2

35 4 8
                                    



Después de comer, nos alistamos para salir, yo solo me coloqué un binnie en la cabeza para estar más cómodo. Cualquier otra familia vendría acá solo para escapar del caos que hay en su vida, pero nosotros venimos a disfrutar de lo que este lugar nos ofrece. Cerca de aquí hay un pequeño prado de tulipanes con un lago, nos gusta ir allá, sentarnos y hablar; sí, acostumbramos hablar mucho entre nosotros, consideramos que nuestros únicos verdaderos amigos somos nosotros.

Allí nos dirigimos en este preciso instante, el pequeño oasis -como solemos llamarlo- queda relativamente cerca, son solo siete minutos a pie; en carro quizá sea la mitad, mas perdernos los pequeños detalles del bosque por el que hay que pasar para llegar a él, para nosotros, sería una locura considerando lo lindo que es.

Al llegar nos sentamos sobre el césped, cerca, pero un poco distanciados uno del otro.

–Amo este lugar –suelta mi madre mientras mira las flores –podría vivir aquí para siempre.

–¿Y por qué no lo hacemos? –pregunto.

–Lo haríamos, créeme –me dice mi padre –pero tendríamos que dejar nuestros empleos.

–¿Y no pueden trabajar online?

–Lo hemos intentado, pero no podemos –me dice ella.

–Es una lástima –digo mirando al lago –nos haría bien vivir acá.

Nos quedamos allí durante una hora: Admirando y de vez en cuando, hablando. Amo pasar tiempo con ellos, no soy ese tipo de adolescente que odie a sus padres o que no le guste pasar tiempo con ellos, creo que esto se debe a que ellos nunca fueron tan estrictos o molestos, de hecho, desde pequeño me han dejado tener bastante libertad: Me enseñaron qué podía y qué no podía hacer, ya dependía de mí si lo quería hacer o no. Creo que fue por eso que no tuve esa etapa de rebeldía, porque nunca tuve algo contra qué revelarme o enojarme; siempre me dejaron salir y llegar un poco tarde a la casa. Claro, tenía reglas y límites: Si no les obedecía, no obtenía permisos; si les mentía, no obtenía permisos; si no les contaba lo que me estaba pasando ¿Adivinen? No tenía permisos.

Llegamos a la cabaña cuando ya estaba obscureciendo y decidimos ver una película en el jardín, hacía un poco de frío, por lo que estábamos envueltos en nuestras cobijas y con medias puestas. Mi padre sacó su proyector y una pantalla, mi madre y yo sacamos colchones inflados e hicimos palomitas de maíz. La película que vimos era antigua, del año 2070, se llama: El virus.

–Debió ser horrible vivir encerrado en tu casa por más de cincuenta años –suelta Mario apenas se termina la película.

–Sí... –digo –Aunque no creo que haya durado tanto.

–Dice que se basó en hechos reales –dice Loren sentándose, pero nunca soltó su sabana.

–Me alegra no haber vivido ese tiempo –digo –no me imagino tanto tiempo encerrado sin poder disfrutar de la vida, y si lo ibas a hacer, tenía que ser con una mascarilla.

–Me iré a dormir ya –dice Mario.

–Yo también –le acompaña ella.

–Yo me quedaré otro rato –digo.

–Okey cariño –me dice Loren mientras me da un beso en la frente.

–Hasta mañana, viejo –Mario soba mi cabello y los dos entran a la cabaña.

Me gustaba estar solo, no me malinterpreten, disfruto el estar con ellos y con mis amigos, pero me gusta mi soledad, creo que la gente debería aprender a amar su soledad.

Aunque las voces son parte de nuestras vidas y las aceptamos, eso no me libra de las largas e insaciables preguntas que estas me causan ¿Tenemos que obedecerles siempre? ¿Por qué nadie las logra entender? ¿Por qué nos odian por tenerlas? ¿Por qué solo se queda en algunos? ¿Existirá un ser supremo que las dé? ¿Existen cosas que no entendemos? ¿Las voces tendrán preferidos? ¿Cómo se logran quitar? ¿Tiene algún propósito? Y si la tienen ¿Por qué me escogió a mí? ¿Por qué yo?

Estas son las infinitas preguntas que siempre rondan mi cabeza cuando estoy solo. No las odio, pero hay veces que me gustaría no tenerlas y poder hacer ciertas cosas que mi cuerpo quiere.

Antes, existían las estrellas, y cuentan los libros antiguos que eran muy brillantes y hermosas, perfectas para pasar la noche viéndolas al lado de alguien que te importa. Estas explotaron dejando a la Luna sola, otras están muy lejos de la Tierra y no se logran ver ¿Por qué? Porque todo tiene un fin, nada es para siempre, todo tendrá que acabar algún día. Me sorprende que la humanidad siga viva después de mucho tiempo. Sí, la Tierra aún nos provee ciertos recursos básicos como el agua y el alimento, pero hay muchas cosas que dejaron de existir, la Tierra cambió, pero la sociedad no, esta está más liberal que nunca y con ello ha traído mucho enojo y odio entre nosotros. A algunos nos da igual lo que hagan las personas, pero hay otros a los que no y por eso se han creado grupos y etiquetas que nos dividen, apesta ¿No?

Aunque considero que hay paz, la guerra es algo que seguirá existiendo mientras los seres humanos sigan con vida; hay muchos países que siguen con esa pequeña-gran tensión entre ellos ¿Los motivos? Muy absurdos: Diferentes razas, diferentes creencias. O solo por vana ambición: Quieren territorios más grandes, quieren más poder, quieren más control. Unike, mi país, es uno de los países más poderosos, es grande, pero eso no le basta a nuestro presidente, él quiere más. Unike está en guerra con Raen, un país que queda en la región oriental; aún no ha comenzado, pero vendrá, y no me sorprendería si comienza por parte de Unike. Les dije que ha crecido el odio y con ellos, las armas y las bombas; no entiendo cuál es la necesidad de querer crearlas, eso solo traerá fuerte consecuencias a nosotros mismos. Las personas nunca aprenden de los errores pasados o tal vez, sí lo hacen pero luego olvidan lo aprendido o sólo prefieren enviarlo a un lugar recóndito de su mente.

Ya me está dando un poco de sueño, así que me levanto y me dirijo a mi habitación. Antes de acostarme, veo que ya es la una de la madrugada ¿Tanto tiempo pensé? Lo siento si sí, pero a veces me pierdo en mi mente. 

Mesiak: La verdad sobre la mentira (I Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora