Sirius III, Grimmauld Place.

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Domingo 23 de julio, 1995.

El suave perfume a vainilla inundó sus sentidos cuando Elayne cepilló su hermoso cabello detrás de sus hombros, estirando ambos brazos al techo y bufando de pura exasperación mientras se recogía hasta el último mechón en una coleta improvisada.

A Sirius Black le resultó imposible no delinear la fina línea de su columna en silencio.

Elayne era un desafío en sí mismo. Sus insinuaciones juguetonas habían dejado de causarle cualquier tipo de gracia, pues verse tan frustrado por la tentación le causaba más problemas que beneficios. La joven disfrutaba en demasía deslizarse a su alrededor como un gato elegante, retándolo a ponerle un dedo encima cada segundo del día.

Su figura esbelta sobresaltaba a través de la ropa holgada mientras la luz crepitante de la chimenea encendida aquella noche se ajustaba maravillosamente a su silueta.

Era una tarde particularmente fría.

Cruzó las piernas solo para evitar dejar en evidencia la excitación que ya palpitaba a través de su erección a medias y se cubrió el mentón con la palma, tensando la mandíbula al contener ese anhelo insoportable por empujarla y profanarla en la mesita de la estancia.

Pocos aún disfrutaban en compañía algunas habitaciones de la mansión. Era entrada la noche y, en una gran mayoría, los presentes ya se habían despedido uno detrás del otro, bostezando o frotándose los ojos debido al sueño, encaminándose solos a sus respectivas camas–uno o dos regresaban a su propio hogar–.

Elayne sufría de insomnio, lo sabía por las bolsas oscuras que se dibujaban debajo de sus ojos por las mañanas aunque ella intentaba ocultarlas con un sutil parche de maquillaje. Algo la atormentaba durante las madrugadas, persiguiéndola hasta ahuyentarle el descanso.

Sirius quería creer que, tal como él, las fantasías carnales formaban parte de sus desvelos. Ojalá Elayne rodara en la cama por horas pensando en él.

Imaginarla retorcerse de placer entre las sábanas, incapaz de saciarse en el mismo cuarto que compartía con sus compañeras de casa profundamente dormidas a pasos de distancia por miedo a ser atrapada lo hacía sonreír con genuina malicia. Ella mordiéndose los labios o babeando contra la almohada en su afán por ahogar los sonidos necesitados que brotaban de su garganta, llamándolo entre suspiros, suplicando su tacto...

Basta, pensó.

Él mismo le había pedido que se detuvieran y la joven había tenido la decencia de hacerlo sin replicar más.

Entonces, ¿por qué no podía dejar de perseguirla por la sala? ¿Con qué clase de descaro le había exigido parar cuando sus sueños húmedos seguían torturándolo de tal manera?

Las miradas calientes habían cesado, las sonrisas seductoras no eran más un obstáculo para su cordura durante los desayunos, tampoco lo rozaba no importaba lo cerca que estuvieran y, por el contrario, Elayne se mantenía prudentemente alejada de su persona.

TRAGOS DE WHISKY +21 (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora