La preservadora del conocimiento terrenal | Especial: Paimon

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—Ni siquiera sabes quién es ella en realidad —Oyó Paimon a lo lejos

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—Ni siquiera sabes quién es ella en realidad —Oyó Paimon a lo lejos.

El aire caliente picaba en su garganta y la presión que le cortaba las palabras se sentía familiar. Cuando abrió los ojos, reconoció el fulgor difuminado de esa mirada dorada entre el humo negro.

—Eres tú quien no tiene idea de nada... —respondió una voz distante.

Sin más fuerzas, sus párpados cayeron rendidos; los gritos se volvieron murmullos y el calor se convirtió en un tenue hormigueo.

«Aquel que olvida está condenado a revivir sus pesadillas» Pronunció una voz en tono solemne.

Antes de perder la conciencia, un flujo de memorias extraviadas azotó su mente debilitada. Descubrió así que su realidad era la triste postal de una tragedia que se reiteraría hasta el fin de los días... si ella fracasaba.

Como aquella vez, hacía quinientos años, entre el hollín que gravitaba en el ambiente y los escombros, vio su silueta erguida. El cielo se teñía de sangre y la corrupción llenaba el aire. El viento traía consigo gritos desgarradores y en sus luceros se reflejaba el caos que asolaba al mundo. Paimon se acercó a ella y miró en la misma dirección.

Una mujer corría entre las calles destrozadas, con un niño en brazos. La energía siniestra, materializada en cubos color rojo oscuro, le daba caza como si de presas se tratasen. Sintió en carne propia el temor de esa madre, con el corazón al límite en un galopante palpitar.

La pena se agolpó en su garganta cuando la mujer trastabilló con las mismas ruinas de, lo que una vez había sido, su nación. En un intento por salvaguardar lo que le quedaba de sensibilidad, se cubrió la cara. No obstante, el grito roto llegaría hasta sus oídos solo para grabarse a fuego en su memoria.

—Observa —Demandó la diosa a su lado—, contempla a la escoria recibir lo que se merece.

—¿Por qué? —preguntó Paimon, aún como La Preservadora del Conocimiento Terrenal.

—Nadie debe aspirar a la salvación más que los mismos dioses —le respondió su par, La Protectora de los Principios Celestiales. Ambas eran dos caras de una misma moneda; diferentes pero nacidas de un mismo todo.

—El Creador es quien decide —protestó Paimon—. Tú no puedes oponerte a su voluntad.

Los orbes color oro de la diosa se posaron sobre ella, altivos; sin emociones. Nada quedaba de la divinidad benévola que conocía.

—El Creador nos ha abandonado —contestó con desprecio—, y por ello yo tomaré su puesto.

La Protectora volvió a mirar hacía el frente. De entre la bruma que se cernía sobre la calle, justo donde había impactado la energía corrupta, emergieron llantos siniestros. Cuando el polvo decantó, dos seres monstruosos se arrastraron por el suelo. No había rastro humano en ellos.

—¿Q-Qué les has hecho? —Paimon no pudo ocultar el temor en su voz.

—Les he quitado eso que tanto los caracteriza. Así nunca podrán alcanzar al Creador ni aspirar más de lo que puede un verdadero dios —Una sonrisa cruel se dibujó en los labios de La Protectora, mientras alzaba una mano al pecho de su compañera—, y tú no podrás detenerme.

Un haz de luz negra envolvió a Paimon sin que pudiera reaccionar y la corrupción alcanzó su corazón. Todo fue oscuridad. No obstante, antes de que sus ojos se cerraran y su conciencia se sumergiera en un largo letargo, alcanzó a ver ese singular par de luceros que brillaban entre las llamas de Khaenri'ah.

Durante quinientos años, su sueño estuvo plagado de pesadillas. Sin embargo, entre la agonía se distinguía un mantra de tonada celestial:

La heredera ha fallado y el heredero está dormido.

Tal y como has velado, hazlo por él y derroca al destino.

La princesa no es soberana de la oscuridad

ni a él le corresponde el deber;

mas así será en tanto la maldad

aún se cierna sobre lo que se puede ver

Encuéntralo, guíalo y muéstrale la naturaleza de Tayvat.

Aún hay tiempo para a todos salvar.

—Ni siquiera sabes quién es ella en realidad —sentenció la diosa desconocida con desdén.

Los dedos negros de la divinidad se enroscaban con fuerza sobre la garganta de Paimon. El viajero notó la mirada turbada de su compañera, pese al humo pesado que copaba el aire. Celestia ardía a su alrededor, el cielo tormentoso se arremolinaba sobre ellos y la sangre de los caídos teñía los suelos.

Aether dio un último vistazo a sus camaradas. La desesperanza en los rostros de los siete arcontes destronados sembró la incertidumbre en su corazón. Ni con las Gnosis fusionadas, habían logrado hacerle frente a la Protectora de los Principios Celestiales. Si no morían por las heridas de la batalla, la misma diosa que los había coronado, acabaría con ellos.

No obstante, el destello dorado de una mirada cargada de ira brilló refulgente a través de la penumbra. Lumine, La Princesa del Abismo, se levantó de entre los escombros con heridas sangrantes y la ropa hecha jirones. Un ademán de su parte fue todo lo que necesitó para convencerse.

En su viaje por Teyvat, el mayor de los gemelos había aprendido que el mundo no se dividía en blanco o negro. No se trataba del bien contra el mal, sino de una noble causa que iba más allá de los caprichos de una diosa.

—Eres tú quien no tiene idea de nada —exclamó el viajero mientras empuñaba su arma y miraba a La Protectora—, Paimon es mi amiga y nada cambiará eso... Y tú perecerás aquí y ahora.

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NA: Escrito para el concurso de FanFictions «¿Quién es Paimon?» de miHoYoLAB.

Días en Teyvat | One-shots de Genshin ImpactDonde viven las historias. Descúbrelo ahora