3

17 4 14
                                    



Estoy desayunando cereales, Loren huevo revuelto con pimienta y Mario, fruta ¿Por qué los llamo por sus nombres? Porque tenemos confianza, pero sé cuando esa confianza no aplica entre nosotros. Hoy iremos a una cascada que se encuentra treinta minutos lejos, iríamos en carro, pero preferimos caminar, esta sociedad está muriendo joven por tanta comodidad.

–¿Hasta qué hora te quedaste en el jardín? –me pregunta mi madre.

–Hasta la una –le respondo.

–Casi una hora –dice él y yo asiento con la cabeza.

–Tu mente es muy poderosa, cariño –me dice Loren –te atrapa muy fácilmente, tienes que aprender a controlarla.

–Es algo que no puedo controlar –digo mirando mi cereal –cuando me sumerjo en ella, no hay nada que me pueda sacar.

–Claro que sí –la miro –tú mismo –mi mirada cae al suelo mientras resuenan sus palabras en mi cabeza.

Ella tiene razón, la única persona capaz de ayudarme, soy yo, pero, ¿cómo? Es decir, no es como si fuera fácil saber qué es lo que hay que hacer -y por si se lo preguntan, no, en esto las voces no participan, supongo que no son un atención al cliente, solo intervienen cuando consideran que es estrictamente necesario- les juro que yo intento no pensar demasiado, pero es como si se hubiese vuelto parte de mi ser; pensar es algo que ya no controlo, a veces siento que mi mente es más real que... la propia realidad ¿Eso tiene sentido?

Al terminar de desayunar, nos pusimos trajes de baño y ropa cómoda encima de estos. Durante el camino hacia la cascada, escuchamos muchos pajaritos cantar y eso fue música para nuestros oídos; en la ciudad no se escuchan tantos como acá.

–Nunca me canso de ver esto –suelta mi madre al llegar.

–¿Lo quieres ver o lo quieres disfrutar? –le propone mi padre con una sonrisa y ella comienza a quitarse la ropa para quedarse solo con el bañador. Mario y yo hacemos lo mismo.

Nos ponemos en el borde, nos agarramos de las manos y nos tiramos; al tocar el agua, nos soltamos para poder crear movimiento y no hundirnos.

–Está fría –dice Loren.

–Siempre está fría –le digo.

–No me quisiera ir nunca –dice ella; ya hoy se cumplen los cinco días de estar acá y mañana en la mañana nos vamos, ya que el viaje dura cuatro horas de vuelta a casa.

–Nadie nunca quiere que se acabe lo bueno –suelto –pero tarde o temprano... Esto se tiene que acabar.

¿De dónde salió eso?

–Tienes razón –concuerda él –por eso hay que disfrutarla mientras podamos –comienza a tirarme agua, luego se la tira a mamá y terminamos tirándonos agua entre todos.

Nos quedamos ahí por casi cuarenta minutos, habíamos llevado comida, así que comimos allí mismo, en la orilla del lago y luego nos volvimos a meter al agua, pero esa vez fue por casi dos horas, o al menos así se sintió.




Al llegar a casa, todos volvimos a nuestros mundos: Papá a actualizarse con sus colegas, mamá a decidir qué hacer y qué no entre su trabajo y la casa, y yo a hacer mis trabajos y pensar. Creo que tengo un serio problema con eso, pero no es algo que quiera arreglar, siento que no está mal ser un poco diferente al resto.

Mesiak: La verdad sobre la mentira (I Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora