Mis ojos se abrieron molestados por los rayos de sol que se colaban a través de la ventana, y que empezaban a inundan la habitación; el día había llegado, era hora de levantarse. Sentándome casi en el borde la cama mecí mi pelo negro rojizo y alcé mi cabeza inspeccionando la habitación, en efecto, no había nada nuevo; todo invadido por un silencio abrumador, tal como era siempre desde hace ocho días.
-Vaya, aún no han vuelto...—susurré para mí con la vista algo perdida, después lentamente volví a bajar la cabeza, llegando casi a la altura de mis hombros desnudos.
Todo se había vuelto muy triste y tranquilo desde que Akadia y Sart se habían ido, ya había pasado una semana entera y no volvían; algo que me tenía muy impaciente y abrumado. Además por la pelea que tuve con Akadia toda mi conciencia empezaba a destrozarme por dentro, pero tenía la esperanza de que ellos volvieran, al fin y al cabo era lo único que podía hacer en esos momentos.
Después de unos minutos decidí levantarme de la cama, tomé una pantaloneta que había encontrado en la ropa vieja de Sart y bajé las escaleras descamisado; lentamente ya que no quería esforzar mucho mis ya recuperadas piernas. La temperatura en la casa se había vuelto bastante caliente, en parte ayudada por la falta de ventilación por culpa de que Sart y Akadia cerraban con llave todas las puertas y ventanas cuando se iban, así que siempre decidía dormir en ropa interior y andar sin un suéter o camisa; no me agradaba mucho y menos estando en una casa prácticamente desconocida para mí, pero era eso o morir de calor.
En la cocina decidí prepararme el desayuno. Ahora que estaba solo había recordado muchas cosas sobre cocina que mi madre me había enseñado cuando era menor, fue algo prácticamente obligado de su parte, pero estaba convencida de que me ayudaría para tiempos futuros.
-Ven hijo, esto te servirá algún día—me afirmaba mi mamá en aquellos tiempos, hoy le doy la razón.
Saqué unos cuantos huevos, cebolla, papas y sal entre otras cosas, además de un sartén y otros utensilios para conseguir prepararme un par de tortillas y un jugo de mora. Hace unos tres días hice un inventario de todo lo que tenía; pude calcular que podría sobrevivir con todo aquello por alrededor de un mes, pero no era mucho; algo que me preocupaba, porque si Akadia y Sart no volvían y con todas las salidas cerradas—lo cual no hacía mucha diferencia porque tenía cero idea de dónde diablos me encontraba—estaba seguro de que no sobreviviría por mucho tiempo más.
Terminé las tortillas y serví mi deseado desayuno en el comedor, cosa que aun estando solo en aquella grandísima casa seguía siendo como algo especialmente tradicional. Y sin quererlo mucho, mientras comía, empecé a meditar sobre todo lo que había pasado; aunque a decir verdad era algo que me pasaba a menudo en aquellos ocho días, porque está soledad empezaba a enloquecerme. Entre otras cosas, una parte de mi quería pedirle perdón a Akadia por todo lo que le había dicho, y a la vez darle las gracias por todo lo que habían hecho por mí, a ella y a Sart.
Y la verdad es que yo era el que tenía que irme, no ellos; yo, y si algún día volvían, sería lo primero en hacer...
En todo caso, todos aquellos pensamientos, a pesar de torturarme, me entretenían en cierto sentido, porque en aquella casa no había mucho que hacer, dado a que solo tenía centenares de cuartos, la cocina, una sala de estar, unos cuantos baños y muchas ventanas totalmente cerradas; así que mi diversión solo consistía en recorrer aquellos cuartos, hacer algunos ejercicios como sentadillas y abdominales para fortalecer mi cuerpo que estaba algo débil después de todo lo que había pasado, y como dije pensar... ah, y hace unos días debajo de una cama encontré una pelota pequeña, con la cual podía jugar un poco.
Tomé mi último sorbo de jugo, suspiré y recliné un poco la silla en la que me encontraba, quedando mirando al techo, pero esta vez no pensando. Tan solo viéndolo, notando que la verdad odiaba aquella vida; que daría cualquier cosa por ver de nuevo a Akadia y a su fiel y amable acompañante Sart, volví a pensar en todo aquello y sentí como me atrapaba el sentimiento, pensé que lloraría; cosa que me había pasado un par de veces, pero decidí incorporarme y bajar la cabeza un poco, solo para pasar aquel momento, que duró al menos dos minutos.
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Guillemette
AcciónAkadia es una comandante y una de las mujeres más fuertes de su pueblo. Todo en su vida parece estar bien; entre entrenamientos y duros trabajos; hasta que baja las escaleras a su cocina y descubre a un muchacho tendido medio muerto en el sillón—Gar...