Capítulo 8.

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El aliento se convirtió en hielo dentro de sus pulmones al verla en el brazo de un hombre que no podía ser confundido con nada más que de la realeza. Él era la riqueza, donde Valentina era pobre. Él era justo y guapo, donde Valentina era bruta y fea. Se adaptaban perfectamente y a ella le gustaría arrancarle todos sus dientes perfectos y colgarlos en un collar.

Caminó a la derecha y a la izquierda en la entrada de la gran sala, la agonía le partían los huesos. Quizás debería haber renunciado a su puesto tan pronto como llegaron al palacio, pero ninguna de las mujeres con las que le reemplazarían eran lo suficientemente buenas para atender y proteger a su reina.

Y así sería por un tiempo más. Aquella tortura tendría que ser soportada.

Respiró hondo y fue tras Juliana y el Príncipe Corwin.

Su aroma se extendía por el aire y se le enroscaba en la nariz, flores salvajes, y gimió con fuerza, con sus manos doliendo por la sensación. Cuando la reina fue dejada se había bañado y tenía puesta una bata clara de color crema, y su pelo recogido en una trenza retorcida en su cabeza. Tan diferente a la de anoche, pero igual de impresionante. Se veía tan desolada en su trono. Solitaria. Y a ella le costó cada gramo de su moderación no ir a ella. Sujetarla, mecerla en sus brazos y decirle que todo estaría bien. Pero no tenía derecho a decírselo cuando no estaría ahí para hacerlo. «No estaré aquí». Demonios, no tenía derecho desde un principio a meterse en su vida, a ponerle sus sucias manos encima, a reclamarla suya cuando algo así nunca podría ser real.

Más adelante, Juliana y Corwin entraron en los jardines y tomaron el camino del sur hacia la densa cosecha de árboles, cosa que no le gustó para nada a la rubia. Habría sugerido el norte, donde podrían permanecer en la luz. A la vista del palacio. Tampoco le gustó la forma en que Juliana se mantiene tan rígida, y ¿ese cabrón tenía que inclinarse cerca de su cara cada vez que hacía un comentario? Juliana podía oírlo muy bien sin la cercanía.

Se giraron y se sumergieron fuera de la vista en el camino y su corazón se le subió a la garganta. Aceleró el paso para volverlos a ver, y cuando lo hizo, la sangre adquirió la consistencia del fuego, el mundo se inclinó a su alrededor.

Corwin tenía sus manos alrededor del cuello de Juliana y ella estaba luchando.

Por un momento, Valentina juró que estaba viendo cosas donde no las había.

Pensó que su cerebro le estaba dando una excusa para matar a ese hombre que podría casarse con su amor.

Pero la imagen permaneció y no pensó más, simplemente entro en acción, sangrando en su visión. No desenvainó en pedir ayuda por la pequeña posibilidad de que pudieran invertir posiciones en el último momento donde saliera más afectada Juliana. Tenía una escoba en mano y lo usaría a su favor, golpeando al hombre que se atrevió a tocar a su reina. Inmovilizándolo allí por el cuello y golpeo con fuerza sobre su cabeza, dejando al hombre profundamente inconsciente. Detrás de ella, escucho a Juliana respirar entrecortadamente y la rabia descendió sobre sí como buitres.

—¡No! —Juliana jadeó, su mano rodeó su muñeca. —No sé quién es, pero no es el príncipe. Tenemos que interrogarlo.

Valentina estaba temblando con la necesidad de cometer violencia. Para vengarla.

Las alimañas se retorcieron debajo de sí, exigiendo ser castigadas. Pero no estaba hecha para ir en contra de los deseos de la reina. Era como si fuera incapaz.

Corwin no se despertaría durante horas.

Apretó los ojos cerrados. Temiendo su respuesta, preguntó con desesperación: —¿Estás malherida?

Queen Royal |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora