Mi compañero anterior y yo teníamos una relación, por decir algo, distante. Durante un tiempo, al principio, intentó demasiado que nos llevemos bien. No me gusta sentirme obligado a reírme de cosas que no me dan gracia o hablarle a alguien con quien no me llevo. Sus intentos fueron extenuantes, al punto en que un día le dije las cosas como eran para mí. Lo odió y de ahí en más buscó siempre evitarme.
Luego abandonó el internado. Había caído en una profunda depresión a causa de verse separado de su familia. Aunque también descubrí que en primer lugar entró al instituto por exigencia paternal y no gracias a un deseo personal. Al terminar de caer en la cuenta de que ingresar a la Third Force, por lejos o cerca que estuviera aún de lograrlo, significaba renunciar a un sinfín de cosas que amaba, no pudo tolerarlo. Supe que huyó de casa, además. Y desde luego sentí una culpa terrible.
Me replanteé muchas cosas en esas vacaciones, cuando volví a casa. Había estado siendo perfectamente indiferente a una persona herida, quién sabe si no estaba buscando una amistad que le hiciera cambiar de opinión o sirviera en parte de consuelo. Y fui un idiota. Por ello, por la culpa, llegué al inicio del año pensando en poner algo más de mi voluntad en formar, aunque fuera de manera ocasional, una relación cuasi amistosa con el nuevo compañero. A pesar de no sentirme cómodo, quería darle comodidad al recién llegado.
Pero de pronto ese tipo resultó ser Alex Shwan. Comprensivo, bueno escuchando, amigable. De inmediato vio mis intenciones y debió detenerlo-. No te sientas obligado a ser mi amigo -decía. Al poco tiempo lo éramos en verdad. Me sentí lo bastante seguro como para contarle cosas entre las que apareció ese percance con el chico que antes ocupaba su lugar. Le confesé el terror de no saber en absoluto qué había pasado con él, porque podía haber decidido acabar con su vida y yo jamás lo sabría. Quizá no había ocurrido, quizá sí y carecía de responsabilidad en ello, mas no era eso lo que pensaba.
Antes de siquiera notarlo ya le había mencionado mis intenciones de ingresar a Mehen, los problemas para controlar mis dones, la falta de amigos reales en mi vida y ciertos intereses que la mayoría consideraba extraños. Decía que le encantaba mi idea de hacer con mi habilidad algo distinto y que ayudara de manera directa a las personas, que me entendía porque él descubrió los suyos casi en la primera infancia y había hecho enormes desastres intentando aprender a usarlos, e incluso que a él le pasaba lo mismo, su madre había sido médica de asistencia humanitaria y toda la vida viajó de aquí para allá a través de la galaxia, así que no tenía ningún amigo memorable. Sobre mis gustos, en especial por las teorías conspirativas, admitió no ser del todo partidario pero a su vez considerar algunas bien fundamentadas. Y, cuanto mínimo, se le hacían en extremo creativas e interesantes.
Llegué a creer que fuera una clase de espía, pues sonaba demasiado perfecto para ser real. Era la primera vez que alguien me generaba genuino interés y no de un modo romántico. Porque lo descubrí un libro de cuentos. Hablaba de mundos fantásticos y paisajes maravillosos, de lo que vio en sus viajes de la infancia, del modo en que estos lo llevaron a adoptar un modo tan poético de ver la vida. Le encantaba leer y tenía un gusto culposo por la moda responsable de darle un estilo propio que, me parecía, pegaba perfecto con él.
Más temprano que tarde descubrí lo fácil que era hablarle de cosas antes nunca dichas, creyéndome incapaz hasta de pensarlo ni por todo el dinero del mundo. No había pena, no había miedo, no me sentía criticado y él en verdad parecía no tener juicio alguno sobre lo que le contaba. Además de su infinita paciencia respecto al descontrol de mi voltaje.
Descubrí un primer dejo de su poder cuando tuve una gripe terrible, algo así de un mes y medio tras empezar la temporada. Mis estornudos, incontrolables, llegaron al punto de generar descargas disruptivas entre mi cuerpo y todo aparato eléctrico cercano. La corriente que genero a mí no me hace daño, pero al resto podría. Y cuando desperté ardiendo en fiebre al punto de casi perder la consciencia, convulsionando por las propias descargas, Alex se encargó de retenerme hasta que llegaran los médicos a verme. Al día siguiente, cuando lo vi, no tenía una sola marca, ni quemadura, ni parecía sentir malestar alguno.
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Alex Shwan ©
FantascienzaEn un mundo donde todos poseen cualidades sobrehumanas aún existen personalidades que destacan. La fama persigue a Alex desde que llegó y son miles quienes lo admiran por su poder, lo veneran por su desinteresada forma de ser o le temen por el aire...