y demasiados libros de manualidades de la biblioteca de su hogar (así como una madre tan paciente como un santo).
Jenn observó todas las máquinas de coser que allí residían: una antigua Singer de rueda, impulsada por el movimiento del piel sobre un viejo y ya oxidado pedal, y una nueva y renovada Refrey, con motor eléctrico, producto de los avances de las últimas décadas, entre otras. La gran mesa de corte albergaba en su superficie gran cantidad de reglas, escuadras y cartabones, que su abuelo usaba para hacer los patrones de los trajes, en un papel de estraza cuyos rollos ya acabados se almacenaban en la parte derecha de la trastienda, junto a todos los maniquíes que su abuelo tenía. Eran de diferentes tallas para que todos sus clientes se sintieran a gusto, y algunos tenían capas de entretela acopladas que funcionaban como un aumento de masa corporal. Los hilos y demás utensilios como tijeras y lápices se encontraban en la estantería frente a la mesa de corte y en los cajones de la mesa. Tocó las telas y demás utensilios mientras pasaba a su lado, sintiendo con pena el tacto de su infancia y echando de menos la voz de un abuelo que le dijera que no se pinchara con ningún alfiler.
Era la puerta al final de la habitación la que llamaba la atención de Jenn. Su familia había permitido que tras la muerte de su abuelo, las posesiones de la sastrería quedaran a su disposición, o lo que era lo mismo, le habían encargado que vaciara el inmueble para poder venderlo y era eso lo que Jenn iba a hacer, por mucho que le costara despedirse de los recuerdos de su infancia. Pero antes de mirar todos los hilos, todos los utensilios y todas las telas amontonadas junto a los cuerpos inertes de los maniquíes, Jenn había decidido que iba a entrar en el almacén. Recordaba con amargura que su abuelo no le dejaba pisar el mismo, y que cada vez que necesitaba un botón nuevo o más tela de algún tipo, entraba y salía con sigilo, cerrando la puerta con llave antes de que Jenn pudiera meterse dentro y guardándola en el bolsillo de su pantalón mientras los grandes ojos infantiles se apagaban.
Miró la vieja cerradura. Llave. Necesitaba una llave. Volvió a la entrada y cogió el manojo de llaves que esa mañana le había cedido su madre. Buscó entre ellas la forma que se le había quedado grabada en la memoria y cuando la encontró no pudo evitar sentir que el corazón le daba un vuelco. Abrió la puerta lentamente, notado cómo esta rechinaba ante los años de sequía, sin nadie que echara aceite en sus bisagras. Iluminó la estancia con una luz débil al pulsar el interruptor y no encontró lo que esperaba encontrar.
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The Diary (EXO)
Fanfiction"Estimado lector: Desconozco la circunstancia que le ha llevado a encontrar este pequeño diario, pero si ha sido usted capaz de ello, espero que disfrute de la lectura. Sin embargo, antes debe recordar algo: A veces podemos pasarnos años sin vivir e...