IV

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Dean.

Siempre me he considerado un hombre comprensivo hasta cierto punto pero incluso yo debo admitir que la situación que me plantean está más allá del límite de lo que acepto. Vuelvo a leer el archivo esperando que las palabras escritas cambien por obra de arte y se conviertan en algo con sentido pero entre más las observo menos entiendo y la mirada del director en jefe no ayuda a darle una explicación a lo que está pasando.

—¿Es en serio? —pregunto por fin e incluso me atrevo a reír en burla pero Samuel Acosta no está riendo y sus labios delgados bajo el bigote desaliñado están tensos—. Es en serio —afirmo sin poderlo creer.

—Lamento tener que pedirte esto a ti.

—No parece que lo lamentes para nada.

—Bueno, considéralo un pago adelantado por el favor que me debes —Acosta sonríe con las mejillas hinchadas llenas de jubilo mal intencionado.

El tic tac del reloj encima de la puerta es lo único que rompe el silencio durante los siguientes sesenta segundos. Acosta no agrega nada más y yo ni siquiera puedo encontrar mi propia voz debido a la estupefacción. Jamás habría imaginado que pedirle ayuda al cretino para sacar mi auto del corralón cuando lo estacione por error en un lugar prohibido me saldría tan caro ¡y lo peor! Que estaría pagando tan pronto; todavía no han pasado ni cuatro meses de ese favor.

—¿Qué clase de broma es esta? —escupo las palabras y arrojo el archivo hacia el escritorio con fuerza.

—Ninguna broma. Necesito que elijas al menos diez de ellos y que los hagas funcionar como un equipo de voleibol. Te gusta el deporte ¿no?

—Que me guste el deporte no tiene nada que ver ¡no sé jugar una mierda! Lo que hago es sentarme cómodamente frente a mi televisor todo el fin de semana y disfrutar de partidos de los que apenas comprendo lo básico.

—Pues eso bastará —Acosta mueve la mano gruesa y pequeña como si espantara una mosca, sus dedos como salchichas apuntan al archivo y agrega:— el nuevo psicólogo te ayudará en todo lo que necesites.

Es como recibir una bofetada. A este idiota no le basta con estarme obligando a hacer algo que a todas luces no quiero hacer sino que además me está lanzando como apoyo a un jodido psicólogo recién egresado ¿Qué más podría salir mal?

Soy un hombre de cuarenta y un años, divorciado, apático y gruñón, un hombre común y corriente que lo único que busca es retirarse a los cuarenta y cinco con una pensión más o menos decente y un agradecimiento por parte del gobierno por haber soportado durante años a mocosos insufribles con una actitud del infierno. Había firmado para actuar como carcelero y domador de bestias pero no para ser usado como un juguete multiusos.

—Ah, por cierto —interviene Acosta antes de que pueda empezar a quejarme—. Si logras que el equipo funcione al menos durante tres partidos en el campeonato estatal de primavera se te compensará con un aumento y tres semanas de descanso pagadas.

Obviamente tengo claras mis motivaciones así que tomo el archivo de nuevo y vuelvo a leer con más calma.

—¿Por qué de pronto los altos mandos quieren que estos buenos para nada se conviertan en miembros funcionales de la sociedad? Digo, no es como que vaya a funcionar. Muchos de los que salen de aquí terminan en prisión dos o tres meses después así que no le veo el sentido de gastar tiempo en estos proyectos.

Apenas el día anterior había tenido que detener una pelea que se salió de control en el área C, había recibido varios golpes que sólo me hicieron replantearme las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida y el idiota de Morg había salido apuñalado. Ya puedo imaginar el escándalo que se habría hecho si el imbécil hubiera muerto en el altercado, ese chico me sacará canas verdes en el año y medio que se quede, estoy seguro.

Rabid DogsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora