Día 4: Reencuentro:

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A Eren no le gustaba el café a menos que fuese el que preparaban y molían a mano en aquella diminuta cafetería de la calle María 845. Era un pequeño antro ruinoso que pocos conocían, de maderas que habían perdido el color, sillas que crujían demasiado y tazas y platos desportillados. Su padre le había llevado allí desde que era pequeño, esa cafetería estaba en pie desde antes de que él naciera y el mantenimiento había sido nulo desde entonces también. Sin embargo el lugar siempre estaba limpio, y el café delicioso. 

Tenía la taza contra los labios cuando alguien le cubrió los ojos con las manos. Era una mujer, Eren lo supo enseguida por el perfume que usaba. Olía femenino y afrutado, elegante pero dulce. No era nadie a quien él conociera. En su vida ninguna mujer olía así. Seguramente le hubieran confundido con alguien.
Dejó la taza de café sobre la mesa de mármol manchado.

- Disculpe... -comenzó

- Adivina quién soy -al escuchar su voz el corazón le dio tal golpe contra las costillas que sintió genuino dolor. 

Sí que conocía a esa mujer de aroma delicioso, y muy bien además. Pasaron segundos y él no dijo nada, así que Mikasa retiró las manos y se sentó en la silla que tenía al lado. Eren tardó un poco en acostumbrarse a la luz y sobre todo en distinguirla a ella. 

- Mikasa -exhaló. 

Su amiga le sonrió. Los años únicamente habían hecho mas por incrementar su belleza.
De niña, Mikasa había sido de una hermosura poco alcanzable para cualquiera, y conforme se iba convirtiendo en adulta más lo era. La última vez que la había visto aún tenía diecinueve años, y llevaba el pelo negro corto hasta la nuca y vestía siempre de negro con maquillajes muy elaborados. La mujer que tenía ante él ahora tenía el pelo muy largo, como cuando era niña, y apenas iba maquillada pero tenía la cara más fina y delgada que antes y el cuerpo más definido también. Hombros anchos, cintura incluso más pequeña de como la recordaba. 

- Te ha vuelto a crecer el pelo -murmuró, fue lo único que fue capaz de decir.

- Diez años, que obran milagros -masculló mientras le quitaba la galleta de canela del café. Eren odiaba la canela, y nunca se comía esa galleta. 

- ¿Qué haces aquí? -Mikasa vestía una blusa blanca con pantalón pitillo azul oscuro, botas y una chaqueta americana. Definitivamente estaba muy cambiada.

- ¿Lo mismo que tu? -le sonrió con malicia mientras desenvolvía la galleta y le daba un mordisquito-. He venido para la boda de Armin y Annie. Por fin dan el paso, cualquiera lo diría ¿eh?

- Sí -murmuró, mientras cogía con fuerza la tacita de café. 

Si era sincero, la relación de Eren con Armin se había enturbiado muchísimo en los últimos diez años, casi no quedaba rastro de la amistad que habían compartido de niños y adolescentes, cuando correteaban por las calles de esa ciudad de piedra antigua o se emborrachaban en las ruinas de los muros de sus antepasados. 

- Eren -Mikasa le miraba con la cabeza ladeada, sonriendo igual que un ratón a un gato-; ¿damos un paseo?

Eren pestañeó una vez en respuesta antes de asentir. Cuando fue a pagar el café Mikasa le dijo que ya estaba pagado y le invitó a salir con ella con un movimiento de la cabeza. 
Se había convertido en una mujer elegante y preciosa, cada paso que daba parecía estar lleno de gracia y libertad. Aunque dolía, en cada célula de él, dolía, un dolor que cada día se recordaba a si mismo que se merecía, Eren estaba feliz por ella. Y eso tendría que ser suficiente para él poder continuar viviendo.
Mikasa no tenía anillo de casada en la mano, tampoco lo llevaba colgado del cuello. En los últimos años se había imaginado que Mikasa acabaría casándose con Jean, él siempre había estado loco por ella. 

Eremika Spanish Week. Semana Eremika Español:Donde viven las historias. Descúbrelo ahora