Chaptire ll

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Bajó del bus con un leve sentimiento de desconfianza, la noche estaba avanzando y el conductor acababa de advertirle que el constituia el último autobús de la noche y que si quería regresar, debía pedirse un taxi, cosa que la hizo sentir aún peor, ¿Realmente estaba siendo tan imprudente? No tenía miedo de aquellos que podían dañar el espíritu, puesto que su alma estaba muy bien guardada, pero, ¿Y su cuerpo? Pensó esperar al autobús cuando regresase del último viaje, sin embargo, cuando alzó la mirada y se encontró con la punta de un techo cobrizo, sobresaliendo entre el follaje de las hojas y los árboles, decidió continuar imprudentemente su viaje hacia la casa.

Habrá caminado diez minutos antes de toparse con una larga verja de hierro que marcaba los límites de un terreno inmenso, lanza tras lanza indicaba la caminata hasta que finalmente halló la reja principal, adornada con una corona familiar en la cresta, en medio de la corona, un escudo y detrás de aquello, una inmensa edificación europea, bastante desmejorada, con la piedra escaldada y enredaderas trepando los muros, además de un grupo de balcones y ventanas poco sobre salientes. Había luz en algunas habitaciones del frente, pero del resto, todo estaba sumido en una inmensa penumbra. Silenciosa, solemne, como una tumba.

Sus pocos conocimientos en arquitectura le revelaban que era una magnífica casa, demasiado maravillosa para ser considerada una clásica japonesa, y se preguntó por qué una casa de ese calibre pasaba tan desapercibida en las tierras niponas, ¿Era por las lejanías de la gran ciudad? Tal vez. Alzó el celular al cielo, quejándose internamente de la falta de señal, ¿Por qué se sorprendía? Era obvio que algo tan alejado no tendría la mejor recepción del mundo. Suspiró. Iba a ser difícil.

Su valiente espíritu flaqueaba ligeramente, la desesperación de ser una estudiante sin hogar le movía las piernas a continuar su pequeña aventura. La imprudencia no era una de sus mayores características, ni siquiera formaba parte de sus defectos, que los tenía en abundancia, sin embargo, estaba siendo imprudente, deseando tener una cama caliente a la que llegar, llamándola propia, y una independencia que valoraba como su vida. Volvió a suspirar. Pasó la mano sobre la verja para abrirla, su tacto asqueroso le hizo poner la piel de gallina, estaba algo oxidada y volvía a debatirse sobre si entrar o no cuando el potente rugido de un motor la hizo voltear del susto.

Un magnífico auto rojo, rugía con la furia de una fiera mientras se acercaba a toda velocidad a la posición dónde ella se hallaba, tuvo que quitarse para evitar algún tipo de impacto, la verja se abrió totalmente sola y ella sintió un escalofríos, el auto se dirigió hacia otra edificación, más pequeña que la gran mansión a su izquierda, entrando en lo que parecía un garaje. Aquella construcción aledaña ni le daba un aspecto más suave a la casa, antes bien, añadía lujosidad y miedo al lugar, puesto que el tamaño del susodicho garaje era suficiente como para guardar varios autos al mismo tiempo... O bien una limosina.

La oscuridad creció dentro de su corazón, ¿Qué clase de gente viviría en ese lugar? No le daba buena espina una mansión a las afueras dónde vivía una persona conduciendo un Ferrari rojo, que además alquilaba habitaciones, ¿No sonaba ridículo?

Finalmente se dio la vuelta, no, no pensaba arriesgarse más de lo que ya lo estaba haciendo, tal vez debía aceptar los ofrecimientos de vivienda de sus amigos y dejar su orgullo a un lado, de todas formas, faltaba muy poco para terminar su carrera y era el último semestre, sería una tonta de ponerse en peligro. El hombre del bus le dijo que él era el último y que tendría que tomar un taxi... o caminar, añadió.

—¡Oi! Oppai —escuchó a un costado y se sobresaltó, ¿Esa voz? —¿Qué haces ahí parada?¿No piensas entrar? Estorbas —le dijo.

Grosero. Seguía llamándola de esa desagradable forma. Cuando se conoce a alguien siempre hay un respeto implícito, algún filtro de incomodidad, sin embargo, con este hombre ese filtro no existía, en su lugar, era él quién ponía incómodos a los demás, tanto aquella mañana como ahora mismo, vaya jovencito tan desagradable. Porque lucía muy joven —. Vine por la —tragó pesado —el alquiler de las habitaciones.

Diabolik Lovers: Royal BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora