Capítulo 4

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—Hola —saluda Dylan dandome un beso en la mejilla.

—Hola —respondo el saludo.

—¿Qué tal estuvo tu fin de semana?

—Bien —respondo con una sonrisa —¿el tuyo?

—Igual —sonrie.

—Me alegro.

—Hace 20 minutos que termino tu turno, ¿porqué sigues aquí?

—Estaba analizando algunos expedientes de unos pacientes.

—¿Todo bien?

—Si, por supuesto.

—¿Por qué decidiste especializarte en psiquiatría? —pregunta curioso.

—¿Por qué lo elegiste tú?

—Pregunte yo primero —se defiende.

—Pero primero los caballeros.

—Primero las damas.

—Agh —ruedo los ojos —te sorprenderían la cantidad de razones por las que elegí está especialidad. Pero te lo resumo en que amé la carrera desde que la conocí, desde primero de preparatoria comencé a adentrarme a todo esto. En el instante en que conocí la especialidad supe que era lo mío.

—Vaya, suenas muy apasionada.

—Supongo.

—Bien.

—¿Y tú?

—Bueno, yo tengo un hermano con un transtorno explosivo intermitente. Me dolía verlo tan arrepentido después de sus episodios explosivos, decía que no podía explicar lo que sentía y tampoco podía evitarlo por mucho que luchara contra él mismo. Lo llevamos con un especialista y así fue como desde ese momento me prometí a mi mismo que ayudaría a más personas que pasaran por problemas similares a los de mi hermano.

—Vaya, ¿cuántos años tenías en esa época?

—22, ya estaba estudiando medicina, pero aún no sabía en que especializarme. Así que se podría decir que fue en el momento justo.

—Espero algún día conocer a tu hermano.

—Por supuesto.

—Pero bueno, por ahora me despido —digo mientras guardo los expedientes —nos vemos luego —tomo mi bolso y después deposito un beso en su mejilla.

—Con cuidado —sonrie.

Comienzo a caminar en dirección a mi coche, abro la puerta y lo primero que hago es aventar mi bolso en el asiento del copiloto para después quitarme la bata blanca y poder subirme al coche.

—No te la quites, me gusta como te vez con ella —dice una voz que jamás olviadaría.

—¿Qué mierda haces dentro de mi coche?

—Solo pasaba el rato —sonrie.

—¡Bajate! —ordeno.

Se baja del asiento trasero y se para frente a mi con una mirada fría.

—Aquí las ordenes las doy yo —dice amenzante.

—No se quien se deja manipular por ti, pero definitivamente yo no.

—Es lo que crees.

—JAJA.

—Subete —ordena señalando el asiento del copiloto para después meterse al coche.

—¿Qué mierda te crees? —impido que cierre la puerta —bajate de mi coche —ordeno.

—Ya te dije que aquí las ordenes las doy  yo —gruñe —subete —dice con un tono elevado.

Huyendo de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora