2 Acuerdos

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Otra pequeña siesta se había convertido en una lucha por respirar. Pasé de ver negro a ver colores, y poco a poco mis ojos se acostumbraron a la luz suave y azulada de un lugar fresco, cerrado. Paredes de piedra, blancas como la cal. Altos muros entre columnas ofídicas, cuyos fustes bien torneados parecen dos rocas torcidas en espiral, las basas son de roca oscura unidas al piso de color caoba, y los capiteles se unen al techo abobedado que es... ¿Agua? Los peces me miran con desaprobación. Oh, no... Es la enfermería Céline.

– Ah... – Me toqué el cuello, inmovilizado por un collarín.

Mi mano era firmemente sostenida, y no me di cuenta de quién era hasta que sentí ese beso...

– Oh, mi pequeña Geweldig... – "Maravilla"; solo una persona me llama así.

Evité ver a esos ojos como esmeraldas demasiado brillantes y con un aro dorado antes de las pupilas de marrón claro no precisamente redondas, más bien como una estrella de ocho puntas...

– Hola, madrina. – Saludé a la reina hada, con una sonrisa débil que no podía evitar formar pues, a pesar de mis negativas para con ella, y a pesar de las oscuras costumbres milenarias de elementales para con los humanos, ella me trata como si fuera su hija.

Me acarició el cabello y bajó a mi mejilla, con cuidado de no tocar el cable de oxígeno que iba a mi nariz.

– ¿Cómo te sientes?

Quité la cara, viendo a otro lado para no sentir su tacto como, de igual manera, soltaba su mano. No es que quisiera rechazarla, su tacto me causa algo similar a las cosquillas, en un escalofrío placentero al no estoy acostumbrada, pues desconozco las caricias cariñosas de cualquier gesto maternal. Es triste admitir que hago lo mismo ante mi maestra, que aunque es más insistente, no puede evitar dejarme ir cuando me cansa la cercanía, dado mi miedo a mi propia energía, cuya cuál es tal que podría dañar a quien sea, incluso a los que más amo, y claro que me he prometido evitar que eso suceda.

– Estoy bien, ya quiero irme.

– Me temo que no puedo dejarte ir. – Interrumpió con algo de pena.

Otra vez con eso...

– La ley dice que no me puedes retener aquí. – Dije con toda la severidad que pude fingir. – Como tampoco es bien visto que las hadas atiendan médicamente a una humana.

Rió bajito, y sostuvo su barbilla en su palma, posicionando su codo en el borde de la camilla, o más bien, poniendo el brazo muy junto de mi piel, de mi cintura...

– Me encanta verte en tu faceta obstinada aún en los peores momentos. ¿Sabes? Ante mis aristocráticas rutinas resulta refrescante tu poca cooperación, como siempre.

No pude evitar virar los ojos.

– Me alegra divertirte, pero acabo de salir de un infierno y quiero ver a mi maestra.

Su sonrisa se borró y me miró con los ojos entrecerrados.

– Ah, sí... Tu maestra... La vampiro... – Comentó con vacilación.

Me senté, a pesar del dolor.

– Sí, mi maestra, la mujer que cuida de mí, a la cual conoces así que sabes bien por qué te hablo así y por qué la quiero a ella a mi lado, ahora.

Empezó a jugar con el borde de la manta que me cubría.

– Por ahí debe andar, pero... Uno esperaría que fueras más como una adorable gatita consciente de cuándo se le priva de libertad por su bien, y aun deseosa cureosear, se le liman las garras, no como un perrito gruñendo y que...

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⏰ Última actualización: Aug 05, 2021 ⏰

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