Prólogo.

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    Tu pecho sube y baja de prisa. Llevas cada uno de tus dedos hacia el borde del barril en el que estás metido, el material del mismo está ardiendo. Nunca habías sentido tanto calor. Pero el aire que se hace notar conforme el automóvil corre cada vez más rápido, pasa por encima de ti, ahora toma un sentido diferente a antes.

    No sabes que pasará, pero tienes poco tiempo. Mueves el bote, de un lado a otro aún con tus brazos y piernas temblando, sabes que el golpe dolerá y tendrás náuseas, pero a esas alturas es lo menos importante. Te mueves con desesperación y con discreción a la vez, estás mínimamente seguro que el conductor hará caso omiso. Cierras los ojos cuando ya no sientes que estás sobre el piso de la parte trasera del camión, sólo estás flotando. Después, un duro golpe. Giras sobre la hierba y las piedras hasta llegar al río. Tu cuerpo en una posición casi fetal ha causado que ya no sientas las piernas, pero debes de movilizarte rápido.

    Sales del bote de metal, tus pies sienten la agua del río a la altura de sus tobillos, al tratar de caminar se te dobla un pie, un dolor punzante se hace presente. Y más que eso, está el sol del día, fuerte. Te vas quitando la camisa que por mucho llevaste puesta y con desesperación la introduces entre las ramas de un frondoso árbol. En eso escuchas las sirenas de policía, lo que hace que te escondas bajo el puente y veas discretamente, son policías en motocicletas, alrededor de unos cinco.

    En los cuatro años que has estado en la cárcel por el asesinato de tu esposa, has adoptado la costumbre de hablar solo, pensar en voz alta. Así que cuando las patrullas se van alejando, comentas:

    —En cinco minutos, alcanzarán el camión. Revisarán cada bote y cuando no encuentren nada, volverán despacio, buscando minuciosamente. Eso les tomará diez minutos, lo que me da quince minutos. Tengo que moverme rápido.

    Haz logrado hacia la carretera y tragas saliva. Cuánto darías por agua, o por un cigarrillo, dices sin esperar ninguna respuesta más que ligero y ya discreto viento. Miras hacía el lado izquierdo de la carretera, no se ve nadie a la vista. Sin embargo, del lado contrario se escucha el sonido de un motor y música, lo que hace que voltees. Es un carro convertible.

    Suspiras, estás esperanzado, tanto que no piensas en las posibles consecuencias. Alzas la mano y la agitas de un lado a otro. El auto se detiene, el conductor, te mira con una sonrisa que al cabo de los segundos se desvanece cuando mira bien tu aspecto. No llevas camisa, tus pies están mojados. De igual manera te presta su ayuda.

    — ¿Hacia donde se dirige, amigo? —Te mira de forma casi despectiva, se abalanza un poco hacia delante—. No trae camisa. Suba. ¿Hacia donde se dirige?

    —Belfast.

    — ¿Hacia que parte de Belfast?

    —Al centro. —Te reacomodas un poco en tu asiento, mientras escuchas el sonido del motor rugir. Estás tenso, pero tratas de parecer lo más tranquilo posible. Extiendes tu brazo delgaducho por el borde del asiento—. Bonito tapiz.

    —Lo he reutilizado, era de una casa de campaña—Dice un tanto serio pero luego se nota la curiosidad a través de sus siguientes palabras—. Tiene los pies mojados, ¿Se metió al río?

   —Oh, sí. Eh, no ví cerca un puente cerca así que me metí.

   — ¿Y que hay de su camisa? ¿La perdió?

    —Me gusta estar cómodo—Haz soltado una risita aguda y nerviosa. Sus ojos saltones de color azul reposan sobre tu rostro, examinando cada facción tuya.

