Seis

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Es 24 de diciembre y Kara no se siente muy bien, terminar —temporalmente— con su novia en las vacaciones de Navidad no fue para nada una de sus ideas más brillantes. Planea escabullirse por la puerta tan pronto como el sol sale, sin notar cómo su amiga acaparadora del lado derecho de su cama está en realidad bastante despierta y no la va a dejar huir. Se enfunda una sudadera, un pantalón deportivo y se esconde aún más debajo de la chaqueta de mezclilla dos tallas arriba de lo ideal. Sujeta los tenis en la mano para no hacer ruido al caminar y Sam la atrapa saliendo en completo silencio, mirándola desde la cama.

—¿Vas a alguna parte?

—A comprarle café a Winn.

—¿No hay café en esta casa?

—Apoyo el comercio local.

—Kara.

—¿Te traigo un croissant? —no puede obtener respuesta cuando se ve tacleada por Sam y su superfuerza, manteniéndose en pie por puro milagro. —Maldición, Sam, ¿qué demonios? —deja caer los tenis gracias a la sorpresa.

—No vas a ir a ningún lado.

—¿Ah, sí? ¿Por qué? —escupe.

—Porque te voy a hacer el desayuno y luego vamos a tener una conversación en serio acerca del porqué estás huyendo tan lejos —su voz se endurece y aunque Kara no cabe en su poder algo le dice que en ese momento Sam le lleva una ventaja abismal. Algo relacionado estará con ser una buena jugadora de baloncesto, mantenerse en forma y, en general, no estar agobiada con relacionarse, o con perder a una persona. Algo así.

El agarre de su amiga se disuelve en un abrazo, uno estrecho pero persigue el mismo objetivo: consuelo. Es una de esas muestras simples de cariño, las cuales Kara ama tanto. Corresponde el gesto, abandonando cualquier rastro de necedad ante la decisión de Sam por mantenerla en casa ese día.

No sabe exactamente cómo suceden los eventos, pero el día se tuerce inevitablemente. Le resulta imposible de esquivar, como si cada una de sus acciones previas la llevasen exactamente a ese resultado. Están jugando a recrear una obra de teatro, se saben sus diálogos y no existen las sorpresas, así se siente. Cuando está comiéndose los pancakes medio crudos de Sam o bebiéndose el chocolate caliente, cuando le pide que deje de mirarla con lástima porque la odia, cuando le dice cuánto le pesa el mundo y cómo no puede evitarlo. Cuando le declara con exactamente esas palabras que Lena seguramente ya no quiere lidiar con un problema como ella y finalmente cuando le pide parar. Le pide dejar de insistirle con preguntas imposibles de responder y —qué injusta es— se lo pide por su amistad. Luego se recluye en la seguridad de su habitación, huyendo una vez más.

No sabe exactamente cómo toma la decisión, quizás cuando su madre le muestra el quinto vestido de color rosa: "Pero este es un tipo distinto de rosa, Lena" y Lex se queja desde la puerta: "Sigue siendo rosa, mamá". Tal vez cuando Lex usa toda su habilidad de control emocional para persuadirla de pensar más en su relación, en cómo se siente y en si quiere dejar ir a Kara así de fácil. Rendirse ante algo que aparentemente no tiene solución, porque eso es imposible, las cosas siempre tienen al menos una forma de resolverse y ella debe buscar una para solucionarse con Kara. Quizás toma la decisión un segundo antes de abordar el avión privado, desde el cual sobrevolará un océano durante aproximadamente seis horas y en Irlanda será Navidad.

Pero en Midvale aún será Nochebuena.

Una Nochebuena que no pasará lejos de Kara.

Llaman a la puerta y ese simple gesto obliga a dos pares de ojos cafés a encontrarse en su propia duda. Alex se levanta del sillón, desde donde estaba revolcándose en su desgracia fingida por tener una hermana indispuesta a hablar con ella. ¡Con ella! La mejor hermana mayor del mundo. Y desde donde también —en secreto— estaba ahogándose en su propio miedo, porque ¿qué pasaba con Kara y su hermetismo arraigado al pecho? Maldición.

People are complicatedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora