Capítulo uno.

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Fue atormentado por White no-face hasta escupir sangre y quedar inconsciente, para cuando despertó él mismo no se reconocía, estaba tan roto, lleno de cicatrices, sus ropas antes blancas ahora eran rojas por tanta sangre que derramó. En su cabeza se repetían aquellos gritos y lamentos, falsas disculpas antes de ser apuñalado una y otra vez por decenas de espadas tan filosas, rezó y suplicó a los cielos y fue ignorado, su dolor no se detuvo.

Había una risa en sus oídos, por el borde de su ojo podía notar la figura vestida de blanco con una máscara sonriendo y llorando, también había un pequeño chillido de un fuego fantasma que no sabía cómo seguía manteniéndose ahí, pero lo hizo. Alejó esos pensamientos, de nada le servía recordar tanto dolor en ese momento, era importante, era lo único que se repetía.

Yacía sentado en un falso trono de un antiguo palacio abandonado, apenas habían velas que alumbraban poco pero lo suficiente como para visualizar las ropas negras de aquel fantasma que se había empeñado en seguirle, y como no pudo detenerlo, simplemente lo dejó estar.

La voz era suave, cabello recogido en una coleta alta, túnicas exteriores tan negras como la misma oscuridad y una máscara blanca, sonriendo. No sabía quién era y poco le importaba, pero llegó a escuchar su nombre cuando se presentó: WuMing. Decía ser un fiel seguidor suyo y casi se rió en su cara. ¿Seguidor? no, los había perdido todos, ya no quedaba ninguno y era mejor de esa forma puesto que él ya no era Su alteza real el príncipe heredero de XianLe.

—¿Está todo listo?— Preguntó en un susurro acompañado de un suspiro. Le había tomado algunos días concentrar almas malditas en aquella espada.

Su venganza estaba cerca, latente y llamándolo. El reino de Yong'An se había hecho con la Capital Real, vivían en armonía luego de masacrar a todo XianLe y cada vez que veía a las personas sonreír con alegría, todo dentro de él se llenaba de ira y ganas de matar. Sí, se había dejado guiar por aquella calamidad de blanco y no iba a retroceder.

—Sí, su alteza. Podemos comenzar mañana mismo.— La respuesta intervino sus pensamientos. Aquella voz, aquella maldita voz era tan suave y de cierta forma conocida, pero no sabía de dónde.

—Te he dicho que no me llames así, no soy esa persona.— Estaba cansado de repetir aquello, pero el fantasma seguía llamándolo "Su alteza."

—Está bien, esperemos al amanecer. Puedes retirarte y hacer lo que quieras.

Cerró los ojos y no esperó una respuesta, siempre la había, un pequeño sí. Al principio le regañaba diciendo que no era necesario que le dijera algo, que lo siguiera, que estuviera a su lado siempre que volteara a mirar, luego de un tiempo no pudo importarle menos. El fantasma era testarudo en ese aspecto, se quedaba con él a menos que le diera una orden directa, pero XieLian estaba cansado de eso, así que lo dejaba hacer lo que quisiera.

Pasaron algunos minutos en completo silencio, abrió los ojos y echó un vistazo por todo el salón, aquel fantasma no estaba. Perezosamente movió sus manos hasta la máscara en su rostro y la quitó, dejándola en el falso trono al levantarse y caminar por el arruinado palacio. Sus pasos eran firmes, distantes y silenciosos, habían pocas ventanas que dejaban entrar la luz del atardecer de vibrantes colores rojos, naranjas, rosados y púrpura... esos colores como los de aquellos días de guerra.

Una guerra que le pareció sin fin cuando estaba en las tropas del ejército, liderando, y que cuando finalmente terminó, lo hizo llorar en silencio. Había perdido todo. Ya no se consideraba un príncipe, no era digno, además, ¿príncipe de qué? esa era su pregunta. No tenía un reino, no tenía un gran palacio, no tenía súbditos que proteger, no tenía al rey y a la reina, no tenía amigos, ni siquiera tenía sirvientes ni guardaespaldas. MuQing fue el primero que lo abandonó, y luego FengXin. Ya no había una flor blanca y pura en su mano, sólo quedaba una espada llena de odio y resentimiento.

Pureza de una flor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora