El Día de Muertos

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La entrada al cementerio jamás había estado tan llena. Centenares de personas se dirigían hacia las tumbas de sus familiares, con velas blancas, candelabros y lágrimas en los ojos. Cantaban canciones cargadas de melancolía, y familias enteras llevaban fotos de los difuntos. La Luna, sin compañía de estrella alguna, se asomaba tímidamente en el cielo detrás de las nubes, e iluminaba de a poco el cementerio. La entrada, aún cerrada, estaba lista para recibir a todas esas gentes que amaban a esas personas difuntas.

Luciana observaba todo, desde su casita humilde. Don Manolo rezaba un rosario y preparaba algo que sería una sorpresa para Luciana:

-¿Ya puedo ver, Don Manolo?

No respondió, siguió moviendo sus manos hasta que le dijo:

-Ya.

Luciana se volteó, y estuvo a punto de llorar al contemplar lo que vio. La Virgen de Guadalupe estaba en esa misma pared, con fotos de su madre, pintada. 

Se acercó hacia ella con dulzura, y acarició esa pared. Se sintió llena de vida por primera vez, y sus manos le temblaron. Las lágrimas se resbalaban en su rostro:

-Feliz cumpleaños, Luciana.

Luciana volteó hacia Don Manolo, y le dijo:

-Ay, Don Manolo, no tenía usted que hacer esto por mí...gracias, muchas gracias patrón.

-No me agradezcas nada, este día se celebra porque se celebra.

Luciana se dirigió con rapidez hacia Don Manolo y le dio un abrazo. Don Manolo no supo como reaccionar, pero también la abrazó.

Permanecieron así un buen tiempo, hasta que escucharon el estruendoso tocar de aquellas familias que querían entrar al cementerio. Se apartaron, pero Luciana, antes de irse de la casita, le dijo a Don Manolo:

-Tenga usted un feliz Día de Santos, patrón.

-Y tú, un feliz cumpleaños.

Luciana salió de la casita, y fue hasta la entrada con unas inmensas llaves. Las introdujo en una cerradura vieja, y desde ahí, todo comenzó.

Entró cada familia, pobre y rica. Todos hacían dos únicas actividades: Cantar salmos o rezarlos. Después, entraron los sacerdotes. Luciana se dirigió hacia uno de ellos y les besó las manos, y ellos le dieron la bendición con ternura. Aquellos fieles, fueron hacia ellos y escucharon cada una de sus palabras.

Luciana  vio como el cementerio se alumbraba, y sintió que caminaba encima del sol. Un sol extraño, lleno de muertos, pero que aún conservaba la luz. Entre aquel alumbramiento, buscó la tumba de su madre, pero no fue difícil localizarla, era la única que no estaba decorada. Tenía sus adornos en la mano, y corrió hacia ella.

Cuando la vio, comenzó a dejarle pétalos de cempasúchil, hasta que no quedó más. 

-Para que se vea usted más hermosa- le dijo Luciana.

Después, le leyó unas cuantas calaveritas literarias, y también se las puso a la tumba.

-Para que lea mucho, que yo se que le gusta la poesía.

Dejó el incienso junto a la tumba, y le dijo:

-Para que la muerte no le huela tan mal.

Dejó también, un pan dulce de olor exquisito:

-Para que tenga algo dulce que llevarse a la boca

Por último, dejo las calaveritas de papel en medio de la tumba, se agachó y besó la lápida, con los ojos llenos de lágrimas:

Una Flor en el CementerioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora