Capítulo IV

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No era de esperarse: ¿quién haría algo así sabiendo que podría ser descubierto?
Mis piernas no avanzaban, estaba temblando. ¿Debía de esconderme o enfrentarlo?
Muévete, pensé, viene hacia acá.
No podía, simplemente no podía.
Pero alguien llamó a la puerta y me giré para ver de quién se trataba.
Era la señora Agia, quien traía consigo una bolsa negra y estaba en pijama.
¿Qué hacía aquí a esta hora?
-¡Deker! ¿Estás ahí? Ábreme, soy la señora Agia, cariño. Tengo algo importante que decirte.
¿Sobre el ladrón que está dentro de mi casa?, pensé. Sí, ya es muy tarde para eso.
No hablé, y no era porque no quería, sino porque no podía. Literalmente aquel grandulón estaba en mi cara, no podía simplemente gritar y salir de la casa. ¿Y si tenía un arma y me disparaba?
No quiero morir, pensé, el próximo mes tengo que ir a los juegos olímpicos; quiero conquistar a la chica de mis sueños; deseo conocer el mar.
Hay tantas cosas que quiero hacer antes de morir.
Y no podía permitir que eso suceda. No podía y ni quería morir.
Y entonces mis piernas lograron entender el mensaje y me llevaron hacia el segundo piso, con cautela y silencio.
Fui a mi habitación y prendí mi celular.
Habían bastantes mensajes de mamá y cuando quise responderle, ya no había señal.
-¿Qué?-susurré-. No.
La policía llegará en cualquier momento, pensé, mamá lo dijo. Solo debo esperar.
¿Y qué pasará con la señora Agia? ¿Y si el ladrón la encontraba? ¿Y si la mataba?
Volví a escuchar su llamado.
-¡Deker! ¡Ábreme!
Para cuando quise salir de mi habitación, divisé una luz amarilla en la habitación de mis padres.
Él ya había subido al segundo piso.
Mierda.
En un rápido movimiento de querer pasar hacia el lado de donde se ubicaban las escaleras, apagué mi lámpara al darme cuenta de que él se había asomado por el pasillo. No le dio mucha importancia hacia donde estaba yo y siguió buscando por las habitaciones.
¿Qué busca?, pensé. Como sea.
Agarré con fuerza la pistola de papá, que sabía que, aunque no se me caía de la mano y la estuviera agarrando con firmeza, mis manos estaban temblorosas y con unas cuantas gotas de sudor; igualmente aprete el garre que tenía con la lámpara de la mano contraria.
Llegué a la entrada y abrí la puerta con cuidado de no hacer ruido.
Y ahí estaba: la señora Agia, con un mar de preocupación llenándole la cara, seguido de una alegría al verme.
-¡Deker!
-Señora Agia -susurré.
-Me alegro de que estés bien. Tengo algo que decirte.
-Yo también -dije, mirando a mi espalda para ver si aquel grandulón no me había seguido.
-¿Qué es?
-Bueno...-y entonces me giré para volverla a ver a los ojos y...
-¿Cariño? ¿Qué sucede? Parece como si hubieras visto un fantasma.
-No es un fantasma -susurré, paralizado y aterrorizado con aquella mirada que me penetraba infinitamente.
Y solté las cosas que tenía por el susto y lo señalé con mi mano temblorosa.
-...Está vivo.
-¿Qué?-susurró ella, volteándose lentamente para después encontrarse con el filoso y grande cuchillo de cocina que tenía aquel hombre.
Le había perforado el ojo, justo en mi cara.
El cuchillo había atravesado su ojo por completo, lo había destrozado; lo único que se veía era el mango del cuchillo siendo sostenida por aquel hombre de negro.
La sangre no tardó en aparecer y se fue deslizando por su delicado rostro, convirtiendo lo que antes era blanco a un rojo carmesí.
Y entonces ví en el reflejo que se creaba con la sangre de la señora Agia los ojos de aquel grandulón: era una mirada fría, penetrante, aterradora e impactante.
Me estaba mirando fijamente mediante los reflejos que se hacían ver por la sangre de la señora Agia.
No podía gritar.
No podía moverme.
Entré en pánico, abrí mi boca para gritar pero no salía nada.
Vamos, pensé, vamos, grita, corre, ¡huye!
Miré con intensidad sus ojos, así como seguí con mi mirada su mano derecha hasta llegar al ojo de la señora Agia: el ojo estaba ahí aplastado, como si le hubieras sacado el ojo a un pescado y lo hubieras abierto; era la mirada de un pez muerto.
Ella había muerto al instante. Y le selló la boca con un trapo para evitar que sus gritos se hicieran presentes.
Él movió el cuchillo de un lado hacia otro, queriendo sacar el cuchillo, pues se había atorado.
Si lo saca estoy muerto, pensé, ¡corre!
Mientras hacía ese movimiento, pude escuchar el sonido de cuando mueves unos intestinos; como si fuera algo viscoso; o la espuma de una barra de jabón; o incluso el sonido de unas sandalias de plástico nuevas.
Un pequeño trozo de la parte esclerótica se cayó, quedando al lado de la grande bota militar del hombre. Y este lo pisó.
El iris junto con la pupila tenía una enorme línea por la mitad; obviamente había llegado hasta el nervio óptico.
Miré la pistola de mi padre que habia tirado al piso.
Si le disparo todo terminará, pensé. ¡Vamos!
Y, como si todo hubiera pasado en cámara rápida, me lancé hacia el arma, pero justo cuando la toqué, aquel cuchillo que me tenía más aterrado me perforó la mano derecha.
-¡AH...!-puso un trapo lleno de sangre en mi boca para evitar que gritara.
Sentía un horrible dolor en mi mano.
Sentía que me quemaba. Era horrible, estaba llorando.
Me dolía demasiado.
-Shh -susurró-. Si te portas como un buen chico te trataré como tal -su voz era grave, varonil, potente, autoritaria. Y eso me hizo temblar aún más.
No podía soportar el dolor que se estaba generando en mi mano, pero agradecía el hecho de tener un trapo en la boca: podía morderlo para intentar aminorar el dolor.
Pero no era suficiente.
El cuchillo había atravesado mi mano de tal forma que se había quedado enterrado en el pasto, dejándome atorado, inmovil.
¡Dolía como el infierno!
Pude ver que agarraba a la señora Agia para después lanzarla como a una muñeca de trapo hacia los arbusto. No era tan notable su cadaver, pero sí la iban a encontrar tarde o temprano.
Había mucha sangre en el piso.
Y entonces guardó su cuchillo y se acercó a mí. Agachándose, dijo:
-No llores -puso su mano en mi mejilla, queriendo quitar las lágrimas-, todo estará bien.
Sus manos eran frías, iguales a su mirada.
Todo en él era frío.
Me dio un beso en mi mano herida y sangrienta una vez me quito el cuchillo; me dolió aún más, pero él dijo, antes de quitarme el trapo de la boca y ponérmelo y en la mano para evitar el sangrado:
-Si te atreves a huir...no dudaré en agregarte a mi colección.
Me quedé callado, llorando y con el dolor al máximo.
¿Moriré?, pensé. Pero hay tantas cosas que quiero hacer en esta vida. ¡La quiero vivir al máximo!
Me dio otro beso en mi ojo, pero lo tomé como una advertencia: "tus ojos son lindos, no quiero destrozarlos".

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