Sirius I, Grimmauld Place.

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Lunes 17 de julio, 1995.

Sirius Black nunca se había considerado a sí mismo como una especie de moralista, no al menos durante sus contados años en el colegio. Para sus propios estándares, no se le podía juzgar de decente o–quizá la palabra que estaba buscando era–ético.

En las cavernas más precarias de sus pensamientos, la poca cordura ya era una cotidianidad, nada más que una estigmatización de su nueva vida lejos del exilio, algo común como un vaso de hidromiel para el desayuno de cada día, siempre esperando por él en el gabinete sellado junto a su cama.

El sabor amargo a levadura fermentada y ceniza fusionándose en su paladar al despertar le permitía alimentar la resaca mañanera y con ello silenciar el sonido atmosférico de su absoluta desesperación, devorándolo por dentro segundo a segundo en su eterna monotonía.

Oh, miserable monotonía.

Aún le quedaba mucho por digerir de ciertos aspectos de su vida ahora que era un fugitivo activo de la cárcel más desalmada del mundo–mágico o muggle–. Azkaban seguía allá afuera, acechándolo entre las sombras como si se tratase él de una pobre gacela, escondido tras las puertas de su nueva prisión, mucho más oscura y tenebrosa que la anterior. Grimmauld Place. Por si el horror avasallante de regresar al confinamiento de aquellas paredes mohosas, mugrientas y podridas, donde cada instante se asemejaba más al limbo, oculto bajo las narices del Ministerio, no fuese ya lo bastante terrible, sabía de propio conocimiento que estaba dando razones a la comunidad para ser encarcelado de nueva cuenta.

A su favor, todavía no se le podía inculpar de ningún crimen.

Y para ser honesto, tampoco creía ser tan imprudente para hacerlo de verdad.

Esclarecer los inmorales deseos de su psiquis no estaba resultando tan sencillo como se hacía parecer. Aún no terminaba de decidir si lo que le rondaba la cabeza día y noche realmente era una especie de... capricho, fantasía o... si el continuo enclaustramiento solo estaba volviéndolo loco.

Sirius poseía un don innato para responsabilizar a otros de sus actos más inmaduros, una amplia experiencia en adjudicarse una inocencia no correspondida y convertirse en la víctima de todas sus consecuencias. No le costaba ningún esfuerzo hacer exactamente lo que quería y salir bien eximido de toda situación, como había hecho durante muchas experiencias en su adolescencia. El joven e intrépido mago viviendo dentro suyo zumbaba muerto de excitación, suplicando a todo pulmón un poco de diversión fuera de la rutina. Era un Gryffindor y, por encima de eso, un Black.

Los límites no formaban parte de su vocabulario.

Sin embargo, por desgarrador que le fuera admitirlo, Elayne Rose Campbell estaba rotunda e inequívocamente prohibida en el extenso catálogo de futuras conquistas. Y no, no solo se trataba de las casi dos décadas que los separaban en edad, tampoco era por el nulo interés que hasta entonces había demostrado por él esa belleza recostada en su sillón de tres plazas leyendo un artículo de El Profeta con el ceño fruncido y mucho menos era un obstáculo lo poco que se conocían en realidad. Cosas tan banales nunca habían sido inconvenientes verdaderos en la travesía que representaba llevarse a una chica a la cama.

TRAGOS DE WHISKY +21 (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora