Prologo

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—¿Es amor? — ganas no me faltaron de responderle... de mentirle, decirle que sí, amaba a mi mujer, que era la llama que me encendía, que si, que era el amor de mi vida, pero responderle aquello equivalía a ser el doble de cínico, ambos sabíamos la respuesta a su pregunta

– respóndeme – exigió, sacudiéndome por los hombros, yo rezando por controlarme, su olor devolvía recuerdos de un tiempo pasado, de una libertad que ya ninguno de los dos poseíamos.

—me casé con ella ¿no? – le di una respuesta corta, con la falsa esperanza de que la mentira no llegara a mi mirada. Imposible, ella me conocía demasiado bien...

— eso no responde a mi pregunta,

No claro que no, pero que podía decirle, que mi mundo se había venido abajo el día que la volví a ver.

Nos miramos no sé ni por cuanto tiempo, ninguno de los dos se atrevía, en otras circunstancias mi primer instinto hubiese sido tomar su rostro entre mis manos y besarle como lo venía soñando, pero no podía ser, y lo sabía, la moral era lo único que me quedaba.

Con la intención en la mirada, pícara, mordiendo de su labio inferior, se acercó a mí. Tomo mi mano derecha entre las suya, la levanto hasta su rostro y acaricio su mejilla.

Tire la cabeza atrás, y cerré los ojos. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas mezcladas con el calor de su piel en la palma de mi mano, tan conocido, tan natural causaban un cosquilleo en mi interior.

¿Cómo decirle que lo que hacia era un error?

¿Cómo decirle que lo que hacíamos allí escondidos como dos clandestinos estaba muy pero muy mal?

Le diría, lo juro. Pero si tan solo, no sé sintiese tan pero tan jodidamente bien.

¡Suspire hondo!

Alcé mi brazo rodeando su nuca, la tiré a mí, y ella entró en mi pecho con sus brazos rodeándome la cintura en ese abrazo que te devuelve la respiración. Su cuerpo tibio contra el mío. Sus palmas abiertas a mi espalda, posesiva, quemándome, queriéndose fundir en mi piel.

La abracé con fuerza, inhale del olor de su pelo, le bese, y me sentí vivo.

Ella mi necesidad.

La culpa regresaría con más fuerza lo sabía, me dije que no había nada de qué sentirse culpable, era solo un abrazo, un reencuentro entre amigos que no se veían en mucho tiempo. Sí, algo platónico e inocente.

Joder, si era solo un abrazo, ¿Por qué mi cuerpo se encendía?

¿Por qué sentía la necesidad de poser?

Quería decirle que dejara el cinismo, que dejara de herirme, que dejara de jugar, y en trece años me dijese qué era lo que quería conmigo.

Ahí se escapó de mis labios la misma pregunta, esa maldita necesidad de entender,

¿Qué era esto?

¿Qué hacíamos?

Y lo peor,

¿Por qué dolía tanto?





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