Agoney
Estaba nervioso. Estaba sentado al lado de mi madre en el coche, en el asiento del copiloto, dirigiéndonos al Palacio Real para trabajar allí. Y encima era mi primer trabajo. Normal que estuviese muerto de nervios. ¿Quién no lo hubiese estado en mi lugar? Nunca llegué a imaginar que mi primer trabajo a los 19 años sería para la familia real. Iba a trabajar para el Rey, la Reina y el príncipe...Era de locos, muy heavy.
— Tienes que mantenerte sereno, Agoney. No podemos dar una mala impresión nada más llegar. — me dijo mi madre de repente, sin apartar los ojos de la carretera por la que conducía.
— Es que es tan fuerte...No sé si estoy preparado para trabajar ahí.
— Claro que estás preparado, no digas tonterías. Venga, relájate. No nos queda mucho para llegar.
Íbamos por una carretera que atravesaba un bosque no muy grande. El Palacio estaba realmente apartado de la ciudad, por lo que parecía. Llevábamos en el coche un buen rato y todavía nos quedaban algunos minutos para llegar hasta él. Supuse que los reyes preferirían vivir apartados, lejos de los problemas. Tan lejos como me hubiese gustado irme cuando ocurrió aquello hacía solo un par de años. Una parte de mi vida que tenía casi olvidada y que recordé por culpa de los nervios que me comían por dentro. Noté como el dolor seguía dentro de mí. Cerré los ojos y respiré profundamente, tratando de zafarme de esos pensamientos que corrían por mi mente, deseando que esos recuerdos se borraran para siempre.
Cuando volví a abrir los ojos vi como el coche entraba ya a la propiedad de la familia real. Todo estaba ocupado por un jardín enorme que rodeaba la estructura de la casa en sí. Nunca había visto tanta vegetación junta en el mismo lugar.
Mi madre aparcó a unos cuantos metros del portón principal del palacio. Caminamos hasta la entrada y, conforme nos íbamos acercando, yo me iba poniendo más y más nervioso. Intenté adoptar un semblante serio y tomé la decisión de hablar lo mínimo para no hacer el ridículo.
Llamamos a la puerta y esperamos a que nos recibieran. Me preparé para que el Rey y la Reina abriesen, para tenerlos justo delante de mí, a escasos metros. No me imaginaba como se sentiría al tener a personalidades tan importantes justo enfrente. Sin embargo, no esperaba a la persona que abrió la puerta. El pelo rubio, peinado en un tupé perfecto, la mandíbula marcada y una leve sonrisa dibujada en ese rostro libre de vello facial. Era el príncipe Raoul. Lo había visto tantas veces en fotos de revistas, o incluso en su Instagram. Era un príncipe bastante famoso entre la realeza de toda Europa y la mayoría de las chicas se morían por él. La verdad es que era muy atractivo, y tan solo tenía 17 años de edad, era uno de los príncipes herederos más jóvenes de todo el mundo en aquel entonces.
Me quedé contemplando su rostro, mirándole fijamente, mientras mi madre y él hablaban. Entramos dentro del palacio y nos guio por muchas estancias y pasillos. Todo lucía una majestuosidad imponente. Oro, joyas, muebles caros de maderas oscuras, estatuas y bustos de auténtico mármol y auténticos cuadros de pintores importantes colgados de las paredes. Todo lo que veían mis ojos dejaba entrever la opulencia de la familia.
Finalmente, el joven príncipe nos dejó con una mujer algo mayor. Nos dijo que su nombre era Valentina. Un abundante cabello canoso recogido en un moño, ojos de color gris y algunos lunares que marcaban su cara, la cual tenía unas cuantas arrugas debido a la edad de la mujer. Según nos contó, llevaba trabajando para la realeza muchos años, desde que tenía unos 17 años hasta entonces. Estaba a gusto trabajando en palacio y la trataban bien. Dormía en una de las miles de habitaciones que había, la cual le habían asignado un año después de haber estado trabajando allí. Había vivido la coronación del rey actual, padre del príncipe que nos había abierto la puerta.
Valentina hizo que la siguiéramos, mientras nos iba explicando lo que debíamos hacer allí. Habíamos conseguido entrar a trabajar a tiempo completo, es decir, nos quedaríamos a vivir en palacio a partir de entonces. Era bueno, porque podríamos despegarnos de una vez por todas del lugar del que veníamos, ese que nos había causado tanto dolor. Quizá alejarme del ambiente que me impedía seguir adelante era el paso crucial para poder seguir viviendo.
La asistenta nos llevó hasta la habitación donde dormiría mi madre y, finalmente, me guio a mí al cuarto donde me instalaría yo. Los dos estaríamos en el mismo pasillo, aun así las habitaciones no estaban del todo cerca la una de la otra.
Seguidamente, me dispuse a sacar todas mis cosas personales que había llevado hasta allí con una pequeña maleta. Antes de salir de casa había cogido algo de ropa – no mucha –, un par de libros y poco más. No quise arrastrar conmigo cosas que me recordaran al lugar de donde venía. "Mejor así", me dije para mí mismo.
Me senté en la cama, era grande y mullida, mejor que cualquier otra en la que había dormido. Estaba agotado a causa del viaje que habíamos hecho para llegar hasta el palacio. Levanté la mirada y me vi reflejado en un espejo que había cerca de la cama. Tenía la mirada cansada, ojeras marcadas y los párpados se me cerraban por momentos. Así no me veía nada bien, nada atractivo.
Decidí descansar un poco antes de tener que ponerme a hacer cosas en la casa. Me tumbé boca arriba en la cama y cerré los ojos. Pasé mis brazos por detrás de mi cabeza y respiré hondo. No me costó mucho quedarme dormido a causa de todo el cansancio que llevaba acumulado.
Supe que iba a estar bien allí cuando, por primera vez desde hacía dos años, no soñé con lo que me pasó. No tuve la pesadilla recurrente que atrapaba mis horas de sueño cada vez que intentaba dormir. Soñé con mi nueva vida en palacio, feliz, apartado de todo. Sonreí mientras dormía. Fue bueno saber que mi vida cambiaría, a mejor, de una vez por todas.
***
Cuando me desperté me sobresalté al ver que un rostro me miraba de cerca. Sus ojos color miel me observaban y su boca se curvaba en una sonrisa divertida, acompañada con una leve risa en cuanto vio que me había asustado.
Me froté los ojos y me incorporé en la cama. El príncipe Raoul estaba a mi lado, mirándome. No sabía cuándo había entrado en mi habitación. Esperaba que no me hubiese estado vigilando mientras dormía o algo, eso hubiese sido algo muy creepy.
— Venga, dormilón. ¿Acabas de llegar y ya estás así? — me dijo sin borrar la sonrisa de su cara — Me tienes que ayudar a hacer unas cosas.
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LO QUE CALLAN LAS PAREDES (Fanfic Ragoney) (+18)
RomantiekRaoul es un príncipe de 17 años ejemplar. Bueno en sus estudios y que hace lo que de él se espera. Sin embargo, su vida empezará a cambiar el día en el que Agoney, un joven mayor que el príncipe, entra a trabajar a palacio. ¿Por qué Raoul no puede q...