Capítulo 4: Batalla.

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Pasaron otros quince minutos, y dejó de maldecir. También dejó de llorar, y me sentí más tranquila; pero el hecho de que me tuviera sujeta en sus brazos me mantenía sumamente incómoda.

-John—dije soltándolo un poco, el no respondió—John—insistí y él se aferró a mi cintura—. John, maldita sea...

-Lo siento—me dijo y me soltó de repente, poniéndose de pie—. Quiero estar solo; ¿está bien?—me miró como pidiéndome permiso.

-Si—respondí y él dio vuelta y se marchó a paso desganado.

Me quede ahí, limitándome a verlo. Desapareció entre los árboles después de un rato, y entonces volví al campamento. Los comandantes preguntaron como estaba, y respondí que estaba pésimo; que había pedido estar solo y que lo único que requería era tiempo para asimilar la noticia. Quisieron seguir con la junta, pero les dije que siguieran sin mí, y regresé a mi casa de campaña, donde Sart trató en vano de animarme y hacerme comer algo.

Por la noche, en la cena, los comandantes mandaron llamar a todos los novatos. Me puse hasta atrás de la bola de chicos aglomerados y escuché. Las cosas no eran buenas; tendríamos que quedarnos por lo menos tres días más. La guerra se avecinaba, y debíamos estar listos; planear las tácticas de ataque y defensa adecuadas y luego marchar a nuestras zonas para resguardar a los pueblerinos. Noté que John estaba al frente con ellos, y estaba muy quieto, escuchando. Los novatos hicieron un mohín cuando Slepton dijo que yo me haría cargo de ellos, pero se animaron cuando agregó que los novatos de otros regimientos se unirían para entrenar. Nos dio las buenas noches y todos fueron a sus tiendas a descansar.

Detestaba esto; la guerra, el entrenamiento, los novatos insolentes a los que tenía que cuidar; especialmente el quedarme otros tres días aquí. Pero aun así marche a mi tienda y traté de dormir.

Al día siguiente llegaron los novatos de los ocho puntos cardinales; nosotros estábamos en el centro, mi zona. El campamento de siempre se transformó en casi un pueblo entero; lleno de soldados y generales, armas y caballos, tiendas y fogatas donde asaban las comidas. Todos hombres. Comencé a maldecir entre dientes, cuando John se me acercó.

-Gracias—dijo y me sonrió radiante. Tenía unos ojos almendrados y cabello castaño oscuro muy corto. Era un poco más alto que yo, y un cuerpo atlético modelado por años de entrenamiento arduo. Yo levanté una ceja y él sonrió—por lo de ayer. Gracias por el abrazo y el estar conmigo.

-De nada—dije tajante (si, también así era con ellos). El rio entre dientes y se acercó más.

-Tan linda como siempre, Akadia—y me plantó un beso en la mejilla. Me puse colorada pero no me vio; pues paso a mi lado a toda prisa y se alejó.

El resto de los días pasó lentamente, mientras el calor nos consumía. Diario era la misma rutina: desayuno, entrenamiento, descanso, más entrenamiento, comida, un pequeño receso, practica de tácticas, planeación, junta con los comandantes, cena, todos a dormir. Y en el trascurso de todos ellos John empezó a actuar extraño...

El primer día no dejó de verme hasta que lo noqueé en la práctica; pero lo dejé pasar por lo del día anterior. El segundo y tercero se la pasaba mirándome y luego empezó a estar a mi lado a cada rato; si la practica era en parejas me buscaba, si la comida llegaba se sentaba conmigo. Los otros días... ah sí; resulta que nos íbamos a quedar el resto de la semana; así que mientras me mortificaba por cómo estaba Gareth, y la forma de disculparme, John no dejaba de hostigarme. Y a Sart le divertía verme así; y lo peor.... A mí también me gustaba.

Fue el séptimo día cuando todo pasó. Los muchachos del regimiento de John se levantaron al alba; sin ruido. Cuando todos los demás estábamos listos para salir al desayuno, ellos venían de regreso. Pero al llegar la comida todos estábamos parejos, ellos entrenaron de más. La práctica y lo demás fue igual, y llegando la cena...

GuillemetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora