𝗗í𝗮 𝟭: 𝗩𝗶𝗮𝗷𝗲 "𝐓𝐨𝐝𝐚 𝐮𝐧𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚"

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— ¡Viktor mira! — Exclamó el cresta apuntando el paisaje frente a él — ¡Parece escarcha!

— ¡Horacio espera! — Gritó el ruso preocupado.

Cerró la puerta del auto y corrió detrás del cresta quién se había soltado del agarre que compartieron todo el trayecto. Sintió su aliento pesar por el esfuerzo de correr sobre el medio metro de nieve cubriendo el suelo, definitivamente ya no estaba en condiciones. Observó alarmado como a unos metros de distancia Horacio caía y desaparecía de su vista, aquello solo le instó a aumentar la velocidad. Hasta que la risa del moreno sacando su rostro de la nieve resonó por toda el área descampada.

— ¡Joder Horacio! — Se quejó sin aliento una vez estuvo frente al chico — Tienes que- — Exhaló pesadamente controlando su respiración — que tener más cuidado, t-tu rodilla-

— ¡Oh vamos ruso! ¡Relájate! Ya me encuentro mucho mejor. — Interrumpió restando importancia, dándose vuelta para iniciar a mover sus brazos y piernas tratando de formar un ángel de nieve.

— Hombre, vas a enfermar, párate — Insistió ofreciéndole la mano para ayudarle a incorporarse, la cual el otro aceptó entre risas. — Vamos.

Habían arribado a Rusia esa mañana, el viaje había sido tomado con precaución pero se sentían seguros. Ya se cumplían casi dos años desde que decidieron escapar del gobierno que los oprimía. No había sido nada fácil, la lucha que ejercieron se llevó a gente preciada así como también dejó marcas permanentes en ellos, pero no se rindieron.

Lograron irse llenos de golpes, rasguños, con una rodilla fracturada por parte del cresta y una bala en el abdomen del ruso.

Y así, durante meses tuvieron que ocultarse; cada cierto tiempo cambiaban de locación, quedándose en lugares donde sabían que iba a ser difícil encontrarlos. Irán fue una de sus primeras opciones, el uso del hiyab les ayudó a ocultar su identidad además del rechazo del pueblo por los estadounidenses. A pesar de eso, la barrera del idioma fue demasiado fuerte y terminaron partiendo a Corea del Norte para que el francés pudiese recibir la terapia correspondiente en su pierna y durante el resto de los meses posteriores a su estancia en Asia, se la pasaron ocultos en países latinoamericanos.

Lukyan Markov y Lucas Bernard eran los nombres con los que habían llegado al helado país para habitar aquella casa abandonada en el pequeño pueblo de Súzdal, Óblast de Vladímir. No fue necesario hacer mucho papeleo, Viktor se había encargado de establecer contacto con las personas correctas y compraron el espacio descampado a buen precio. Aquella casa en ruinas yacía lejos de la zona urbanizada del pueblo, pero tenía cerca la carretera y una gasolinera, aquello era lo único que necesitaban para tener su auto funcionando como transporte y carga de sus cosas. Mientras menos gente homofóbica cerca, mejor.

— Tendremos que contratar a alguien para que nos haga un camino para que pase el coche — Comentó viendo a lo lejos su auto al lado de la carretera. Se encontraban parados frente a su residencia de infancia.

— Tranquilo cariño, entre los dos creo que podremos apañarnos por hoy — Dijo el moreno abrazando al ruso por la cintura.

Sonrió enternecido por el claro sonrojo en la cara del más alto, le sorprendía que llegados a este punto el ex agente siguiera teniendo esas reacciones. Hacía unos meses que Volkov en un momento de intensa sinceridad — y mucho texto — le dijo todo lo que sentía por él y le pidió ser su pareja formal.

Y por supuesto que aceptó encantado.

Ambos vivieron mucha mierda, y durante su escape, por más de un año habían vivido de forma muy humilde para no llamar la atención. No se podían permitir ser vistos, por lo que alquilaban cuartos baratos de hotel donde compartían cama e incluso habían llegado a dormir en la calle.

VOLKACIO WEEK YCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora