La fiesta y...¿un bebé? (Parte 1)

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Lamento la demora.

Luciana entró con aires de madre primeriza a la casita. Sin dudarlo (y vaya, como dudar tremendo sentimiento), Luciana sentía exactamente lo que había dicho antes: la soledad, esa que le había estado molestando, de repente dejaba de darle importancia.  Solo había bastado un gesto de un ser de alma pequeña para saber que su vida no estaría completa, sino que antes lo que le  daba el toque amargo de la soledad ahora tendía un sabor más dulce y mas lleno. Ella miró a la criaturita que llevaba en brazos y soló pensó en una cosa.

Cuidarlo.

Cuidar aquel niño, incluso sabiendo que absolutamente no era suyo.

Pero ¿Qué piensa una niña de solo doce años al encontrar una criatura como tal en una noche que seuponía sería la más alegre, y también, la mas lúgubre del año? ¿Qué podría pensar la oscuridad cuando encuentra la luz? ¿Qué sentiría alguien siendo solo, cuando aparece otro alguien que también ha estado solo? 

Luciana nunca pensó esto hasta después. Mucho después.

Guardaba sus palabras cuando no encontró a Manolo en la casita. Lo busco a tientas con la mirada y con sus brazos sostenía con fuerza al pequeño. Incluso llorando, le parecía una tranquilidad casi poderosa.

Entonces, escuchó al otro lado de la casita, unos pasos que se acercaban acompañados de maldiciones por algo muy pesado que sus brazos cargaban.

La respiración de Luciana se cortó.

Acercó sus labios a la oreja de bebé y le susurró:

-Manolo es como mi padre. Es un buen tipo, te lo aseguro. A lo mejor no de cara y menos de genio, criaturita, pero es un tipazo...

La puerta se abrió con suavidad y Luciana pudo ver a Manolo de reojo. 

Manolo, aún sin notar al pequeño, le dijo:

-¿Pasa algo, Lucianita? Tengo algo para los sepulcros que...

Manolo abrió la puerta, esta vez totalmente. 

Fue bueno que nadie más que Luciana (y la criaturita) viera tremenda reacción como fue la de Manolo al notar el alma pequeña que Luciana guardaba en sus brazos de niña adolescente. Porque sí así hubiera sido, todos se abrían muerto de la risa. Nosotros, todos lo hubiéramos hecho. 

Y, definitivamente, la situación no era para morirse de la risa. 

Manolo abrió su boca muy grande, pero aún sin haber quitado la expresión de sorpresa de sus ojos de persona mayor.

-¡¿De dónde?! ¡¿Cómo?! !¿QUÉ HACE UN BEBÉ AQUÍ?!

El grito de Manolo solo logró que en la casita el mundo se volveriera pesado y que el ambiente se volviera más denso. Y, si no les fue suficiente, el bebé empezó a llorar.

-¡Manolo!- El bebé, antes tranquilo, ahora lloraba con fuerza y eso hacía que el corazón de Luciana se estrujara como  el papel-¡Cálmese! ¡Sólo le esta alterando! 

Manolo no azotó la mano como lo hacía siempre en todas las situaciones donde alguién de esa pequeña familia se sentía mal o había hecho algo malo en el cementerio. Trataba de guardar la compostura, pero es solo ver al pequeño le hacía crecer en él todas sus preguntas. ¿Qué iban a hacer con un nuevo miembro, que además, aún ni siquiera sabía vivir como los demás?

Luciana empezó a mecer al bebé desesperadamente con la esperanza de que éste volviera a tranquilizarse, pero Manolo también empezaba a preocuparle ¿Cómo se puede tranquilizar a un alma pequeña y a otra sensible a la vez?

Una Flor en el CementerioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora