Uno

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Kara suspira al subir las escaleras, emprendiendo el camino a la habitación de su novia por los pasillos destartalados de la residencia estudiantil. Nunca le había disgustado tanto un color como lo hace el beige sobrio de esos corredores, no se queja, es simplemente una crítica constructiva. El trecho de camino se le extiende por lo que parece ser una eternidad, como si las puertas se multiplicaran al seguir avanzando.

La universidad es justo como pensó que sería, incluso diez veces peor. No le disgusta, aunque no porque le agrade en demasía, pero porque pasó el último año de preparatoria mentalizándose para recorrer esos pasillos con una cara de disgusto mínimo —también pasó tercero de preparatoria enamorándose más de Lena—. Hay algo indescifrable sobre los dormitorios y es la incapacidad de sus ocupantes por cerrar la puerta, ella cree que es un intento por hacer lucir sus espacios asfixiantemente rectangulares un poco más grandes. O de otra forma para presumir cuántas personas caben apretujadas en esos espacios, también puede ser para dejar escapar el sonido estridente de su música.

En ese preciso instante tres puertas están abiertas, las tres reproducen géneros musicales totalmente opuestos en niveles no sanos para el oído humano —mucho menos para el suyo inhumano— y ensordecen el ambiente. Vuelve a suspirar, luego dobla a la izquierda, quedando frente a la puerta cerrada de su novia.

Llama a la puerta tres veces aunque nadie responde. La compañera de Lena apenas se deja ver, pasa sus días entre idas al laboratorio de robótica y sus noches entre fiestas de alguna fraternidad. Kara quedó tan agobiada con la información primordial que nunca tuvo el interés por aprender de fraternidades, ahora cuando se cruza con un grupo vestido en colores combinados prefiere cruzar el campus en otra dirección. Así se evita problemas. Gira la perilla y ésta cede porque no tiene seguro puesto.

La primera impresión no es alentadora, Lena está encorvada —en una postura no precisamente buena para su espalda— contra la pantalla de su computadora de escritorio. Sus dedos tamborilean contra la madera comprimida del escritorio de la habitación —hecho en serie específicamente para la universidad— y con el ceño fruncido en concentración. A Kara le dan ganas de sujetarle los hombros para devolver su espalda al respaldo de la silla, pero no lo hace. Cierra la puerta.

—Hola, Lena —la aludida le lanza una mirada por encima del hombro.

Mmh —responde, Kara rueda los ojos.

—¿Ya almorzaste? —niega ante su propia pregunta. —Olvida eso, ¿por qué no vamos a almorzar? Ayer no salimos porque tuviste tu práctica en el laboratorio y por cierto, me alegra saber que no explotaste, entonces... ¿almuerzo? —se balancea sobre los talones. Lena devuelve la espalda a la silla, por fin, y se gira.

—En realidad... —y Kara pierde la atención, conociendo de memoria las siguientes palabras. —Debo acabar el reporte sobre la práctica, compilar los datos, luego compararlos, hacer la justificación y buscar una forma de hacerlo funcionar —levanta la vista para verla parada en la entrada. —Lo siento, ¿qué tal en la cena?

—¿Dentro de ocho horas?

Ya se está dando la vuelta, para retomar su reporte. —Eso creo, sí.

—Bien, de acuerdo, en la cena será entonces —abre la puerta. —Estaré con Barry por si acabas antes.

—¿Allen?

—¿Qué otro Barry? —sale sin decir nada más.

—Barry Allen —saborea Lena, devolviendo las manos a su teclado. Diez minutos después y cuando cambia de pestaña para verificar un dato repasa la reciente visita de su novia, acostumbrada a hacer observaciones: Kara no avanzó más de dos pasos dentro, no le dio un beso ni al llegar ni al irse, no insistió de esa forma perspicaz con la cual suele hacerlo. Llega fácilmente a una conclusión: Kara está molesta con ella. Maldición.

People are complicatedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora