Su sonrisa
en el reflejo empañado
de la ventana del autobús
se veía vacía,
y el chico de detrás
ocupó el lugar a su lado
y le prestó un auricular.
Y la chica dejó de sonreír
y comenzó a llorar,
pero ¿y qué?
llorar
no
duele
tanto
como
fingir
que
estás
bien.