El Mercado del Mixquic

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El mercado casi nunca estaba lleno de gente, pero esta vez, estaba repleto. Por todas partes había decoraciones, calaveras, pan dulce y todo lo que la gente disfrutaba en el día de muertos. Los callejones eran ahora filas de personas, la mayoría con una gran prisa.

Ese era el mercado favorito de Luciana, por la única razón de que su madre siempre la llevaba ahí. Antes de morir, su madre le había comprado una calavera de papel, y recordó sus palabras:

“-Mami… ¿Por qué esta calaverita es de papel?”

“-Porque la vida es de oro, hija, porque la muerte es de papel. Si tu los comparas, el papel no vale nada”

A Luciana se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no quiso derramar ni una. Ese era su día, el único que su mamá y ella compartían, y nada lo podía arruinar.

Escuchó a los pregoneros que se le acercaban:

-¡Llévele, llévele! Calaveritas a cinco, cempasúchil a diez…

Luciana miró con preocupación su billete, y pensó:

-No me va a alcanzar ni pa’ dos flores si compro calacas.

En ese momento, recibió un empujón que la tiró al suelo:

-¡Oiga usted!

-¿Oiga yo?- le dijo Armando, sonriéndole –Pero si yo oigo bien.

Luciana de inmediato reconoció ese tono de burla, ese amigo que se había ido hacía un año, por la tristeza de la muerte de su hermanito. Se levantó y lo abrazó de inmediato:

-¡Armando!- le dijo, abrazándole.

Armando era el antiguo ayudante de Don Manolo. Cuando Luciana vino (a la edad de los cuatro años) Don Manolo le ordenó a Armando enseñarle sobre las tumbas. Desde ahí, se volvieron amigos.

-¡Que milagro! – lo soltó y le dijo con alegría- ¿Qué te trae por estas tierras?

-Pos, tu sabes qué, hoy es Día de los Santos y vine a ver a mi campeón, Pepe.

Una extraña melancolía dominó los ojos de Armando, y se le llenaron de lágrimas. A Luciana se le borró la sonrisa, y le dio una palmadita al hombro de su amigo:

-Ya Armandito, no te nos agüites, recuerda que el pequeño Pepe ya está en los brazos de Diosito y… ¡Tu piensa en lo feliz que se pondrá Don Manolo cuando te vea!

Armando respondió con una ligera sonrisa, y le dijo:

-Creo que por hoy, la razón la tienes tú.

De repente, a Armando le vino algo a la cabeza:

-¡Pero casi lo olvido, hoy es tu santo!

Armando rodeó con el brazo a Luciana, pero ella se apartó:

-¡Quítese canijo!- dijo, dándole un golpe en el brazo –Tal vez si, hoy compruebo que vivo un año más pero…mi jefa es más importante.

Luciana, de repente, le preguntó:

-Oye, tú, antes de que se me vaya el avión ¿Has visto el puesto de Doña Hortensia? Es que ella todo me lo más baratito y nomás no la encuentro…

-Ahorita que me acuerdo, creo que está en frente de la Casa Fiestona, un poquitín lejos de aquí.

Mientras caminaban, ambos platicaban de sus vidas, sus metas y sueños, como siempre lo hacían.

-Armando, cuéntame ¿Cómo te ha ido en eso de las trajineras?

-Pues déjame decirte que al principio me pareció el trabajo más feo del Distrito Federal.  Pero después le encontré el chiste. Me dan diez pesos diarios, y con mucha suerte y generosidad me dan los clientes una propinita. Además, a las cinco, la tarde se pone “de pintura”

Una Flor en el CementerioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora