Temer por la muerte

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 Tras pasar unas cuantas semanas en la ciudad costera más importante de Emyerald, Melione acompañada de Nathair marcharon a su siguiente aventura por las vastas tierras inmortales

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Tras pasar unas cuantas semanas en la ciudad costera más importante de Emyerald, Melione acompañada de Nathair marcharon a su siguiente aventura por las vastas tierras inmortales. La joven estaba expectante de saber qué más sorpresas le depararían aquellas tierras llenas de magia y secretos sin resolver.

Había quedado prendada del lugar que dejaban atrás, no solo por el aroma a sal, algas y sol que impregnaba cada lugar por donde pasaba, ni por sus gentes que paseaban por las calles con una sonrisa en la cara para lo mal que lo pasaban, sino por la promesa que había hecho con Nathair el primer día que había pisado aquel lugar. Para ella, aquel balcón con aquellas vistas se quedaría perpetuo en su memoria hasta su último aliento.

Jugueteó con las riendas de su yegua mientras las palabras se clavaban en su corazón como un tatuaje eterno, mientras los besos y las caricias llegaban a su memoria. Sonrió al cielo de aquel día de otoño, habían dejado el verano atrás hacía unas semanas, con su color cerúleo y los rayos del sol golpeando su piel bronceada bajo sus pestañas.

Una ligera brisa otoñal recorrió el camino por el que iban y se ajustó la capa de viaje sobre su camisa de tonos burdeos. Nathair había pedido un nuevo repertorio de ropajes, camisas, pantalones y vestidos para ella con diferentes tonos que se ajustaban a su piel. Desde los burdeos más oscuros hasta los naranjas más claros, en un gran abanico de camisas, pantalones e incluso correas y arneses.

Jamás pensó que llevaría algo tan lujoso y exuberante sobre su piel, y siempre coronándolo con su collar de serpiente que no se quitaba ni incluso cuando dormía, porque era un regalo de su amada y además contenía una ligera reserva de magia que siempre podía serle útil. Pero había añadido dos cosas a su nuevo repertorio de joyas. Una era el anillo gemelo que compartía con Nathair y otra la pulsera de concha que le había creado y regalado. Todos aquellos bienes eran sus posesiones más preciadas.

Le dió unas palmaditas amigables en el cuello a Coghad mientras esta trotaba al lado de Bax siguiendo su ritmo. La yegua sabía perfectamente que debía de seguir al semental y ella dejaba que el animal tomara sus propias decisiones debido a que confiaba en su criterio.

El sonido de los cascos de los caballos pisando las hojas que comenzaban a estar secas y de tonos rojizos llegó a sus oídos. Jamás había visto esa tonalidad en los árboles ni en el paisaje. Y era un espectáculo antes sus ojos que jamás había podido llegar a imaginar ni en sus mejores sueños. Empapó su mirada de todo lo que la rodeaba, de los árboles con sus copas rebosantes de vitalidad que se caía con un leve baile al suelo, de los pájaros que piaban alegremente sobre las ramas y en sus nidos, y de los animales que se escondían entre la maleza.

Nathair iba absorta en sus pensamientos como siempre que hacían algo que era mecánico y no hacía falta estar atento. Se preguntó qué pensaba la reina, que pasaba por debajo de su rubia cabellera, y sobre todo si estaba pensando en ella.

Trono de escamas y almas perdidas [Legado Inmortal 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora