Prefacio

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Me encontraba haciéndome unas trenzas, sentada en una esquina de mi cama. Jenna, mi niñera y mi segunda madre, me había enseñado a hacerlas las vacaciones pasadas cuando fuimos a la casa de mis abuelos y en donde tuve mi primera gripe (falté a clases durante una semana). Era bastante fácil y además, mamá ya no me pegaría por tener mi cabello tan desordenado.

Algo muy común en ella, ya que el aprecio que tiene hacia mi hermana Matilda, de cinco años, la hizo olvidarse completamente de su otra hija, de apenas once. Terminé enredando mi cabello ya que estaba distraída, de nuevo. 

Nadie quería a una hija así y yo lo sabia muy bien. Una de la razones por la que mi madre me dice que tengo esa extraña enfermedad de TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), nunca quise saber de ella ni tampoco pretendo hacerlo. Por esa razón, mi madre me obligó a abandonar la escuela a los diez años.

Ya que la profesora Miriam, Consejera Vampírica de la escuela HillJoke argumentaba que no prestaba suficiente atención a su clase (mintiendo acerca de mi supuesta enfermedad), pero nada era cierto, el problema fue porque mis padres se negaban a pagar la cuota y la donación de sangre que se le hacia a cada niño todos los años (lo cual me parece bastante injusto). No fue justo para mis padres y tampoco para mí, pero era una de las mejores escuelas en el pueblo y perdí una gran oportunidad.

Como ella había dicho: "Beatrice Hereford, tienes prohibido volver a poner un pie en la Institución". Nunca le doy la razón a una mujer que usa batas negras para dar miedo, por lo tanto, no presté mucha atención a su advertencia.

Jenna entró en mi habitación, su era cabello largo y rubio, su rostro era digno de una muñeca. Era pálida y sus largos colmillos asustaban a cualquiera, por esa razón trabaja de niñera ya que no se aceptan vampiros, muy a menudo. La gente es muy miedosa y no acepta la realidad, los vampiros no son muy queridos aquí, por sus extrañas costumbres y sus formas de expresarse.

Hasta el humano mas pedante y aterrador, tiene miedo de ellos.

Si eres un vampiro, te tratan como si tuvieras una enfermedad contagiosa y fueras a propagarla. No dejaban a Jenna entrar a tomar un helado conmigo porque las personas iban a mirarnos todo el tiempo y asustaría a clientes, por razones casi racistas, supongo.

El tiempo cambia, ya no estamos en el siglo XIX, deberían madurar. Aunque, todavía soy muy joven para saber la historia completa del día mas emocionante de la humanidad, cuando todo misterio se reveló y todos los seres fantásticos abandonaran las sombras, para caminar tranquilamente por las calles como otro humano. Otra de las razones por las que me enorgullezco de ser quien soy, es mi forma de hablar. Muchos me lo dicen, mis actitudes no son acordes a mi edad.

Volviendo al tema, nunca aceptaron a Jenna. Pero yo sí, ella sabe que no tiene que hacerme daño y se niega rotundamente a la sangre, provocando que sus ojos se vuelvan totalmente blancos. Hablé con ella acerca de ello, ya que escuché que la perdida de color significaba falta de alimento, pero lo negó rotundamente (solo espero que no lo haga por mí, sino por ella misma). Desde que la conozco prometió no probar de nuevo sangre humana, solo de animales.

Porque nadie puede negarse a comer, las personas no pueden pasar su vida muriéndose de hambre y no permitiré que ella lo haga.

—Linda, debemos irnos —susurró Jenna, podía notar que el color de su iris volvía a aparecer. Comenzó a golpear su pie contra el suelo un par de veces, algo muy común en ella cuando está nerviosa—. Tus padres, ellos quieren que vayas a la escuela.

Salté de mi cama entusiasmada, era hermoso. Siempre había sido extraña solo por el hecho de amar la escuela, pero que lindo seria volver.

—Si, quiero volver. Mi lugar es allí, donde podré socializar y leer todos los libros que quiera —grité dando pequeños saltos—, seria magnifico.

BeatriceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora