LA CHICA DE ENFRENTE por Norma Bautista

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Los personajes de Candy Candy son propiedad de Mizuki & Igarashi.
La historia pertenece a sus respectivas autoras.
Contiene lemon 🍋
Lectura apta para mayores de 18 años.


“Te quiero así, sin más ni más”
11 de febrero.
La mañana iniciaba, el sol apenas se asomaba en el horizonte, ¿qué hora era? más de la siete treinta, un hombre se levantaba de su cama con rapidez, se había quedado acostado más de la cuenta, se acerca al enorme ventanal de su habitación, inmóvil, esperando algo que ver, dirige su mirada al reloj de la mesita de noche, siete con cuarenta, ¿acaso ya había salido? ¿quién? La chica de enfrente, la chica que vive exactamente enfrente de su departamento; en eso, escucha un suspiro que sale de la hermosa mujer que comparte su cama y su noche anterior. La hermosa publicista Susana Marlow, una noche más, dos noches seguidas, récord para él que no repite a ninguna de las mujeres que lo acompañan a su casa; el suspiro vuelve a aparecer, eso lo distrae, se acerca lentamente a ella y con la punta de sus finos y largos dedos, recorre el hombro, el brazo, la cadera, la pierna descubierta y al punta del pie… sí, es una belleza y llena de pasión, pero hay un pequeño detalle, su atención está en la chica que vive enfrente de su departamento, se acuerda de ella y regresa al ventanal, ¡por Dios! ¿y si ya no se aparece? No ha fallado en verla desde hace más de dos meses, demasiado tiempo para él y su atención en una mujer, en eso, la cortina de la ventana de enfrente se descorre y aparece, por fin la chica, envuelta en esa graciosa bata color rosa con florecitas moradas, tiene una toalla en su cabello, sí, hoy toca que se lave el pelo, conoce sus rutinas de limpieza ya muy bien, trae su enorme taza de café ¿o té? No importa, ella lleva a sus labios la taza y disfruta de la vista que le da ese pedazo de espacio, un poco de cielo, algo nublado, pronostican otra nevada y más allá, a lo lejos, el río Hudson. Termina de ver con calma, otro sorbo de líquido y regresa a su habitación, la ventana abierta para dejar pasar la luz del sol. El hombre sigue mirando hacia el departamento de enfrente, la gasa no tan transparente de su ventanal impide ser visto por ella, pero parece ser que la chica no tiene el menor interés de observar los ventanales y paredes del elegante edificio que está enfrente, opta por adentrarse en sus ocupaciones. El hombre se encierra en su pensamiento, ¿cómo será el tono de su voz? ¿qué tipo de cuerpo tendrá? ¿atractivo? Sus ojos, ¿de qué color son? A él le atraen los tonos de color de ojos, su departamento está decorado con un buen gusto y tonos verdes, ¿por qué lo persigue ese color? porque en su niñez, sus primeros dibujos eran con tonalidades verdes, del lugar donde vivió sus primeros años, en la localidad de Chester, cerca de Gales, en Gran Bretaña, el campo verde y húmedo lo tiene grabado en su mente y en su corazón. De nuevo, el suspiro, pero ahora, escucha hablar a la mujer.
-Terrence, cariño, ¿ya despierto otra vez tan temprano? ¿anoche no te hice cansar lo suficiente? Vuelve a la cama, ven, quiero tenerte conmigo.
El hombre hace un gesto de fastidio, después de ver a su chica de enfrente no desea hacer caso a la petición de la mujer.
-Será mejor que te levantes y te vistas, ya es hora de que te vayas, yo haré lo mismo, tengo mucho trabajo el día de hoy.
La mujer lo mira con ojos de asombro, ¿acaso escuchó bien? ¿le estaba pidiendo que se vistiera y se fuera? ¿a ella? La mujer más deseada del círculo de amigos de Terrence, por lo que le dice:
- ¿Qué dices? ¿me estás pidiendo que me vaya? Te estoy diciendo que vengas a la cama, ahora, te prometo que te haré gritar y delirar de deseo, te lo aseguro.
Terrence sintió que un repentino calor le subió desde el centro de su pecho hasta su cabeza, jamás, ninguna mujer, desde que tiene uso de razón, le ha ordenado hacer el amor, ¡ninguna! Y esta tonta, cabeza hueca le acaba de ordenar, ¡ja! Se quedará esperando acostada y con toda paciencia y furia contenida habla:
-Te acabo de decir, que te vistas y te vayas, ya no quiero acostarme contigo. -Y para rubricar sus palabras, toma la ropa de la mujer y se la avienta al rostro.
Susana siente que un calor descontrolado la llena de enojo y con movimientos rápidos y desordenados, se levanta y empieza a vestirse, no sin soltar algunas feas y altisonantes palabrotas hacia Terrence.
El hombre empieza a reírse por lo bajo y contesta:
-¡Vaya! No te conocía ese lenguaje tan refinado, va con tu estilo, apresúrate, que tengo que irme ya.
La mujer medio termina de vestirse, toma el resto de su ropa y se coloca el abrigo:
-Te aviso, que no te hablaré en los próximos días, hasta que reciba una disculpa de tu parte.
-Muy bien, querida, eso te iba a pedir, que no me busques ya, me aburres soberanamente y no te preocupes, que no te volveré a llamar, ahora, si me disculpas, me voy.
Terrence se coloca el saco y hace un ademán con el brazo de que la mujer se encamine a la salida, lo único que se oye de ella es un furioso gruñido, el taconeo de sus zapatos y el portazo que se oye fuertemente al salir del departamento.
Con una gran sonrisa en los labios, Terrence se desviste y se dirige a su baño.
Tiempo después, el hombre está en el estacionamiento privado de su edificio, hoy tiene varios asuntos que lo alejarán de la zona de Manhattan, por lo que necesitará su auto, un Bentley Continental, del color de sus ojos, azul zafiro. Mientras observa que la reja automática se abra, sale la chica de enfrente de su edificio; viste un abrigo de lana negro, ajustado a su breve cintura, unas botas negras de tacón bajo, un gorro negro que cubre gran parte de su rubio y ondulado cabello y una bufanda que haría, por el color, ser localizada en cualquier estadio, de color rosa fucsia, en su mano, un termo. Terrence se queda con la boca abierta, la tiene tan cerca, y la puede admirar en toda su belleza y esplendor. “¡Lo sabía! ¡Es…hermosa!”
La chica se detiene un momento, buscando algo en su enorme bolsa de mano, verifica que no le falte nada, toma su termo y se dirige hacia la avenida. Con lentitud, Terrence arranca su auto, y la va siguiendo; no quiere perderla de vista.
-“¡Dios mío! ¿Acaso me estoy convirtiendo en un pervertido o acosador? ¿Qué me ha dado esta chica para querer seguirla sin que se dé cuenta?”
La chica llega a la esquina de la avenida, levanta su brazo para pedir un taxi, un auto se detiene y ella, con rapidez se sube, el taxi se pierde entre el tráfico, Terrence se queda desilusionado.
La mañana transcurre con rapidez, después de hacer sus diligencias, Terrence se dirige a su negocio, una galería de arte que se encuentra en la calle 70, al oeste de Manhattan, casi llegando a la avenida Amsterdam, aunque el edificio donde vive se encuentra en River Side, él prefiere caminar hacia su galería, pero por cuestiones de trabajo, tuvo que usar su auto ese día. La galería se llama “Grandchester”, su padre la fundó hace más de 15 años, cuando decidieron irse a vivir a Nueva York. Terrence heredó el gusto por el arte y las antigüedades, sus padres, decidieron regresar a Chester y dejarlo solo en Nueva York. La encargada de todo el funcionamiento de la galería es la señora Marie, una dama de mediana edad, que inició trabajando con su padre y se quedó a apoyarlo.
-Buenos días, Marie, ¿llegaron las pinturas de Lorenzo Lotto?
-Solo una de las dos, dicen en la galería de Florencia, que se tardarán, al menos otra semana en enviarla, sigue en restauración.
Terrence hizo un movimiento característico de sus labios que denotaba contrariedad, la señora Marie, lo conocía bien.
-No te preocupes, estaré insistiendo para que la envíen antes de una semana, ya ves como son los italianos, les gusta llegar a las fechas límites.
Terrence se concretó a medio sonreír y con unos papeles en sus manos, se dirigió al fondo de la galería, hacia su oficina, que era un cubículo, espacioso, con grandes ventanas, y que dominaba todo el lugar.  Marie se dirigió a su escritorio. En esos momentos, la galería se encontraba sola, en eso, unos pasos lentos, se escucharon en la duela del local, se detenía el sonido y luego volvía a escucharse, Terrence estaba absorto en sus papeles, pero no alzaba su vista, escuchó la voz de Marie que decía:
-Buenos días, señorita, ¿le puedo ayudar en algo?
Una voz, suave como un murmullo, alcanzó a oírse a la distancia, Marie encaminó a la joven, a un extremo de la galería, en eso, Terrence levanta su mirada, la luz del ventanal de la entrada, le daba de pleno, pero fue suficiente para apreciar a la joven que estaba junto a Marie, entre una multitud la reconocería, ¡sí! ¡era ella! ¡la chica de enfrente! Con su inconfundible abrigo negro y esa bufanda de color rosa subido…era ella y estaba a unos metros de él. El corazón le latió con fuerza, quería levantarse pero estaba como atascado en su silla, lentamente se puso de pie y caminó hacia donde estaban las dos mujeres, la chica estaba de espaldas, caminando hacia atrás y Marie frente a ella, caminando también, Terrence estaba a menos de un metro de ella pero ninguno de los dos dejó de caminar, ella hacia atrás y él hacia ella, en eso, la chica se voltea bruscamente y topa con un muro de carne y huesos, la tapa de su termo se salta y el líquido cae encima de la blanquísima camisa de Terrence; los ojos de ella apuntan al pecho de él, enseguida se escucha que dice:
- ¡Diablos! ¡Lo siento mucho, perdone usted, lo siento!
Se inclina y busca algo con desesperación en su gran bolsa, termo y tapa están en el suelo y por fin ella se levanta con un pañuelo, intentado secar la enorme mancha de café que está en la camisa de Terrence.
De pronto, ella eleva su mirada hasta los ojos entrecerrados de Terrence que yace con los brazos semi-abiertos viendo el desastre que la chica ha provocado, los ojos de ambos se enfocan, y él, abre poco a poco sus ojos, cuando una mirada de brillo verde como el bosque, como las piedras preciosas que se encuentran en la profundidad de la tierra, lo envuelve y lo lleva a los bosques y prados de su infancia, a la hermosa piedra, la esmeralda que su padre le regaló a su madre y que estaba en una pulsera que era la fascinación de Terrence, esos colores no los olvidaría jamás y los veía de nuevo, ahí, en los ojos de la chica de enfrente de su departamento.
-Lo, lo siento mucho… cómo le dejé su camisa, perdóneme, fue mi culpa.
La voz dulce y suave de la chica lo dejó hipnotizado, al igual que su mirada. No sabía qué decir.
-No, no se preocupe, la culpa ha sido mía por caminar hacia usted y no detenerme a tiempo, o al menos avisarle que estaba detrás suyo.
Los dos se quedan mirando detenidamente, hasta que la chica rompe el encanto.
-Siento mucho mi torpeza y estoy dispuesta a pagar la tintorería, si me da su camisa, la llevaré a un lugar donde se la dejarán como nueva.
Terrence pensó en dársela, pero prefirió deshacerse de la prenda, era un regalo de Susana y distraídamente se la había puesto, por lo que dijo:
-No se preocupe, pienso deshacerme de esta camisa, ya no la quiero. Marie, voy a casa a cambiarme.
-Lo siento en verdad, en este momento le lavaría yo misma la camisa, pero como dice que ya no la quiere.
-No, ya no la necesito.
-Bueno, entonces, me retiro, pero, estoy en deuda con usted, tengo que reponer el daño que le hice, también se manchó su traje, ¡oh, qué desastre provoqué!
La chica se llevó ambas manos a su rostro, Terrence sintió la necesidad de tomarle las manos y besarla, se veía tan adorable con ese gesto.
-Ya no se preocupe, le digo que iré a cambiarme.
- ¿Está muy lejos su casa?
-No, está en Riverside.
- ¿Riverside? ¡Yo también vivo por ahí! Bueno, disculpe mi torpeza, me tengo que ir, tengo una clase de Historia del Arte y apenas estoy a tiempo para llegar.
Terrence necesitaba más información de ella, por lo que preguntó:
- ¡Qué interesante! ¿En qué escuela?
-En la Academia de Artes, la que está en la calle Franklin. Mi clase comienza a la una, y son doce y cuarto, bueno, me disculpo de nuevo, lo siento mucho, pero estoy en deuda con usted.
-Un momento, ¿qué le parece si me acompaña a mi casa? Me cambio rápidamente y la llevo a su clase, ¿le parece?
La joven abre grandemente sus ojos, no esperaba tal proposición, pero al mirar la galanura del hombre que tenía enfrente de ella, se dejó llevar.
-Bue-eno, sí, lo acompaño y luego le agradeceré el aventón a mi clase.
Terrence se despidió de Marie que le hizo un gesto ya conocido en el rostro, “si, ya vas con otra conquista… ya sienta cabeza, Terrence Grandchester”.
Terrence se puso su grueso abrigo negro, colocando con delicadeza su mano en la espalda de la chica, la condujo hasta el estacionamiento del edificio de enfrente donde estaba su auto. Al verlo, la joven exclamó. - ¡Qué auto más hermoso! ¡Y hace juego con sus ojos! ¡Qué gracioso!
Terrence no se esperaba ese comentario. Sin embargo, le pareció divertido. Con caballerosidad, le abre la portezuela del acompañante y la joven se desliza con suavidad.
En pocos minutos, el auto recorre la avenida, pero despacio, ambos están en silencio, hasta que Terrence habla:
-Creo que lo mejor será llevarla a su clase, tengo una diligencia que realizar cerca de aquí, después iré a cambiarme.
La desilusión se pinta en el rostro de la joven, pero asiente en silencio.
-Me parece bien, muchas gracias.
Llegan a la Academia de artes, la chica se sale del auto y Terrence también, está en un lugar prohibido por lo que sabe que cuenta con pocos minutos.
La joven es la primera en hablar.
-Lamento mucho el accidente, quiero ser agradecida con usted y recompensar mi torpeza, le invito un café, aunque suene ridículo.
¡Era lo que quería escuchar él!
-Sí, por supuesto, muy amable de su parte.
La joven busca en su enorme bolsa de piel un papel y un lápiz, garabatea unos números y se lo entrega a Terrence.
-Es mi número telefónico, cuando guste y tenga tiempo, estoy libre.
- ¿No importa la hora?
-No, para usted no, tengo que recompensar mi torpeza.
-Olvídelo ya, nada me agradaría más que conversar con usted tomando una taza de café, lejos de mi camisa.
La chica suelta una cantarina carcajada que revolotea alrededor de Terrence, es el sonido más dulce y agradable que haya escuchado alguna vez. Se dan la mano, una corriente eléctrica recorre el cuerpo de Terrence, hasta la punta de sus cabellos, observa que la chica se queda quieta, mirando las manos que están unidas, levanta su rostro con sus hermosos ojos verdes y le sonríe francamente.
-¡Gracias por el aventón! -Ella se voltea para entra a la Academia cuando escucha la voz grave y varonil de Terrence.
-¡Espere! No sé su nombre aún, ¿cómo se llama?
Ella voltea con gracia y le dice con una amplia sonrisa:
-Candice, Candice White.
Terrence sonríe abiertamente, así que su chica de enfrente se llama Candice, un dulce nombre para una dulce chica. Corriendo entra a su auto, y se dirige a su departamento. En pocos minutos se cambia y la camisa fina y cara de Susana, está en la basura, vuelve a salir y decide no ir a la galería, prefiere ir a la Academia de Artes, quiere volver a ver a su chica de enfrente, a Candice.
Decide caminar hasta ahí, son unas cuantas cuadras, el tráfico ya es considerable, sabía que tenía tiempo, era apenas una y media. Entra al edificio y pregunta por la clase de la una, sobre Historia del Arte, le indican en donde es y se dirige a un auditorio, hay más de una treintena de estudiantes, de diversas edades, en los asientos delanteros, está su chica, imposible no distinguirla con esa bufanda. La observa en silencio, cada movimiento, cada gesto, la sonrisa al tipo de al lado, lo que lo hace sentirse incómodo, la mujer de su izquierda, sigue mirando y escucha lejanamente la clase y comienza a poner atención, así que es una charla sobre Lorenzo Lotto, un pintor renacentista, poco mencionado, pero con una gran calidad en sus obras. Algo que puede conversar con ella, la mira absorta escuchando y haciendo anotaciones en su Tablet, es divina, única, con recelo, Terrence no quiere pensar que su chica de enfrente sea diferente, hay algo en ella que lo atrae, aparte de su belleza física, sus ojos, esos ojos en los cuales se perdería gustoso. La clase está a punto de terminar y él decide salirse sin ser visto, podría pensar mal de él, si lo ve por ahí, como si la estuviera persiguiendo o acosando y es lo menos que quiere despertar en ella; rápidamente abandona el edificio y se dirige a la galería, esperará pacientemente a hablarle, un par de días será suficiente.
12 de febrero.
A la mañana siguiente, Terrence inicia el ritual de observar a su chica de enfrente, son las siete con treinta y observa detrás de las gasas de su ventanal, semi oculto, da la hora, y ella aparece, llena de alegría, se nota que sonríe, su taza está entre sus manos, pero ahora no la bebe, solo sonríe, eso pone a Terrence de mal humor, ¿por qué sonríe? ¿de quién se acuerda? Suelta un suspiro, bebe un sorbo, se acomoda la cabellera que no fue lavada, se estira para ver un poco el río Hudson y se regresa a su habitación.
Terrence se queda pensativo, ¿en quién pensaría? ¿por qué ahora lucía una sonrisa diferente? Eso tenía que averiguarlo hoy, no se esperaría hasta mañana para hablarle. Un par de horas más tarde, Terrence llega a la galería, Marie le tiene una gran noticia.
-Terrence, mañana estará la otra pintura de Lorenzo Lotto, ¿ves que lo conseguí?
-Gracias, Marie, sabía que lo lograrías, te mereces un bono, la venta de esas pinturas alcanzan para eso y más.
Marie sonríe ampliamente, de pronto, se escucha el teléfono, la mujer lo levanta, escucha brevemente y entorna los ojos emocionada hacia Terrence.
-Sí, un momento, él se encuentra, veré si puede hablarle. -Coloca su mano en el auricular y le dice: -Es la chica de ayer, la que te ensució todo de café.
Terrence siente que se paraliza su corazón, se supone que él le hablaría, no ella, pero no quiere perder la oportunidad.
Con un gesto le hace saber a Marie que contestará en su cubículo. Por primera vez en su vida, Marie observa a Terrence correr hacia ahí, ver para creer, pensó que jamás lo vería, Terrence Grandchester, el inalcanzable, corriendo para contestarle a una chica que acaba de conocer. Un segundo después, ella cuelga.
- ¿Sí? ¿Candice? ¡Qué sorpresa! Se supone que yo te hablaría, pero ya que lo hiciste, gracias por ahorrarme la llamada. ¿Vernos hoy? Me parece muy bien, ¿a qué hora? ¿Te parece a las cinco? Sí, he frecuentado ese lugar, por supuesto que estaré ahí…sí, muy bien…a las cinco entonces…Candice, gracias.
Terrence suelta un largo suspiro al momento de dejar el auricular, hoy la vería de nuevo, hay tanto que quiere saber de ella, pero debe irse con tranquilidad y muy despacio.
Las horas pasan lentamente para Terrence, lo que hace sentirse molesto, Marie le sugiere que mejor se vaya a casa y espere su cita con Candice, él le hace caso y cerca de las tres de la tarde, sale del lugar, deambula por las calles, pasea un poco por Central Park, observa algunas marquesinas de Broadway, había un par de obras que le gustaría ver acompañado de Candice, cuando se da cuenta, son cerca de las cinco y se dirige presuroso a su punto de encuentro.
La joven ya se encuentra ahí, y le saluda con entusiasmo. Ahora viste un abrigo blanco, botas a juego, gorro blanco y una bufanda de un tono rosa con verde, que, de nuevo, si la perdiera, la encontraría fácilmente.
-Hola, ¿tienes mucho tiempo esperando?
-No, acabo de llegar, bueno, hace más de diez minutos, aquí se llena pronto después de las cinco y quise reservar un lugar para nosotros.
A Terrence le agradó su franqueza.
-Bien, ¿pedimos? -Minutos después, ambos tienen sus bebidas.
Candice lo observa detenidamente, el hombre se ve muy apuesto con su abrigo negro, una a bufanda negra suelta, y ese cabello, que, ¡oh, por Dios! Le encantaría tocar.
-Y bien, Candy, ¿puedo decirte así?
- ¡Sí! ¡Claro! Te lo iba a pedir.
- ¿Cuál es tu ocupación? Bueno, aparte de estudiar historia del arte.
La chica toma una bocanada de aire y comienza a hablar sin detenerse a respirar.
Terrence descubre que ella nació en Chicago y que lleva viviendo diez años en Nueva York, el departamento en donde vive es de su padre y hace más de cuatro años vive ahí, su madre murió cuando ella era pequeña y ahora su padre, se dedica a viajar.
-Entonces, ¿llevas cuatro años viviendo ahí?
-Sí, mi trabajo me queda cerca, soy diseñadora de interiores, trabajo con una amiga, el negocio es de su familia, es “Decoraciones Britter”
-Mmm, decoraciones Britter, no lo he escuchado.
-Son prácticamente nuevos en Nueva York, es una filial de Chicago, decidieron poner el negocio aquí, y pues mi amiga aprovechó que vivo aquí, decidieron contratarme y pues, tengo ese trabajo que me encanta.
-Entiendo, pero, tengo una duda, ¿puedes decorar de acuerdo con lo que estás estudiando?
- ¡Oh, si! Me encanta la época del Renacimiento, te sorprendería el saber a cuántas personas les gusta ese periodo.
Terrence sonrió y decidió platicarle sobre las pinturas de Lorenzo Lotto, la chica abrió sus bellos ojos verdes más de lo que podía soportar y comenzó a bombardearlo con preguntas.
El tiempo transcurrió rápidamente, cuando se dieron cuenta, ya eran más de las nueve de la noche.
Terrence la invitó a cenar y ella optó por caminar y comer un perro caliente, ¡vaya! En todo el tiempo que tenía con salir con diversas mujeres, a ninguna le hubiera gustado comer un perro caliente y caminar por el parque.
Cerca de las diez y ya cenados, Candy decide que es hora de regresar a su casa.
-Te acompaño, tomaremos un taxi.
-No te preocupes, Terrence, mi casa está a un par de cuadras.
Terrence ya sabía eso, así que siguieron caminando y platicando, él ya estaba convencido, que la chica valía lo que era, toda ella era especial, resplandecía al hablar y cuando él lo hacía, ella ponía toda su atención. Pensó con ternura: -“Te quiero así, sin más ni más”. Minutos después, llegaron a la calle 47 y Terrence hizo un gesto de asombro, fingido, claro está.
- ¿Vives aquí?
-Sí, este es el edificio donde vivo.
-Pues yo vivo enfrente, en el tercer piso, ahí precisamente. -Con la mano, Terrence señala su piso.
Candy se coloca una mano en la boca para ahogar un pequeño grito.
- ¡Es, increíble!, somos vecinos y es la primera vez en cuatro años que te veo, eso demuestra que no somos buenos conciudadanos.
Ambos se echan a reír.
-Bueno, aquí se queda usted, señorita, que yo me voy a mi departamento, he pasado una tarde y noche deliciosa, espero que se vuela a repetir.
Candy se queda un poco pensativa y le dice:
-Terrence, pasado mañana es San Valentín, me gustaría…
- ¡Aggh! Detesto las fechas especiales, ¿acaso tú? ¿te gusta celebrar San Valentín?
Candice se queda callada y hace un movimiento de negación con la cabeza.
-Bueno, yo, quería invitarte a cenar a mi casa, podemos seguir platicando y… pues pensé que tú tendrías con quien celebrar esa fecha, bueno, es una invitación cualquiera, no lo tomes en serio porque es San Valentín… además, quiero mostrarte una miniatura que ha pertenecido a la familia por años, es de Maud Lewis. Pero si tienes otro compromiso, puedo invitarte a cenar otro día.
Terrence se quedó estático al escuchar el nombre de la pintora.
- ¿Tienes una pintura de Maud? -La joven asiente orgullosa -Sí, ha estado en la familia por años, quiero que la veas y me des tu opinión, por eso, te hago la invitación, ¡olvida de nuevo que es San Valentín!
-Acepto, acepto tu invitación a cenar contigo. -Dijo Terrence de inmediato. -No porque tengas la pintura, que será un ingrediente extra, sino porque quiero estar contigo.
Candy sintió que el suelo se abría a sus pies, lo único que logró hacer fue despedirse y abrir la puerta de su edificio, Terrence se quedó mirando que entrara con bien, luego, observó que ella desapareciera por el pasillo para dirigirse él a su piso. Entró corriendo al lugar, espero impaciente el elevador y al llegar a su departamento, corrió a la ventana de su habitación, para observar si las luces de la casa de Candy estaban encendidas. La encontró pegada a la ventana, saludándolo, ahora su vista tenía un significado diferente, ya no espiaba, ahora la veía en todo su esplendor, su chica de enfrente ya no era una visión, ahora era toda una realidad.
13 de febrero.
Al día siguiente, ambos se volvieron a saludar desde sus respectivas ventanas, quedaron de llamarse más tarde y esperar a verse al día siguiente para la cena, en el ánimo de cada uno, la sensación de volver a verse era cada vez más grande.
14 de febrero
¡Llegó por fin!, la hora de la cita se acercaba y Terrence estaba listo para cruzar la calle y dirigirse al departamento de Candy. Llevaba una botella de vino tinto y algo especial escondido debajo de su abrigo. A las siete en punto, tocaba al departamento de su chica, ella apareció envuelta en un hermoso vestido tejido color durazno, el cabello semi recogido en una coleta y unas zapatillas, ella lo saludó efusivamente, con un cándido beso en la mejilla, el pulso de él comenzó a latir más fuertemente, la cercanía de esa mujer lo estaba volviendo loco, quería, quería abrazarla, pero tenía que irse con tiento.
-Gracias porque estás aquí, veo que trajiste un buen vino, espero y te guste la cena, hice unos ravioles, ensalada y de postre unos brownies, ¿te gustan los postres? -Sí, mucho, pero tengo cuidado con ellos, después no quiero recorrer ningún orificio de mi cinturón.
La cantarina y dulce risa de Candy lo envuelve una vez más, extrañaba escuchar el tono de su voz, su risa, la extrañaba toda, iba muy rápido en la necesidad de estar cerca de ella, estaba realmente sorprendido por el sentimiento que estaba despertando en él.
-Mira, hazme un favor, corta estas verduras y luego rebana estos jitomates mientras preparo el aderezo.
Terrence hizo lo que Candy le pidió, mientras tanto, la observaba a ella y unas visiones muy sexuales lo asaltaron, se imaginó a su chica, envolviendo sus caderas en un apasionado abrazo, decidió apartar esos sensuales pensamientos y se dedicó a observar la decoración del departamento, era cálida y acogedora, de pronto, su visión se enfocó en la pequeña pintura de Maud Lewis que colgaba en un espacio de la estancia. Se levantó y se dirigió hacia la pared.
- ¡Oh!  Ya la descubriste, ¿qué te parece?
Con ojo crítico, Terrence observó la pintura, había visto varias en el museo canadiense y en la ciudad donde vivió la pintora, ésta la había visto en un catálogo de su padre, hace muchos años.
-Recuerdo haberla visto hace varios años, creo que cuando era niño, claro está, en un catálogo, quien diría que la vería aquí, en tu casa.
-Papá cuenta que la tiene desde que era niño, creo que era del abuelo, él la compró en la época en que Maud pintaba en su casa y las ofrecía a los que pasaban por ahí, es una joya para él y ahora lo es para mí.
-No tanto como la joya de hija que tiene. -Candice traga saliva y sus ojos verdes se posan con ternura en los ojos fríos y azulados de Terrence, él hace una pequeña inclinación para querer besarla, pero ella lo esquiva con un pretexto.
-Los ravioles, mis brownies. -La joven corre hacia su cocina con un rubor que cubre todo su rostro. En eso, se escucha el timbre de la puerta. Los dos se quedan mirando extrañados, Terrence hace un gesto con la ceja, celoso.
- ¿Acaso alguien más viene a cenar? Pensé que seríamos solo tú y yo. -Ella le contesta: -Así es, no tengo más invitados, veré quién es.
Candy se acerca a la mirilla de la puerta, hace un suspiro y abre.
-Señora Smith, ¿en qué puedo ayudarla?
Una mujer, ya anciana, se frota las manos mirando hacia el fondo del pasillo. -Querida, perdona que te moleste, pero mi hijo Gerald, dijo que vendría a verme, pero no lo quiero ver, seguramente me pedirá dinero, ¿puedo estar unos momentos contigo? Hasta que se vaya, por favor.
La angustia de la mujer conmovió a Candy y sorprendió a Terrence. Ella la deja pasar. La mujer mira a Terry y dice:
-Lamento mucho interrumpir, seguramente no quieren ser molestados, pero les prometo que estaré solo un momento, en cuanto mi hijo se vaya.
Terrence conduce a la asustada mujer a la mesa y le sirve un poco de agua.
-No se preocupe, señora Smith, puede quedarse el tiempo que guste.
Candy no debió decir eso, ya que dos horas después, la mujer seguía ahí, terminó con los ravioles, el vino y los brownies, ante la mirada divertida y expectante de Terrence y la mirada avergonzada de Candy. Cuando toda la comida se había terminado, la mujer se levantó con un ademán de irse, pero esperando que le dijeran que se quedara. -Bueno, querida, caballero, ya es hora de que me retire, lamento el tiempo que les quité pero aún la noche es joven, espero que mi hijo se haya ido, bueno, estuve muy contenta, alegraron unas horas la triste vida de esta vieja, gracias de nuevo.
Candy la encaminó a la salida sin afán de detenerla.
-Buenas noches, señora Smith. – La mujer salió y Candy se quedó pegada a la puerta, se frotó las manos y con tristeza y vergüenza dijo:
-Siento mucho que la señora Smith nos haya interrumpido y el colmo es que se comiera toda la cena, seguramente te quedaste con hambre, tengo algo de jamón, pan, te puedo hacer un sándwich.
Candy camina hacia la cocina, pero antes de que llegara, Terrence la toma del brazo por la muñeca y la acerca lentamente hacia él. Ella tiene la cabeza baja y no quiere mirarlo a los ojos, con delicadeza, le toca la barbilla y la obliga a mirarlo; con anhelo y desesperación, Terrence quiere mirarse en esos verdes ojos que lo transportan a su niñez, a la calma, a la tranquilidad que necesita, Candy representa el hogar, la calidez, el amor, la ternura y está decidido a no dejarla ir.
-Candy, esta noche ha sido la más hermosa y agradable que he vivido, lo que hiciste de cena para nosotros y la señora Smith, lo guardaré siempre en mi corazón, gracias por una noche maravillosa y como dijo ella, la noche es joven y aún no termina.
Con delicadeza posa sus labios en los rojos y dulces labios de ella, el beso es suave, tierno con un toque húmedo y cálido. Con delicadeza se separa de ella y la mira perdidamente enamorado, pero con satisfacción observa que Candy está perdida en la sensación de su beso, ha caído también a sus pies.
-Yo, yo quería que esta noche fuera especial, única, pero…tú ganas, me has conquistado con ese beso.
Ambos sonríen abrazándose fuertemente, una relación de amor acaba de comenzar, ¿o inició antes? ¿en esas miradas furtivas a través de la ventana? Terrence la suelta un poco y le hace un gesto con la mano de que espere. Se dirige a su abrigo y saca algo de entre los bolsillos internos. Una rosa envuelta en papel delgado aparece y una caja en forma de corazón; el rostro de Terry lo decía todo: -Mira, caí en la trampa del día de San Valentín…pero por ti, lo celebraría todos los días, mi dulce amor.
Candy no puede aguantar más la emoción y el amor que ya desborda su corazón y su cuerpo, se acerca a toda prisa a su amor, toma la rosa y los chocolates y se cuelga de su cuello dándole un beso más apasionado que el primero.
-Te he esperado toda mi vida, Candy, eres lo que siempre he buscado, mi chica de enfrente, me has conquistado definitivamente. Te conozco desde hace tiempo y ahora, eres mi realidad. -Ella se separa de él con un gesto de extrañeza y le pregunta: - ¿Desde hace tiempo? Pero nos conocimos hace cuatro días.
Por toda respuesta, Terrence la lleva a la ventana que está en la estancia, y la coloca enfrente de él.
-Mira, mi amor, ya sabes que aquella es mi habitación, por casualidad, hace poco más de cuatro meses, te descubrí mirando por tu ventana, con tu bata rosa y tu enorme taza de café, mirando el horizonte y hacia el río, te colaste en mi corazón, como una suave brisa de verano, aunque sea invierno, pero, desde entonces, no he dejado de verte cada mañana, creo, que me encantaste cada día, pero me enamoré de ti, cuando fuiste a la galería y mi tiraste el café
en la camisa. Te quiero así, sin más ni más.
Ella voltea hacia él y con coquetería le dice:
-Terry, ¿puedo decirte así? -Por toda contestación, él la besa. Con renuencia, se separa de sus labios y con un mohín de travesura habla: -Yo, yo te descubrí un día mirándome, creo que dejaste abierta la puerta de tu habitación y vi tu reflejo, me pareciste el hombre más atractivo que haya visto, dejé que me vieras todos los días, creo que me sentí halagada por tu atención hacia mí, pero te prometo que no sabía que eras el dueño de las galerías “Grandchester”, me sorprendí al verte ahí, ¡oh, Terry! ¡Yo también te he esperado por tanto tiempo, mi amor!
Las palabras sobraron, los besos surgieron, el amor que ya nacía entre ellos comenzó a fluir en un torrente de pasión que no se acabaría, al contario, crecería con el tiempo.
Un año después, precisamente, un 14 de febrero, Terrence y su linda chica de enfrente, se casaron en una fastuosa ceremonia en la playa de Palm Beach, en Florida, buscaron un lugar cálido que reflejara la alegría de su unión; los invitados estaban encantados por el amor que desbordaba la pareja; ambos, vestidos de blanco, no se soltaban por ningún motivo.
-Bueno, señora Grandchestar, ha convertido mi sueño en realidad, por fin aceptó usted en ser mi esposa, me hiciste soportar y esperar todo un año. – Con una amplia sonrisa en el rostro, Candy le responde:
-Mi amor, yo también quería casarme contigo al día siguiente de nuestra cena fallida de hace un año, pero quise que nuestro amor creciera para darte el sí, precisamente el día de hoy.
Terrence no aguanta más y besa con pasión a su nueva esposa.
-Eres mi mujer desde ese día, pero ahora, lo eres mucho más, te adoro, Candy, te adoro, mi hermosa chica de enfrente. -Entre besos y abrazos, Candy responde: -Siempre seré tu chica de enfrente, eres mi vida, eres mi todo y, además, cariño, te tengo una sorpresa.
Terry acerca su oído a los labios dulces y sugerentes de su esposa y le oye decir:
-Terrence, mi amor, como regalo de bodas, te daré un hijo en seis meses, más o menos.
El hombre no puede digerir la noticia, pero poco a poco, las palabras de su mujer lo hacen caer en la realidad, un hijo, el fruto de su amor;
ambos sonríen embelesados, la chica de enfrente no solo le dio el amor que necesitaba, la paz que anhelaba, sino, que le daría lo que nunca esperó tener un hijo, un hijo del amor. Y todo comenzó, por mirarla a través de una ventana, en la víspera del día de los enamorados, en la víspera del día de San Valentín.
FIN.

Créditos de la imagen a su autor.

One Shot's San ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora