El espejo de la mentira

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Una remodelación significaba cosas nuevas, o por lo menos eso le hice creer a mis padres. Fuimos a un lugar en donde vendían muebles, sofás, espejos y otras reliquias antiguas. Me encantaba lo antiguo, hacía ver a mi habitación interesante, le daba un toque pintoresco, cosa que siempre me preocupaba por resaltar.

En ese lugar habían candelabros con aspecto de hace muchos siglos, muebles con grabados egipcios y un sinfín de cosas que hubiera querido que adornaran mi habitación. Buscando lo que finalmente compraría, llegué a ver un espejo muy grande. Era extraño, semiovalado, con bordes negros entre los cuales se podían ver signos antiguos, tal vez griegos o romanos. El aspecto era perfecto, quedaba de encaje con mi habitación, lo único malo era que el espejo en sí… estaba mal.

El cristal estaba algo hundido, lo que hacía que el reflejo estuviera distorsionado. Pero ¿para qué fijarme en eso?, me pregunté, después de todo tenía muchos espejos en casa, sólo necesitaba algo que encajara a la perfección con mi habitación.

Mis padres lo compraron a rabietas; ellos no entendían lo que significa mi habitación y lo sagrada que era para mí. Puse el espejo exactamente frente a mi cama. Como lo esperaba, combinaba a la perfección con el resto de mi cuarto. Era genial esa mezcla de blanco y negro en mi habitación, y el espejo le daba un toque greco-romano.

Llegó la noche y no me molesté en verme en mi nuevo espejo antes de dormir, después de todo, mi reflejo no sería tan exacto que digamos. Estaba realmente cansado por el día que había tenido, habíamos ido de tienda en tienda buscando lo que finalmente resultó ser mi preciado espejo.

El cansancio me abatió, cerré los ojos y me sumergí en un profundo sueño. Ese sueño fue realmente extraño. En él, yo me veía desde otro plano; me veía como si estuviera en el techo, presenciando todo lo que sucedía en mi habitación. Me podía ver a mí mismo durmiendo, y al espejo. Y pude notar cómo del espejo salía una sombra que se paró a los pies de mi cama a observarme.

El sueño fue básicamente eso, ver cómo esa sombra me veía dormir durante horas, hasta que volvió al espejo.

Y así fue cada noche. Todas las noches tenía el mismo sueño, esa sombra que salía del espejo para verme dormir. Lo espeluznante de estos sueños era que cada vez la sombra se hacía más concreta. Un viernes por la madrugada, regresé a casa totalmente ebrio por una fiesta que había tenido con mis amigos de la universidad. Llegué sólo para lavarme los dientes y tirarme rendido en mi cama. No pasó ni una hora y me levanté de súbito. Eran aproximadamente las 3:20 a.m.

Entonces lo vi.

Me quedé pasmado ante mi espejo, que reflejaba distorsionadamente un paisaje totalmente desconocido para mí. Era una especie de bosque deteriorado, totalmente gris. Incluso se podía notar un pantano a lo lejos, los arboles marchitos y un ligero azote de viento contra las hojas de las copas más altas de los robles a la distancia. Intenté moverme frente al espejo para ver si éste me reflejaba, pero era inútil. Estaba a punto de llamar a mis padres cuando se asomó alguien por el espejo. Alguien que conocía bien.

Yo. Me vi a mí mismo asomarme por el espejo, mirándome. Mi reflejo me sonrió, y habló:

—Hola, qué gusto encontrarte —me dijo, sin la menor pizca de sorpresa.

—Ho… Hola. Eh… estoy soñando, ¿verdad?

—Jajá, no. Ni tampoco estás borracho por la fiesta.

—¿Cómo sabes que fui a una fiesta? —le pregunté con una ligera sospecha.

—Pues te vi llegar ebrio —me respondió, moviendo los ojos como si buscara algo en mi habitación—. Te veo dormir desde que compraste mi espejo.

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