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La guerra entre el reino y el Páramo por fin había terminado. La boda de Aurora y Phillip fue una bellísima ceremonia y todo el reino se regocijó con la unión. Finalmente los seres mágicos y humanos vivirán en armonía.

Maléfica llevó a los suyos al páramo, dándole a las hadas la libertad que merecían desde que se vieron obligadas a esconderse del mundo al que pertenecían. Parecía marchar todo bien, ¡La paz podía olerse incluso! Aún así, con tanta felicidad, es imposible mantener a todo mundo contento.

El joven Diaval se hallaba recostado a la orilla del agua, disfrutando la fresca brisa que llegaba a él cuando el viento soplaba. Veía en lo alto a todas las hadas reír y celebrar, incluyendo a Maléfica, quien al notar la mirada de su siervo y amigo, inclinó suavemente la cabeza en saludo, recibiendo lo mismo antes de volar aún más alto con unos niños a su lado.

Las tías de Aurora se aproximaron despacio a las espaldas de Diaval, notando esa triste aura a su alrededor. Se preguntaron de inmediato qué podría pasarle al cuervo, y no perdieron tiempo en querer sacarse la duda.

– ¿No deseas ir a volar con Maléfica? – Preguntó la pequeña rubia tomando asiento en la rodilla de Diaval. – Estoy segura de que un buen vuelo alegra a cualquiera.

– ¿Es normal sentir el deseo de volar, pero...no de ESE tipo de vuelo? – Dijo Diaval, señalando a las varias hadas que volaban los alrededores del páramo. –

– Creo que ya perdió un poco la cabeza...– Susurró la segunda hada. –

– No lo entenderían, señoritas. Si me disculpan. – Dió una leve reverencia antes de marcharse. –

Caminó un par de minutos antes de cruzarse con un par de criaturas más que volvían del reino gracias al puente que ahora los unía, pero realmente no deseaba ir a Olstead como ellos. –

– Algo sucede, no puedes engañarme. – Habló sin aviso Maléfica, dejándose caer suavemente de su vuelo hasta quedar al lado de Diaval. –

– Me siento...perdido, mi señora. Jamás he tenido esta sensación de vacío, incluso con todos felices a mi alrededor.

– Si la felicidad no llega a ti, sal a buscarla.

– ¿Realmente me está diciendo que salga a buscar eso? ¿Cómo sabré que ya la encontré? No creo poder...

– Lo sabrás, créeme. – No dijo ni una palabra más antes de mover su mano y transformarlo nuevamente en cuervo. – Ve, es una orden. Encuentra lo que tanto te falta. No quiero a un Diaval deprimido todos los días en el Páramo. Te di capacidad temporal para que tomes tu forma humana sin mi ayuda, de ser necesario.

Diaval soltó un intento de risa antes de alzar vuelo y perderse en lo alto, alejándose de Olstead y su hogar.

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A muchísimos kilómetros de ambos reinos (y de vida humana en sí) se hallaban dos ciervos bebiendo agua de un claro, iluminado únicamente por la luz de la luna que le daba cierto toque mágico. Podían verse bien los pequeños peces de mil colores nadar tranquilamente, a las luciérnagas pasear cerca de aquellos animales con sed, una pequeña cascada no muy lejos se podía oír y una suave brisa nocturna movía suavemente el césped y los árboles. La noche perfecta para cualquiera que pudiera verla.

En la imagen pronto se colaron pétalos violeta que caían de un árbol cercano, uno nunca visto por un humano. Sus ramas se extendían hasta casi no verse, su corteza poseía un tono similar al de sus pétalos y de él colgaban algunas lianas brillantes. Una combinación de árbol de cerezo y sauce llorón, muy raro y hermoso a la vista.

Lo que pronto se notó es que aquellos pétalos no eran nada más y nada menos que pequeños seres que volaban felices en aquella noche, dando pequeños chillidos cuando llegaban al suelo y se encontraban con sus amigos. En el agua, los peces dejaron de ser aquello que uno esperaba para convertirse en diminutas ninfas que pronto comenzaron a convivir con las hadas de aquel árbol.
Más y más seres llegaban, todos similares al páramo, pero con algunas características distintas que debían notarse muy de cerca para poder decir cuáles eran.

En este precioso lugar, donde sólo logramos ver una parte, no habitaban únicamente aquellos seres que se reunían alrededor del claro, sino que también era el hogar de cierta joven de cabellos cafés y hermosos cuernos igual de oscuros. Ellos eran adornados por blancas flores que en el centro poseían piedras tan hermosas cual diamante, logrando que sus cuernos brillen al dar con la luna. Su vestido rosa pálido, arrastrado por el suelo y sus pies descalzos, disfrutando el fresco suelo.
Las criaturas volaban a su alrededor felices por su llegada, dejándole un sitio especial bajo el gran árbol.

Las horas pasaron rápido, dando paso al sueño de gran parte del bosque, por lo que cada criatura se fue alejando para encontrar un sitio agradable y cómodo en el que dormir. La joven aguardó a que todos estuvieran en sus lugares antes de soltar un suave suspiro. Algunos dirían que fue por cansancio, otros por aburrimiento. La realidad es que ni ella sabía bien lo que sucedía, por más que buscase en el fondo de su corazón.


El bosque se apagaba poco a poco por las luciérnagas que se alejaban, dejando como único brillo la luna.
Decidió relajarse y recostar su cuerpo aún bajo el árbol, quitándose su larga capa oscura para cubrirse de la fresca brisa.
Jamás dormía de espaldas por las cicatrices de su pasado que la visitaban y no le permitían dormir. Era una tortura pasar siempre por lo mismo, ver los rostros de quien más daño le hicieron. Como deseaba haber tenido una niñez más simple y tranquila.

Sus párpados ya caían, el calor de su capa la envolvía y los grillos cantaban para ella. No importó al final, la noche tenía otros planes.
Las nubes fueron atravesadas por una mancha negra que se acercaba tranquilamente al bosque, cortando el sueño de la joven.
Su atención fue hacia el animal que pronto se encontraba en la otra orilla del claro, bebiendo algo de él con ansia. Su viaje debió ser largo, pensaba.

Gateando se acercó a la orilla como él, quedando únicamente separados por el agua. El ave aún no notaba los brillantes ojos miel que lo observaban con curiosidad, al menos no hasta que se alejó con intención de alzar vuelo una vez más y la voz de la castaña lo detuvieron.

– ¡Espera! – Se puso de pie casi al instante en que notó que el cuervo quería irse. No comprendía su actuar, pero estaba fascinada con la llegada de alguien nuevo. – No te vayas aún.

El ave se mantuvo quieta en espera de más palabras, pero ninguna salió.
¿Debía mostrar su forma humana? ¿La chica podría asustarse? ¿Por qué deseaba acercarse más? Todas esas preguntas rondaban la cabeza de Diaval. Su viaje fue realmente largo, apenas si alguien le dirigía la palabra cuando paraba en distintos pueblos a descansar o tratar de encontrar aquella felicidad. Su camino fue difícil, y este bosque tan encantador era lo más familiar y acogedor que había encontrado hasta ahora.

"Es ahora o nunca" se dijo a si mismo el cuervo con la idea de ser humano ante la joven, pero ella lo detuvo.

– No te había visto antes...en realidad, nunca veo algo más allá de este bosque desde hace varios años. En fin, ¡Soy Maeve! Bienvenido a Celtion.

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𝐏𝐥𝐞𝐚𝐬𝐞, 𝐋𝐨𝐯𝐞 𝐦𝐞 𝐅𝐨𝐫𝐞𝐯𝐞𝐫 › Diaval y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora