1. Alas de Sangre

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Linre estaba sentado con la espalda apoyada en el muro en lo alto de una torre antigua. Estaba en uno de los ventanales, o al menos lo que parecía ser uno de ellos, aquella torre había visto tiempos mejores, seguramente pertenecía a la Era de los Cantores del Silencio.

A su alrededor habían escombros de un techo que ya no se encontraba en su posición original. Había plantas conocidas, terrenales, que habían sido plantadas en el piso más bajo de a torre como decoración y que durante los siglos habían conseguido crecer hasta lo más alto.

"¡Que proeza! –pensó Linre mirando a las plantas terrenales a la vez que sonreía levemente. Una sonrisa que duró poco. Las plantas estaban manchadas de sangre.

La sangre salpicaba las rocas, incluso sus ropajes y las plumas de sus alas majestuosas que Linre tenía aún abiertas a su espalda. Hasta su albo cabello se encontraba moteado por pequeñas y grandes máculas carmesís.

No era suya, Linre no había sangrado. Linre nunca sangraba. La sangre procedía de tres cadáveres que adoptaban formas repulsivas y anatómicamente imposibles. Había hedor a muerte, tan fresco como el rocío por la mañana, tan impuro.

Pero es que Linre había dejado atrás toda pureza, había cometido el mayor pecado que podía cometerse: había asesinado no a uno de los suyos, sino a tres.

Sus pies descalzos rozaban el brazo de uno de los cadáveres, el de Sanre, a quien había matado primero, antes de que Doinre y Falre pudieran reaccionar.

¿Y quién reaccionaria ante algo así? Ante algo innatural para nuestra raza –pensó–. Algo que no ocurría desde la Era de los Cantores del Silencio. –chistó– Que burda coincidencia que mi pecado hubo sido cometido en tan sagrada torre, construida por aquellos que pecaron. En fin, esto no me convierte en un Cantor del Silencio. Aunque bueno, murieron sin decir nada.

Sus pupilas de un verde boreal estaban rodeadas del rojo de la ira, del frenesí asesino que había experimentado Linre por primera y última vez en su vida.

Para Linre y su pueblo, la muerte era un concepto extraño, realmente no morían. Al llegar a un puno álgido en su vida decidían trascender y formar parte del mundo de nuevo, invisibles, siendo la energía que alimenta las almas de todas las cosas.

Pero Linre había asesinado, lo había hecho y sin saber por qué habían muerto ¿no se suponía que no morían? ¿No se suponía que trascendían, que pasaban a ser energía? ¿Por qué habían muerto? ¿Por qué tanta sangre pintaba las paredes de aquel sagrado lugar?

No, Linre lo sabía, sabía las respuestas una vez había cometido aquel acto tan atroz. Había saboreado la sangre, pequeñas gotas que habían salpicado en su boca, que le habían dotado de unas ansias aún más grandes de ver más sangre derramada.

¿Qué pasaría ahora? ¿Se le caerían sus alas? ¿Sería expulsado y condenado a la impura vida de un mortal? ¿Acaso alguien sabía de su pecado?

Su corazón latía con fuerza y velocidad, desbocado en un pequeño compartimento.

Era incapaz de levantarse, aquel escenario le llenaba, no quería irse, sabía que tenía que hacerlo, pero aun no. Su dedos garabateaban en la sangre que se acumulaba en un pequeño charco a su lado.

Tatareaba una canción que desconocía. Una canción con un significado oscuro y siniestro. La letra en un dialecto antiguo aparecía en su mente fuerte y nítida. Aquello hizo que sonriera.

"Vaya, así que al final sí que soy un Cantor del Silencio".

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⏰ Última actualización: Jun 04, 2022 ⏰

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