Las peticiones de la guerra

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Llevaban una semana y varios días en la fortaleza del puerto

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Llevaban una semana y varios días en la fortaleza del puerto. Nathair estaba absorta en los preparativos de la fiesta mayor de Emyerald. Era un día donde ella debía de conceder deseos a los habitantes del reino que se congregaron ante su trono. Inclinando sus cabezas y rogando por sus miserables vidas mientras ella escuchaba sin salir de sus pensamientos.

Era patético tener que darle al pueblo unas migajas, pero era lo que debía de hacer como monarca para mantener la estabilidad de la población. Conceder ruegos y peticiones como si realmente le importase una sucia panda de pueblerinos.

Lo único que deseaba era el poder que le ofrecía gobernar el reino y la destrucción que podía crear usando a su gente.

Después del asalto de los bandidos había estado entrenando con Melione en la playa. No solo por la oportunidad que le ofrecía ver sus poderosos músculos mientras entrenaba sino porque era necesario para llevar a cabo el final de su plan. Su amada debía de completar su entrenamiento y poder controlar del todo su magia.

Era impresionante la evolución que había obtenido Melione. Podía controlar elementos y darles forma a su antojo y dejar fluir la energía que crecía dentro de ella, pero lo que más le interesaba era la creación de esmeralda. La piedra era fundamental para derrotar a sus enemigos.

Salió de sus pensamientos cuando uno de los criados anunció que daba comienzo la recepción de la reina. Miró a Melione que estaba sentada a su lado sobre la tarima. La joven castaña llevaba una camisa de color turquesa y unos pantalones de lino blanco que se ajustaban a sus musculosas piernas. Escrutó su piel que destacaba debido a los colores y el sol que se había posado sobre ella. El color de su piel había aumentado dos tonos siendo un caramelo tostado y haciéndola ver una auténtica reina a su lado. Imperiosa y astuta, con una belleza abrumadora.

Ella misma llevaba un vestido de corte sirena, que dejaba ver el inicio de sus senos que estaban apretados bajo el corsé, y una raja en la falda que mostraba una de sus esbeltas piernas. Su corona era de un tono dorado con dos serpientes enrolladas sobre un tallo de flores con espinas. Notó como Melione ahogaba la respiración al ver cómo cruzaba las piernas y se ajustaba en su trono repleto de motivos marinos. Aún no había perdido el toque de hechizar con su aspecto, ni siquiera a su amada.

Sintió la mirada de la joven sobre ella y como se tensaba a su lado, y sonrió enseñando los dientes. Aquel día era solo una de las muchas demostraciones de poder y belleza que tenía que llevar a cabo para que su pueblo jamás olvidara quién era el que gobernaba. Y para que Melione comprendiera el poder que ambas poseían sobre sus manos.

―Su majestad―dijo un macho que se acercó hasta las escaleras que llevaban a su trono.

Se inclinó rozando la alfombra bermellón que cubría el mármol del suelo y se levantó. Le temblaban las manos, las cuales usó para estrangular el gorro de paja que se había quitado al entrar al palacio. Su ropa no estaba sucia, pero era vieja y había perdido parte del color por el uso y la exposición al sol. La miró sin ver con sus penetrantes ojos verdes.

Trono de escamas y almas perdidas [Legado Inmortal 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora