Abrí los ojos, lentamente respirando tranquila. Sart me esperaba para ir al campamento para planear el encuentro en el molino del sur. Tenía que despertarme, o llegaría tarde... y odiaba llegar tarde.
Me vestí con las medias gruesas y la blusa de volantes blanca; la falda de tela café oscuro que me llagaba arriba de la rodilla, y las botas negras sin tacón. Alisé el cabello alborotado con el cepillo, y luego me vi en el espejo; el reflejo que estaba ahí ya no era el de una niña asustada, que lloraba por la muerte de sus padres cuando su casa se incendió; ahora era el de un general: fuerte, valiente y capaz.
Salí de mi habitación sin preámbulos; la cocina estaba en la parte baja de la casa y necesitaba desayunar algo, o preparar algo para el camino. Mi casa era enorme, aunque solo fuera una casa. Sart me dio todas las comodidades de las que podía disponer; él me había salvado cuando tenía diez, cuando aún era la niña inocente, la que no habría hecho daño a nadie; pero eso era pasado.
Dejé de pensar en esos tiempos mientras divagaba en qué iba a comer. Entonces, cuando llegué al piso de abajo, lo vi. En mi sala, acostado en el sillón con heridas manchando de rojo la tela, inconsciente o tal vez muerto; un chico de piel olivácea y cabello negro me dejó clavada al suelo en un instante. Lo miré, sin poder decir nada, sin poder si quiera moverme. Asustada. "¿Qué me pasa?", había visto tantas personas de esa manera... ¿Por qué ahora me ponía así? "¿Qué hago?" Me quedé quieta un instante, hasta que la necesidad de respirar me hizo volver a la realidad.
Me acerqué a paso lento, con cuidado; lo examiné a un metro de distancia. Traía unos pantalones, rasgados de las rodillas hacia abajo; botines negros llenos de lodo y hierbas; una camisa roja a cuadros, rasgada completamente, manchada de rojo, del rojo de su sangre. Su respiración era tan débil que apenas se notaba, y su rostro, manchado de sangre y tierra, lleno de rasguños, se mantenía quieto, como si solo estuviera dormido.
Quien sabe cuánto me quede ahí, viéndolo sin saber qué hacer, sin temblar o cambiar mi expresión, pero con los nervios a flor de piel. Mirando su rostro. Sentí que me quedaba clavada al suelo; sentí que el nudo en mi garganta iba a asfixiarme. Tenía que hacer algo, rápido, pero mi cuerpo no se movía, mi cerebro no reaccionaba; y me mantuve en un ensueño. Entonces los toques en la puerta me sacaron de ahí, y por fin pude moverme.
Me di media vuelta y fui a abrir, Sart me miró y sonrió, yo no lo respondí y se puso serio. Miré al piso y tragué saliva.
-¿Pasa algo?—lo miré y seria le respondí como perdida:
-Hay alguien en la sala—abrió mucho los ojos, y apurado corrió a la sala—está herido de gravedad...
Cerré la puerta, inquieta, y luego camine donde él. Estaba a varios pasos del muchacho, verificando sus signos vitales y si seguía vivo. Me miró cuando me detuve en la puerta, y sonrió aliviado; entonces sentí como la opresión en mi garganta desaparecía y dejaba latir a mi corazón.
-Está muy grave—dijo cuando me puse a su lado, y al verlo pude notar su preocupación—pero puede recuperarse; ha perdido sangre, y tiene heridas profundas—me miró— ¿Qué piensas hacer con él?
Ahora que lo pienso, era una pregunta estúpida; porque ¿realmente que podía hacer? El ejército nos necesitaba; a mí al mando, a Sart en el campamento; este muchacho sería solo un estorbo, me causaría retraso e inconveniente; además, no sabía de dónde venía, ni quién era, ni como había llegado a mi casa... mucho menos como había entrado, ¿Quién me garantizaba que no era un asesino? Y a pesar de todos los pensamientos que tenía en ese momento, dije:
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Guillemette
ActionAkadia es una comandante y una de las mujeres más fuertes de su pueblo. Todo en su vida parece estar bien; entre entrenamientos y duros trabajos; hasta que baja las escaleras a su cocina y descubre a un muchacho tendido medio muerto en el sillón—Gar...