    —Si es así, se supone que su piel debería de estar más tostada—Resopla. Seguramente está consciente de lo incongruente que se está portando, de las preguntas que está haciendo. Tal vez ese es su estado natural, la curiosidad. Pero tú no estás acostumbrado a eso y mucho menos hoy. Tratas de guardar la calma—. ¿De dónde es usted?

    —Del noroeste.

    — ¿De dónde, exactamente?

    —De Liverp...¿Esto es un interrogatorio o qué? ¿De que se trata? Sabe que, pare esto, tomaré otro carro.

   —Sólo son simples preguntas, amigo—Te muestra una media sonrisa.

    Ahora suena la radio, nada más.

    Interrumpimos nuestra programación para dar el siguiente aviso; un preso se ha fugado de la cárcel. Su descripción es la siguiente: un metro con ochenta de estatura, cabello castaño, ojos pardos, nariz aguileña, labios prominentes y cara redondeada, cabello largo hasta los hombros y barba. Su nombre es George Harrison. Estaba cumpliendo cadena perpetua por el asesinato de su esposa en la Prisión de Magilligan cuando escapó en el barril de un camión hace diez minutos. 

    El hombre te mira mientras va alejando su pie del acelerador. En vez de mostrar miedo, sonríe victorioso.

    —Con qué es usted.

    Furia, desesperación, nervios, miedo. Todo eso ha influido en el que hagas tu mano un puño y golpees al desconocido justamente en el mentón. Ha quedado en shock, igual que tú, pero ha reaccionado, aunque de la forma más tonta posible; pone sus brazos en cruz frente a su rostro agachado, a la vez que te dice que no le dirá a nadie, pero es demasiado tarde para que confíes en él.

    Le das otro golpe y ahora él también está enojado, pero no puede, simplemente no puede pelear contigo. Da un golpe fallido, vuelves a propinarle un puñetazo en el rostro y esta vez se desvanece, cae sobre el volante. Entonces, se te ocurre sacarlo.

    Haces una gran bocanada de aire, ves lo que has hecho y desde entonces exhalas por la boca tan exageradamente, como si te hubieran tenido bajo el agua.

    Con tus manos, delgadas pero fuertes, lo tomas del cuello de la camisa que lleva puesta, abres tu puerta y lo sacas. Lo tiras con enojo al suelo, como si fuera un animal. Lo estás desvistes y arrojas con furia y rapidez la ropa hacia un lado, seguramente están por llegar los policías.

    Está semidesnudo, ahora lo escondes y tú te vistes con su ropa, y haces con tu ropa anterior exactamente lo que hiciste con la camisa al principio.

    Estás haciendo ya el último nudo con las agujetas de tus nuevos zapatos, cuando escuchas el crujido de los árboles. Alzas la mirada, es una mujer.

    Abres los ojos más de lo normal, ella te mira con tranquilidad. Te sorprende, pero más allá de ello, te hace sospechar que ya sabe tu situación y que planea hacer algo al respecto.

    —Suba a mi camioneta—Dice ella, luego de dejar escapar aire por las fosas de su nariz, había estado conteniendo la respiración.

   — ¿Quién es usted? ¿Policía?

   —Si lo fuera trajera una placa. Mi nombre es Jane Asher y sé quién es usted. Suba, le conviene.

   — ¿A dónde me llevará?

   —Belfast.

   Aún la sigues contemplando, indeciso, pero finalmente accedes.

    —Mierda...bien.

    —Métase bajo el asiento, lo voy a cubrir con la manta. Sólo, cuidado con las pinturas que están en el otro lado.

    Te acuestas bajo el asiento, de lado izquierdo están varios botes y cajas, del otro lado también. La chica cubre todo el asiento y pone algunas cosas más. Arriba está una pintura recién echa.

    Escuchas como ella cierra la puerta y se sube al asiento del conductor. Cierra su puerta y enciende el automóvil. Sientes como avanza y poco a poco vas cerrando los ojos, pensando en el ayer, hoy y mañana...










































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LA SENDA TENEBROSA━━━george Harrison.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora