Hace tanto que no salía a ver la luz de sol, Dios los colores vivos que cada cosa o ser tenía, desde que estoy aquí solo puedo ver lo amarillo de las tierras y los escasos árboles a los lejos del área del trabajo. No puedo seguir resistiendo a querer correr para hallarme con los míos si es que aún están con vida. - ¡Salgan, imbéciles! - Salir de las celdas, entrar, caminar durante horas para seguir trabajando como esos antiguos negros esclavos. -¿Qué miras?- grito de uno de esos guardias hacia un represario. Al menos tienen igualdad con los de color y los blancos. ¿Qué esperanza se puede tener de salir? Todo parece un desierto.
Aún guardo la fotografía de mi madre en el bolsillo, todos los días al despertar la observo gracias a la pequeña luz que se filtra entre las rendijas.
-Debemos salir, mi esposa me espera.- Hablaba uno de los compañeros de celda.
-No podemos decir que alguien se siente mal. Nos matarían pensando que tenemos alguna plaga.- respondió.
-Señor, usted es el más viejo ¿cómo podemos salir de aquí? debe haber una salida.
- Lamentablemente no soy su mesías. Pero hace un par de años mí viejo compañero y yo ideamos una salida que hasta hoy no ha sido descubierta, va directo al río. Pero al momento de planear aquella fuga eramos pocos y antes de que nos descubrieran y fuésemos a morir después de tanto recorrido preferimos volver, pero a él le dispararon, pidiéndome salir y encontrarme con su esposa y darle el osito de su hija.
-¿Por qué no volvió a salir?
- Era casi imposible, las armas fueron mejorando, antes habían las pequeñas armas de pólvora, ahora son más grandes que pueden matarte de un disparo, pues se esparcen de inmediato cuando te tocan y te matan lentamente.
- ¿Qué hablan imbéciles? ¡Silencio! No querrán morir esta semana. Aunque así sea.
Mucho no entendimos en ese momento pero preferimos callarnos, nadie sabía el nombre del otro, estos jóvenes no saben que cuando mucho les llevo unos 6 años, eso hasta donde había contado mi estadía aquí. El día y la noche no son lo mismo, una vez a la semana nos bañamos, dos veces al día comemos como niños de 8 años, esa ración no es apropiada para hombres.
Al amanecer seguimos haciendo el mismo trabajo pesado, uno de los jóvenes se desmayó debido a la mala alimentación, al parecer aún no se acostumbraba al trabajo, tenía alrededor de 24 años, lloraba por los estudios que no había terminado, hablo poco de sus padres, en su rapto su madre y él estaban en casa cuando aparecieron para matarlos, no lo hicieron porque era menor, al menos tuvo la dicha de conservar la vida. Su padre servía al país en la milicia, su madre al parecer no tuvo la misma suerte pues fue quemada junto a su hogar y él escuchaba los gritos de ella mientras se lo llevaban.
-¿John Kennedy? ¿Así te llenas muchacho?- pregunto uno de los supervisores.
- Así es.- respondió.
-En estos días trata no caer o te matarán, de hecho algunos morirán antes- les hablo a todos- Pronto vendrán los nuevos y saben que los viejos pasaremos a la mejor vida.
- ¡Señor! Debemos escapar, tengo esposa e hijos. - Entre lágrimas muchos se acercaron a mí- Todos tenemos familia. Se lo suplico.
Para entonces todos comenzaron a implorar que los ayudará a escapar. -¡Silencio! - algunos obedecían - ¿A caso quieren que nos maten? - Esperen mis instrucciones.
Algunos gritaron y se sintieron ahogados, algunos que tenía el mismo tiempo que yo me miraron y nos hicimos señas para idear algún plan durante tres días antes del sábado dónde estará la ejecución. Sabíamos que ya habíamos cumplido cierto plazo donde ya nuestros escondites ya serían descubiertos.
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