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Antes del amanecer, decido salir del campamento para estar un tiempo a solas. Nunca fui de trabajar en equipo, de hecho, me gustaba más estar sola que con alguno de los delincuentes. Miraba el camino de flores amarillas que habían y me fue inevitablemente no sonreír, era un bello camino y me pregunté quien se había encargado de hacerlo; me detuve abruptamente cuando el camino de flores termina y decidí sentarme cerca de unos árboles que habían allí.

Miré a mi alrededor y sonreí aún maravillada de la belleza de la naturaleza, pero mi mirada se enfoca en unos arbustos a lo lejos. Mi sonrisa se desvanece y mi ceño se frunce al creer que había visto a alguien; suspiro y me acuesto en la tierra para mirar el cielo y ver como empezaba a salir el sol.

Entonces a mi mente llega el recuerdo de aquel terrestre que me salvó; cerré los ojos imaginándomelo. Moreno, alto, un poco robusto, pero delgado a la vez. Sonreí divertida al recordar cuando me gruñó, se nota que no le gusta mucho hablar. Iba a seguir pensando en él, pero siento unas manos en mi boca; abro los ojos sobresaltada y nuevamente me encuentro con esos ojos café.

Él me hace una seña de silencio y alza la mirada, fue ahí que me di cuenta que estaba casi acostado sobre mi. Lo detalle más de cerca y pude apreciar los tatuajes en su rostro, su mandíbula estaba un poco tensionada luciendo más varonil; tragué en seco y desvié la mirada cuando él baja la mirada para observarme. 

Fueron segundos, pero sentí eterno cuando él me miró.

Su mano se desliza poco a poco y me vuelvo a sentar cuando este se mueve. Ambos nos miramos unos segundos más y dirigí mi mirada hacia donde él había estado mirando instantes atrás; no había nadie.

— ¿No me matarás?

—No.

Abro la boca sorprendida cuando me contesta y me levanto rápidamente por la impresión. —Me entiendes—susurré, aún mirándolo levantarse. —Pensé que...

—Pensaste mal, niña.

Fruncí el ceño. —No soy una niña, cavernícola—musite bajo y me dispuse a irme, pero él me detuvo acorralándome contra el árbol que estaba ahí. Tragué saliva nerviosa ante la cercanía. — ¿Qué... qué haces?

—Nadie se puede enterar de esto, niña.

Su voz se hizo más baja y un poco profunda, logrando que mis piernas tambalearan un poco. —No pensaba decir algo de ti. No eres tan importante, fortachón. —él se queda mirándome unos instantes más y no sé si fueron ideas mías o pude ver algo de diversión y burla en su mirada. —Por cierto, gracias por no matarme esa vez—dije al instante cuando mi mirada baja hacia sus labios, me reproché de ser una joven con las hormonas alborotadas; me solté de su agarre cuando sentí que este se hacía más débil y bajo su atenta mirada, me dirigí al camino de flores amarillas que de alguna manera se volvió mi guía para regresar al campamento.

Sin dejar de caminar, giro mi cabeza y el terrestre estaba ahí todavía mirándome. Traté de agilizar el paso, pero no vi el tronco que me hizo tropezar. —Esto es fantástico. Genial—solté con sarcasmo, girándome a ver al terrestre que me miraba con diversión. 

No puedo pasar más vergüenza frente a ese hombre.

Me levanté rápidamente y me apresuré de llegar al campamento, donde ya todos se encontraban trabajando en los muros. Estaba por ir a mi tienda, pero John se posiciona en frente. — ¿Dónde estabas?

—Ya hablamos de esto, Murphy. No tengo por qué darte explicaciones—murmuré solo para él, al ver que detrás estaba otro de los John. — ¿Qué miras? —pregunté hacia el moreno que desvía la mirada cuando ambos lo miramos. —Eso pensé.

𝗧𝗛𝗘 𝗢𝗡𝗘, LincolnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora